"Tengo 26 años en la empresa y este fue el ciclo agrícola más desafiante y complejo", dijo Rafael Lozada, líder de Producción de Semillas de Bayer Cono Sur. Y eso por tres motivos: la sequía que se extendió durante más de 30 meses y se fue agravando cada vez más; ocho golpes de calor, con secuencias de días con menos de 50% de humedad y más de 35 grados de temperatura, que pusieron en jaque la polinización e hicieron que la espiga no granara; y, para cerrar, heladas.
En este contexto se movió el sector de la industria semillera en el país, que produce más de 120.000 hectáreas de maíz e invierte entre USD 800 y 1.000 millones por año.
El crecimiento que tiene el área implantada con maíz también obliga a las empresas semilleras a extender las zonas de producción de los híbridos comerciales. Además de la superficie bajo riego, se vienen incorporando nuevas zonas, más hacia el Sur. A pesar del escenario climático, las empresas proveedoras de semillas aseguran que se logró abastecer el mercado.
"La innovación y la digitalización han dado estabilidad a la producción de semillas y también permiten ser sustentables", destacó Lozada.
En el caso de Bayer, por ejemplo, desde la planta de Rojas se puede monitorear en tiempo real la totalidad de la superficie bajo riego que se utiliza para la producción de híbridos. "Cualquier inconveniente se puede atacar en tiempo real; hace cinco años, esto era impensado", sostuvo Lozada.
En la industria semillera observan que los fenómenos climáticos extremos, como los golpes de calor, van a seguir existiendo y van a seguir generando desafíos. El uso de la tecnología y una mayor dispersión geográfica van a ser fundamentales para crecer en la provisión de la genética.
Matías Cardascia, LAS Seed Sales Head de Syngenta, explicó que el nivel de tecnología en la semilla de maíz viene creciendo, lo que apuntala el crecimiento del cultivo, no solo en cuanto a superficie sino también en rendimiento. "Hace 15 años se sembraban 3 millones de hectáreas de maíz, hoy estamos en 9 millones, se triplicó la superficie. Hace 15 años, el cultivo estrella en estabilidad era la soja. Hoy, con la peor campaña de la historia, la soja cae 50% sobre el rendimiento estimado y el maíz solo 30%", comparó.
En el medio, pasaron algunas cosas. Y el desarrollo de la industria semillera es el gran responsable. Antes, un programa de mejoramiento se iniciaba con 10.000 o 15.000 híbridos por año, de los que se terminaban lanzando uno o dos. Ahora, se inician con 30.000 híbridos.
"Se trabaja con marcadores moleculares, que antes eran cualitativos y solo servían para identificar tolerancias; hoy, se trabajan con más de 30.000 marcadores moleculares que barren los diez pares de cromosomas que nos permiten elegir exactamente los híbridos que buscamos. Hace una década, tardábamos cuatro años para poner en un híbrido convencional un gen biotecnológico; hoy solo dos años, gracias a que trabajamos con rescate embrionario y logramos hacer una generación de maíz en 120 días", graficó el representante de Syngenta.
Hace 15 años, los programas de breeding arrancaban con 75.000 plantas por hectárea; hoy se trabaja con 95.000 a 100.000, lo que no solo permite someter la planta a estrés, sino también determinar su comportamiento agronómico. Hoy se puede garantizar no solo rendimiento sino también estabilidad. La Argentina es el único país donde se puede cosechar el maíz con una humedad del 14%, eso también es eficiencia productiva gracias a toda la inversión de las compañías.
De cara a la nueva campaña, Hugo Minnucci, Category Leader Seeds Southern Cone de Corteva Agriscience, adelantó que la industria semillera volverá a redoblar la apuesta. "Se invirtió mucho y se cosechó poco, y este año se va a invertir más. Estamos en un mercado que va a crecer", aseguró el ejecutivo.
Sobre el valor agregado que tiene una bolsa de semillas de maíz, los tres representantes de la industria coincidieron es que es fruto de un ejemplo colaborativo realizado en la Argentina. Hace 40 años, una hectárea sembrada con maíz rendía 2.000 kilos; hoy la productividad se multiplicó por cuatro, hasta los 8.000 kilos.
Al respecto, Minnucci identificó cuatro pilares claves que permitieron dar ese salto. El primero es la genética, con híbridos diferentes y programas de breeding predictivos; el segundo es la biotecnología, cuyos eventos permiten sembrar en diferentes ambientes y lograr resistencia a malezas y a insectos; el tercero es la generación de información, que es más colaborativa entre la industria; y la cuarta es la competencia entre los semilleros, que también permitió dar un salto de calidad.
Hacia delante, la industria ve como desafíos, además de seguir invirtiendo e incorporando genética de mayor productividad, que hay mucho para trabajar tranqueras adentro. Por ejemplo, el nivel de incorporación de dosis variables en la siembra aún es bajo.
"Hoy la tecnología permite determinar la mejor fecha de siembra, que dejó de ser una elección; se sabe que cada vez que se aleja más la siembra de la fecha óptima se pierde rendimiento; además, la tecnología permite saber cuál es el índice productivo esperable, para definir el paquete de insumos", ejemplificó Cardascia.
Por último, el panel se refirió a los refugios, y coincidieron en que la protección de la biotecnología a partir del uso de refugios es una tarea indispensable. Invitaron a pensar la biotecnología como un activo colectivo, que todos tienen la responsabilidad de cuidar. Se sabe que la Naturaleza gana, pero los cuidados permiten extender la vida útil de la biotecnología. De ello dependerá que el maíz siga sumando superficie y ofrezca mayor productividad. La responsabilidad del cuidado de la biotecnología es de todos, es preciso trabajar de manera colaborativa, coincidieron.