Ya prácticamente finalizada la implantación de los planteos tempranos y con el avance de los tardíos, la siembra de maíz 2021/22 ya cubre el 30 por ciento de la superficie estimada para todo el país, según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
En ese marco, comienzan a ser cada vez más importantes los monitoreos, con el fin de detectar de manera temprana posibles ataques de plagas o enfermedades.
Por eso, durante el 16° Encuentro Nacional de Monitoreo y Manejo de Plagas, Malezas y Enfermedades, el docente e investigador experto en fitopatología, Dr. Roberto De Rossi, disertó sobre "Cuándo aplicar fungicidas en maíz".
Siguiendo el eje que tuvo la jornada realizada en el Quórum Hotel de la
ciudad de Córdoba, Rossi formuló preguntas a los disertantes con cuatro
opciones: contestó cuál era la correcta y, a partir de esas respuestas,
determinó algunas claves para hacer más eficientes los tratamientos contra la
presencia de hongos.
"La pregunta que tenemos que responder siempre es cuándo y por qué tomar la decisión de aplicar. Y la base de todo es el monitoreo. En soja a veces es más sencillo porque las plantas son de menor altura, pero en maíz, que llega a medir tres metros, a menudo es complicado advertir síntomas. Pero hay que poner todos los esfuerzos en hacerlo", enfatizó Rossi.
El riesgo de no ingresar seguido a los lotes por esta dificultad que presenta
el maíz suele arrojar como consecuencia que las decisiones se tomen de manera
tardía, y sean más para corregir una situación que para prevenirla. Con el
riesgo de que ya se esté llegando tarde.
Qué mirar
Para ajustar el margen de error y evitar perder tiempo a la hora del monitoreo, Rossi resumió que hay que buscar los síntomas en aquellas partes de la planta donde más se ven y más importan sus posibles daños.
"En estado vegetativo, cuando todavía podemos observar toda la planta, hay que hacer el foco en las últimas cuatro hojas desplegadas. En reproductivo, en las cuatro que están alrededor de la espiga", subrayó.
El otro factor determinante son las condiciones ambientales: si son predisponentes o no para el avance de una enfermedad.
Rossi remarcó al respecto que en muchos casos depende de qué hongo sea el que está presente. Por ejemplo, para roya, es probable que la enfermedad se propague con muchas horas de rocío y temperaturas frescas. En cambio, en tizón o cercóspora, se puede complicar ante la acumulación de horas de mojado y temperaturas más altas.
"Por eso, una conclusión importante es que no hay una frecuencia óptima para el monitoreo: depende también de la genética que tengamos y la susceptibilidad que tenga el híbrido a las enfermedades", continuó.
Pasada esta instancia, llega otro momento fundamental: determinar la incidencia y severidad de la enfermedad. Para lo cual, tampoco hay una receta única ni un tratamiento infalible.
"A partir del monitoreo vamos a determinar la necesidad o no de aplicar. Y para ello hay que observar todo lo mencionado: en qué momento del ciclo está la planta, qué genética tiene, cuáles son las condiciones ambientales. No hay un umbral universal, del 1% o el 5%, que lleve sí o sí a una aplicación. Cuando podemos unir tal severidad con tal material y tales condiciones, es cuando podemos tomar una decisión más certera", insistió.
De todos modos, reconoció que hay severidades que son "llamadoras de una toma de decisión": en tizón, por ejemplo, entre 0,5 y 1,5%, son los niveles máximos que se pueden permitir.
En tanto, recordó que llegar tarde cuesta dinero: en roya, se pueden perder entre 400 y 600 kilos por hectárea; en tizón, entre 700 y 1.200.