• En este aspecto se observa que en Argentina la inflación minorista en alimentos y bebidas no alcohólicas pasó del 3,0% mensual en el 2020 al 4,4% mensual en los primeros cuatro meses del 2021 (IPC Nacional, INDEC), es decir, la tasa que ya era elevada subió 1,4 puntos porcentuales. Ahora bien, en Latinoamérica, y analizando 8 países de la región como para tener una muestra relativamente amplia, la inflación para el mismo rubro de bienes fue de sólo el 0,4% mensual en el 2021 (valor mediano), una tasa considerablemente más baja, pero que además muestra una desaceleración (muy leve) respecto del 2020 (0,5% mensual)
• El repaso de las estadísticas indica que los precios a nivel consumidor de los alimentos se muestran bastante estabilizados en la región, habiendo transcurrido ya varios meses del ciclo internacional alcista de commodities y alimentos, e incluso con varias monedas de la zona perdiendo valor (y no poco, entre el 1% y 2% de depreciación mensual en países como Brasil o Uruguay este año). La realidad de estos países revela que la elevada inflación de Argentina en estos productos (una tasa que es 11 veces la tasa media de la región) y su aceleración en el 2021, no puede estar anclada en el contexto externo y debe encontrarse una mejor explicación de ella, seguramente más asociada a la política monetaria (emisión pasada, actual o esperada en exceso a la que el mercado requiere) y/o la organización económica del país (una economía cada vez más cerrada, dependiente del sector público y con bajos incentivos para la inversión privada)
Según los relevamientos y estimaciones de FAO (Naciones Unidas) el valor internacional de una canasta de alimentos (que contiene un mix de carnes, lácteos, aceites, granos y azúcar) se viene incrementando al 3,2% mensual en los cinco primeros meses del 2021, trando una aceleración importante respecto del ritmo que tuviera en el 2020 (+0,6% mes). Dentro de esta canasta, los precios de los distintos grupos de productos están creciendo y acelerando su ritmo respecto del año previo, destacándose por sobre el resto los aceites (+5,9% mes) y el azúcar (+4,1% mes). Debe aclararse que en la valorización de esta canasta FAO incluye precios de comercio exterior (precios en frontera, no son precios finales pagados por consumidor) y en muchos casos los productos son en realidad más bien insumos para la elaboración de alimentos, es decir, tampoco son productos finales, caso de cereales como el trigo o el maíz que se consumen casi en su totalidad transformados.
El interrogante inevitable que surge de este contexto de suba de precios internacionales es si la revalorización de productos se está trasladando al consumidor final, si está llegando en forma de mayores precios a los bolsillos de las familias, y en ese caso en qué orden de magnitud. Para aproximar una respuesta lo que se hace en esta columna es indagar acerca de lo que viene sucediendo en lo que va del año con los precios finales de los alimentos en los siguientes 9 países de Latinoamérica: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú, México, Costa Rica y Bolivia. El propósito del relevamiento es doble: a) evaluar si se observa o no una aceleración en la tasa de inflación de alimentos en la región (consumidor final), que podría ser consecuente con la suba de precios internacionales; b) comparar lo que viene sucediendo en Argentina con los restantes países, a los efectos de inferir si en la aceleración que muestra la inflación local cabría atribuir entre sus determinantes los mayores precios internacionales.
Se focaliza en la división “alimentos y bebidas no alcohólicas” de los IPC de cada uno de los países antes mencionados; esta categoría incluye a priori (con menor o mayor participación según conformación de la canasta de cada país) varios de los productos que se encuentran en la canasta internacional de FAO (carnes, lácteos, aceites), otros productos que son derivados de productos de la canasta FAO (transformaciones de los cereales, caso de las harinas y panificados) y un tercer grupo de productos que no están vinculados a los de la canasta FAO, pero que en cada país cumplen también con el objetivo de satisfacer la necesidad de alimentación (por caso, frutas y hortalizas).
Respecto al período de análisis, algunos países tienen ya publicados datos oficiales de inflación para el mes de mayo, pero no en todos los casos (por ejemplo, todavía no Argentina), por tanto, la comparación de precios se realiza hasta el primer cuatrimestre del año.
Dinámica de precios de alimentos en la región
En Argentina la inflación en alimentos y bebidas no alcohólicas, que promediara el 3,0% mensual en el 2020, ha subido al 4,4% mensual en el 2021 (IPC INDEC Nacional). Por su parte, en Latinoamérica, la inflación para el mismo rubro de bienes fue del 0,4% mensual en el 2021 (valor mediano), considerablemente más baja a la de Argentina, y además quizás lo más relevante a los fines de la columna, y también menor a la del 2020 (0,5% mensual).
