En el fin de semana el Ministerio de Agricultura decidió el cierre de los registros de exportación para aceite y harinas de soja con el objetivo de incrementar dos puntos los impuestos a la exportación que se les aplican, de 31 a 33%, igualándolos con los del poroto.
Esta medida posiblemente sea ilegal porque con el fracaso en la aprobación de la ley de presupuesto de 2022, se perdió la potestad del Ejecutivo de incrementar tales impuestos para una serie de productos agropecuarios y agroindustriales, entre ellos las carnes.
Pero más allá de que termine aplicándose o no, causa desaliento que la única receta que se le ocurra al gobierno sea aumentar la presión impositiva sobre un sector que tiene todo para seguir produciendo, generando divisas y empleo genuino.
Y, además, que en cuestión de días quede demostrado que los más altos funcionarios de la Administración no tienen ningún problema en hacer promesas y desdecirse. Pocos días antes, en Expoagro, el ministro Domínguez había hablado de la importacia del campo, afirmando que no se pensaban aumentar los impuestos a la exportación. Resta saber si se trata de una devaluación de su palabra o si es que debe obedecer a un centro de poder que no puede controlar.
La eventualidad de tal aumento de las “retenciones” provocará una disminución de la actividad de los crushers y menores precios para el producto que se trasladará hacia atrás hasta el poroto.
La baja de precio será acotada y puede ofrecer un alivio para actividades como el feedlot y la producción de pollos, huevos, leche y cerdos, pero será mínimo en términos de sus costos macroeconómicos. Y es muy difícil que los consumidores se anoticien de esa baja.
Otra perlita de estos días es que, simultáneamente, se lanzó la especulación de aumentar fuerte los derechos de exportación para maíz y trigo, al menos.
Justo días después de que España, adelantándose al resto de la UE, puso en práctica la disminución de algunas exigencias técnicas para alentar la importación de soja y maíz desde Brasil y la Argentina, para compensar los faltantes que la guerra en Ucrania va a provocar. Si no fuera tan trágico, sería risible.
Pensando desde el sector de la carne, aquéllo que hasta ahora es una amenaza, es una señal malísima en medio de indicadores favorables. La buena disposición de sus actores para invertir y expandir sus operaciones y todo lo que ello conlleva, probablemente sufra un revés más serio que con las malas señales que vienen desde el resto de mundo, comenzando por la guerra y la inflación.
Ojalá dejemos de inventarnos problemas y comencemos a encarrilar las fuerzas productivas, aprovechando las oportunidades que existen.
Por Lic. Miguel Gorelik, Director de Valor Carne
Fuente: Valor Carne