Hace unos días, el mundo alcanzó los 8.000 millones de personas, el doble que hace solo 50 años. Esto supone un inmenso desafío para la seguridad alimentaria, la agricultura y el ambiente, ejes de las actuales preocupaciones estratégicas internacionales. Dicho brutalmente: es imperioso alimentar a todos sin arruinar el planeta.
La Argentina parece estar viendo otra película. Sigue presa de la inestabilidad macroeconómica, sin poder controlar una inflación de las más altas del mundo, con una insostenible brecha cambiaria, gastando más de lo que ingresa, sin dólares para insumos ni bienes de capital importados, con impuestos distorsivos, sin una estrategia de inserción mundial y con muy pocos acuerdos de libre comercio.
Nuestras cuatro cadenas juntas generan la mitad de las exportaciones del país en valor: casi 40.000 millones de dólares el año pasado, esos dólares que la Argentina tanto necesita. También hacen posible la producción de carnes, lácteos y huevos, que alimentan a nuestra población y generan otros 5.000 millones de dólares por exportaciones. Con los estímulos correctos, esto es fácilmente multiplicable.
Sin embargo, en lugar de incentivos, enfrentamos obstáculos que se suman a los de la macro: somos el único país de América que aplica impuestos a la exportación; tenemos una Ley de Semillas de hace medio siglo que dificulta el mejoramiento tradicional y el biotecnológico; falta previsibilidad para el desarrollo de los biocombustibles; abundan regulaciones anárquicas sobre fitosanitarios; tenemos recientes problemas con la importación de semillas para los programas de mejoramiento; carecemos de seguros agropecuarios, una red de contención tan necesaria en un año con pérdidas incalculables por la sequía. La reciente reedición del esquema del "dólar soja", además de generar bruscas distorsiones no deseadas, vuelve a mostrar que, en cada emergencia del país, el salvavidas es la agroindustria. Y pese a esto, luego se potencian políticas que le quitan competitividad, en una estrategia de daño autoinfligido hacia el factor con mayor capacidad de sacar el país adelante.
Pero tenemos ambición y tenemos mérito, que son buenas palabras. Hemos sido bendecidos con una de las cuencas fotosintéticas más eficientes; estudiamos y aprendimos a manejarla para generar alimentos, energía, moléculas que necesita el mundo. Construimos esta bioeconomía sustentable, con el menor impacto ambiental del planeta, porque fuimos pioneros en implementar el sistema productivo basado en siembra directa, porque tenemos buenas prácticas agrícolas, productores jóvenes y altamente formados.
Esto nos hace sentir bien y nos abre puertas. Queremos seguir aumentando el valor agregado, generar muchos más empleos verdes y arraigo, bioindustrias con desarrollo federal, de una manera que incluya a empresas chicas y grandes, y sobre todo a personas con distinto grado de calificación.
Nos ha faltado hasta ahora consensuar visiones y políticas, pero estamos haciendo un buen esfuerzo por generar las instituciones y la representación que necesitamos, como evidencian el Consejo Agroindustrial Argentino y la Fundación Barbechando. Tenemos que estar todos juntos, porque la unión hace la fuerza.
Es imperioso cambiar el modelo de desarrollo económico, salir del “vivir con lo nuestro” para insertarnos en el mundo. Podemos ofrecer cada vez más bioproductos sustentables, provenientes de todos los rincones de nuestro territorio. Tenemos las condiciones para jugar el partido y queremos hacerlo.
¡Muchas gracias!
Pedro Vigneau, MAIZAR
Luis Zubizarreta, ACSOJA
Miguel Cané, ARGENTRIGO
Enrique Omar Moro, ASAGIR