Un reciente informe del Instituto de Clima y Agua del INTA Castelar confirmó la alta probabilidad de ocurrencia del fenómeno La Niña para el trimestre, lo que indicaría una marcada persistencia del actual déficit hídrico. Frente a este panorama, ambos especialistas coincidieron en la importancia de realizar constantes monitoreos y mediciones del agua disponible en el suelo y las capas freáticas.
En este sentido, Mirian Barraco –investigadora del INTA General Villegas, Buenos Aires–señaló la importancia de medir y conocer la cantidad de agua almacenada en el perfil de suelo y la profundidad y calidad de la capa freática. Es que, para la especialista, “esta evaluación cuantitativa permite diseñar pautas de manejo que optimicen su uso en los sistemas de producción y, así, evitar pérdidas”.
Por su parte, Horacio Videla Mensegue –investigador y extensionista del INTA Laboulaye, Córdoba– reconoció que el agua es un factor “clave” que condiciona los rendimientos de los cultivos en esta región. Y subrayó: “Antes de planificar una estrategia de siembra es importante tener en cuenta la disponibilidad de los recursos agua y nutrientes que se tienen en el suelo para identificar el potencial de rinde de cada ambiente. Sólo así tomaremos las mejores decisiones”.
Una estrategia clave para reducir el riesgo de pérdida en años con alta probabilidad de estrés hídrico, como ocurre en eventos Niña, es la diversificación, tanto de cultivos como fechas de siembra, así como estrategias de manejo defensivos en ambientes con restricciones. La siembra de varios cultivos permite tener más flexibilidad y adaptabilidad para las situaciones de estrés que pueden ocurrir.
En este punto, ambos especialistas coincidieron en que uno de los principales manejos defensivos ante el déficit hídrico es demorar la fecha de siembra, tanto sea en las rotaciones con soja o maíz, así como tener precauciones con los cultivos de cobertura, pensando en cortar el consumo de agua en el suelo más temprano para no afectar el rinde de la soja o el maíz.
Con respecto a la fecha de siembra, Videla puntualizó: “Es importante saber para cada zona, cuándo ocurren los principales períodos de estrés hídrico y, al momento de la siembra, qué cantidad de agua hay disponible en el suelo, la presencia de napas, así como la cantidad de nutrientes”.
Y agregó: “A partir de esa información se deberá decidir qué cultivo, con qué tecnología y qué manejo se debe realizar para que el período crítico coincida con el menor estrés ambiental posible”.
En el caso del maíz, Barraco explicó que, generalmente cuando hay poca agua en el suelo y los perfiles están complicados, es aconsejable sembrar de manera tardía, es decir a fines de noviembre-diciembre. “Esta estrategia busca evitar que el cultivo se quede sin agua a mitad de camino, justo cuando el maíz florece”, detalló.
Otra opción viable, según la técnica de Villegas, es la de reducir la densidad de siembra a fin de bajar la demanda de agua y nutrientes del cultivo. “En la región se realizaron varias experiencias con manejo de densidad y fertilización nitrogenada variable de acuerdo al potencial del ambiente que nos permiten afirmar que es una tecnología de muy alto impacto para asegurar estabilidad en el rendimiento de maíz”, aseguró.
Por su parte, Videla indicó que sólo en el caso de tener un ambiente con mucha disponibilidad de agua con napas en buenas condiciones de aporte se puede hacer un maíz en septiembre o principios de octubre y con un manejo tecnológico buscando alcanzar buenos rendimientos.
En cuanto a la soja, Barraco aconsejó para que en lotes con buena condicion hidrica se puede sembrar a fines de octubre para que el período critico ocurra en la mejor condición de radiación pero en lotes con recargas pobres o con poca influencia de napa es recomendable retrasar la fecha de siembra para que el periodo critico no coincida con enero, época de mayor déficit en los años Niña.
En este punto, Videla coincidió en que la fecha ideal sería entre el 20 de octubre y el 10 de noviembre. Si se ve que el ambiente es aún más restrictivo, habrá que demorar la siembra y optar por una variedad con grupo de madurez más largo o bien cambiar de cultivo. “En todos los casos siempre es clave tener presente para cualquier decisión qué disponibilidad de recursos se tiene a campo y el potencial de rinde de cada ambiente”, subrayó.
De acuerdo con la especialista de Villegas, “el déficit de disponibilidad de agua este año está presente en toda la región pampeana, aunque siempre habrá localidades más afectadas que otras”. Por este motivo, recomendó no llevar adelante recetas generales, dada la variabilidad que puede haber de un lote a otro, incluso, en la misma zona o región.
Si bien los muestreos de agua en el suelo son laboriosos, para Barraco, la información que brindan vale la pena el esfuerzo. En este punto, reconoció que “son pocos los productores que miden el agua en el suelo y la profundidad de las napas”. Una manera práctica de resolverlo, indicó, puede ser mediante la instalación de caños de medición o “freatímetros” que permitan monitorear mensualmente la profundidad de las napas.