La geografía de Argentina -país de grandes llanuras, amplios espacios abiertos y baja población- y su relativa lejanía a los principales centros de consumo -el 60% de la población mundial vive en un círculo de cinco horas de viaje en avión con centro en Hong Kong- imponen indudables dificultades y desafíos al momento de pensar en una inserción comercial con el resto del mundo. Esto es particularmente cierto al momento de plantear una mayor integración con el Asia-Pacífico, la región del mundo que desde hace décadas viene liderando el crecimiento global.
Cuando se piensa en el aporte que hacen el sector agropecuario y la agroindustria a la economía nacional lo más usual es plantear la discusión en términos de generación de divisas, es decir, destacando la gran capacidad que tiene el sector para proveer los dólares necesarios para cubrir el desbalance externo en que incurren otras actividades.
Para poder potenciar este crecimiento necesitamos seguir consolidando las cantidades y volúmenes producidos que han sido menor al del promedio mundial y menor en la región del MERCOSUR. Necesitamos un aumento sostenido en cadenas agrícolas con un crecimiento real sostenible.
La Argentina tiene que aumentar las exportaciones, diversificar mercados y ampliar la oferta de empresas, mejorando la logística y eliminando obstáculos burocráticos y legales. El desempeño de la agroindustria en Argentina durante los últimos 15 años fue por debajo de su real potencial debido a malas políticas públicas hacia el sector.
La agroindustria argentina es el sector más dinámico y eficiente de la economía. Tenemos importantes desafíos para intentar seguir ocupando un lugar estratégico en el comercio mundial de alimentos y materias primas, que nos permita seguir creciendo a través de las exportaciones y continuar agregando valor y siempre pensando en una mayor seguridad alimentaria.
Nuestra agroindustria es el sector más pujante de la economía de Argentina, generando un gran aporte en materia de crecimiento, empleo, aporte tributario y generación de dólares, que subsidia a sectores deficitarios de la economía.
Una caracterización errónea muy habitual en Argentina es pensar al agro como un sector concentrado, poco tecnificado, que emplea insuficiente mano de obra y que básicamente se dedica a la explotación de recursos naturales sin ningún aporte sobre la economía del interior del país. Como extractor de esas "rentas naturales", se argumenta que hay que ubicarlo como blanco para la aplicación de altos impuestos y también así justificar medidas de restricción al comercio exterior. Este es un error muy común en varios sectores en Argentina.
Debemos tener como objetivo continuar aumentando la producción agrícola a través de mejoras en productividad. Es necesario disminuir la presión impositiva hacia los productores, para facilitar la incorporación de las tecnologías existentes.
Necesitamos mejorar las infraestructuras de transporte y de conectividad del sector. Así es como se podrían disminuir los costos de transporte y ganar competitividad en las áreas más alejadas de los destinos finales de la producción y así, se facilitaría la incorporación de las tecnologías existentes de bajo costo relativo que necesitan contar con conectividad con internet.
El volumen de cosecha en la Argentina no es neutral para la marcha de la economía, ya que aparecen importantes eslabonamientos hacia adelante. Los granos se almacenan, se acondicionan y se transportan. En su cadena de comercialización interviene una amplia gama de actores hasta que el producto llega a su consumidor interno o externo, muchas veces con agregado de valor. Los eslabonamientos hacia atrás son también importantes: para obtener la cosecha se requieren semillas, fertilizantes, maquinaria, combustible, etc. Todo esto sin contar muchos otros servicios que participan del proceso, como los vinculados a ciencia y tecnología.
El sector agropecuario en Argentina, en definitiva, se trata de una enorme cadena de valor que distintos analistas sostienen que representa no menos del 18% del PIB en términos directos e indirectos. Con la característica de que en este proceso intervienen unas 400 mil empresas, que participan del sistema financiero local y pagan impuestos, además de generar entre el 20 y 25% del empleo total del país. Se trata sin dudas de uno de los ejes estratégicos por el que debe girar cualquier proyecto de desarrollo de nuestra Nación.
El comercio es la única vía para lograr un crecimiento sostenido de la producción, que supere las restricciones que impone el tamaño limitado del mercado interno. La razón es simple: si el campo y la industria sólo trabajasen para proveer bienes al consumo local no serían eficientes ni lograrían escala suficiente para trabajar a costos razonables. Tampoco darían empleo a toda la población en edad de trabajar (cualquier exportación o importación crea empleo).
Pero el énfasis no debe estar solo en la producción: una vez lograda hay que venderla. Una clave es mejorar los caminos, eficientizar los puertos, agilizar el transporte interno y fortalecer las comunicaciones (telefonía, internet, etc.). Trazando una analogía con el reino animal, es dejar de lado el concepto de país invertebrado para tener una nación fuertemente conectada en lo territorial e integrada al mundo. Necesitamos que la Nación adquiera esta perspectiva de pensamiento, que creemos condición sine qua non para el bienestar de nuestros pueblos.
Ahora, la Argentina no parece tan desfavorecida, pero necesitamos políticas públicas que acompañen al sector más dinámico de nuestro país.
Por Esteban Moscariello