Desde hace tiempo, se viene indagando sobre los biodigestores como una tecnología apropiada para la población rural, en donde la energía es escasa, costosa y los residuos generan un problema que afecta a la calidad de vida de los pobladores.
“En el INTA trabajamos la temática del biogás desde distintos enfoques, participamos en proyectos nacionales y el tema también se trabaja desde los proyectos de desarrollo local”, mencionó Ignacio Huerga, investigador del INTA Oliveros –Santa Fe–.
La institución articula con universidades y centros de investigación nacionales, regionales (como la Red de Biodigestores de América Latina y el Caribe) e internacionales.
“Si pensamos a la digestión anaeróbica como una tecnología que permite realizar un tratamiento de residuos o efluentes, generalmente, el costo operativo de este proceso es nulo, ya que se compensa con los beneficios de la energía generada”, indicó Huerga.
Por otro lado, existen beneficios ambientales que son difíciles de cuantificar cuando no se realiza un tratamiento apropiado de los residuos, como la contaminación del aire por la emisión de gases de efecto invernadero, de las napas o los cuerpos de agua superficial por la descarga inadecuada de los efluentes.
“Es una tecnología de aprovechamiento de la biomasa húmeda que contribuye a la sustentabilidad y sostenibilidad de los establecimientos, que presenta innumerables beneficios ambientales, económicos y sociales”, explicó Mariano Butti, investigador y especialista en energías renovables del INTA Pergamino –Buenos Aires–.
Las ventajas incluyen la generación de energía renovable que puede reemplazar a los combustibles fósiles, evita efectos contaminantes y la proliferación de vectores y enfermedades. Por lo que, mejora las condiciones higiénicas y sanitarias de la zona en la que se implemente.
Los productos de la biodigestión son dos: el biogás y el digerido. Este último cobra especial importancia porque puede sustituir total o parcial de fertilizantes inorgánicos que se utilizan en la producción agropecuaria de una unidad.
“Depende mucho de la escala los materiales a utilizar, pero generalmente hay que contar con una cámara de carga de los residuos, el digestor propiamente dicho, un lugar donde se pueda almacenar el digerido, agitación, calefacción y un sistema de bombeo”, agregó Huerga.
Los trabajadores de la agricultura familiar demandan propuestas “adecuadas a sus necesidades, sostenible técnicamente y económicamente, el acceso a financiamiento y capacitación”, comentó Butti.
Desde la plataforma del Instituto Nacional de Educación Tecnológica se
brindan talleres, cursos y seminarios para productores, docentes y público
interesado de todo el país.
Experiencias en el territorio
En la cartilla técnica para la construcción de un biodigestor se muestran las etapas de construcción de un modelo de biodigestor a pequeña escala. “Lo que se propone es contar una experiencia concreta sobre un biodigestor construido de manera participativa, y brindar los elementos, herramientas y conceptos básicos a tener en cuenta, para quienes pretendan iniciar un proyecto de estas características”, resaltó Huerga.
Una de las experiencias se llevó a cabo en la Escuela Rural Nº 6253 “José de
San Martín” de Runciman –Santa Fe–. La práctica sobre el territorio, que
contempló la participación activa de diferentes actores locales, se concretó en
un biodigestor que procesa hasta 20 kilogramos de residuos al día y genera hasta
1000 litros diarios de biogás.
Se utilizan para la cocción de alimentos, talleres de panificados, calentar la leche de los terneros, producir chacinados, esterilizar frascos, producir dulces y conservas, entre otras experiencias que sirven de aprendizaje a los estudiantes.
Para Malvina Sanino, directora de la escuela “la experiencia tiene un carácter educativo, interdisciplinar y de relación con el entorno que permite potenciar la enseñanza relacionada al uso de fuentes alternativas de energía y al cuidado del medio ambiente”.
En el Centro de Formación Rural “El Chañar” de Teodelina –Santa Fe– se armó
un prototipo en mampostería. El proceso, que contó con el asesoramiento del INTA
Oliveros, inició con una charla informativa y luego la construcción en la que
participaron docentes y estudiantes. Para Santos Acuña, profesor de la unidad
académica, “ver la transformación de la materia en energía fue una experiencia
espectacular de aprendizaje didáctico”.
Además de las experiencias, se dictaron cursos a distancia de introducción a las energías renovables y se desarrollaron contenidos de capacitación a través de múltiples plataformas.
“Actualmente estamos generando herramientas para la validación de la tecnología de membrana plástica para biodigestores”, expresó Fernando Ocampo –referente en energías renovables del IPAF Región Pampeana–. El proyecto, que apunta a generar mayores grados de autonomía a las familias productoras agropecuarias y forma parte de un convenio entre el INTA y la empresa ECONER.