Cuando se analiza el caso por caso de los distintos países se encuentran matices que deben mencionarse: 4 países muestran desaceleración (Chile, Uruguay, Costa Rica y Brasil), 3 de ellos aceleración (Perú, Bolivia y Colombia) y el último no presenta cambios (México). La tasa de inflación mensual más alta se observa en Colombia (+1,3% mensual) y la más baja en Costa Rica (-1,0%). Brasil y Uruguay, dos países limítrofes y quizás más comparables por canastas de consumo con Argentina muestran tasas del 0,4% y 0,5% mensual en el 2021.
Es importante apreciar que la tasa de inflación mensual de la canasta de alimentos, medida en moneda local en todos los casos, de Argentina en estos 4 meses del 2021 es 11 veces la de la región (valor mediano) y que esta brecha si bien no es nueva se ha ampliado respecto de la que se tenía el año pasado (6 veces).
De los números presentados surgen varias cuestiones, quizás la más relevante es por qué la inflación en alimentos está siendo relativamente baja en la región en un contexto de suba de precios internacionales que, como ya se mencionara, ha sido relevante en términos cuantitativos (+3,2% mensual canasta FAO). O planteado desde otra perspectiva, dado que los países de la región son exportadores de muchos de estos productos, utilizan muchos de ellos en la elaboración de sus alimentos, o también incluso son importadores de otros, por qué no ha impactado eso en los precios de sus bienes finales.
Seguramente que las explicaciones son múltiples, incluyendo cuestiones de manejo prudencial de la macroeconomía (política monetaria, cambiaria), aspectos microeconómicos y también de conformación de canastas de consumo.
En lo que respecta a la microeconomía, debe señalarse que muchos de los productos que se comercian en el mundo, que usualmente se monitorean y cuyos valores son luego los que difunden organismos como FAO, representan sólo una parte de los costos totales de los alimentos. A los precios de estos productos hay que agregar, según los casos, costos industriales (cuando el producto final tiene mayor transformación que el que se comercia), comerciales (el mismo producto en una góndola de un supermercado de proximidad vale bastante más que en un contenedor en un puerto o en centro de distribución), logísticos (particularmente cara la “última milla” y más en productos perecederos) e impositivos (en el comercio exterior los productos se comercializan sin impuestos indirectos). Por ejemplo, en el caso de productos lácteos, hay estimaciones que señalan que el 50% aproximadamente de los precios finales retribuye a los eslabones de producción (tambo e industria) y el otro 50% retribuye los servicios antes mencionados (transporte, distribución y comercio) más la parte que se lleva el Estado vía impuestos sobre ventas; en el caso de estos productos, la suba de precios internacionales impacta a grosso modo y en promedio sólo sobre la mitad del precio que paga un consumidor (un poco más en los productos más comoditizados y un poco menos en los productos más diferenciados).
Otro tema es sin dudas la conformación y valorización de las canastas básicas; las canastas básicas de alimentos incluyen más productos que la canasta FAO (muy concentrada en granos, carnes y lácteos), incluyendo varios que son “casi no transables”, por caso muchas hortalizas, que son productos altamente perecederos y que generalmente son abastecidos desde lugares de producción cercanos a los grandes centros de consumo y que por tanto están bastante alejados de los movimientos de precios internacionales de commodities. La suba de precios internacionales pega entonces sólo sobre una parte de la canasta de alimentos de los países y pegará menos en aquellos países donde las preferencias del consumidor se encuentren más alejadas de los productos que más se han valorizado.
Debe considerarse también que el arbitraje entre mercado interno y externo funciona con intensidad y velocidad (como suponen los libros de texto) cuando hay muchas empresas vinculadas al negocio de exportación y este último es cuantitativamente relevante en relación a lo que se produce. En los casos en que estas condiciones se dan, el tirón de demanda externa aparece, la polea de transmisión es “gruesa”, los volúmenes exportados responden rápidamente, disminuye la producción que se envía al mercado interno (dado que la producción total no puede cambiar mucho en el corto plazo) y por tanto los precios deben incrementarse ante la mayor escasez. En Argentina, hay cadenas mucho más vinculadas al comercio exterior que otras y que por tanto transmitirán más rápido lo que suceda afuera: por ejemplo, una suba de precios de aceites llegará a los pocos días a las góndolas, mientras que una suba de precios de carne de cerdo puede demorar varios meses. También influye la percepción de duración del fenómeno de suba de precios externos, si éste se interpreta como temporal (de pocos meses) su impacto sobre decisiones de producción exportable e inversión será menor que si se entienden como algo más permanente. De lo anterior surge que habrá que seguir monitoreando la evolución de los precios consumidor, dado que a mayor tiempo que se da a la economía para que ajuste y en la medida que exista cierta expectativa de precios internacionales sostenidos, los traslados de estos últimos a precios internos pueden incrementarse.
En lo que respecta al manejo macroeconómico, y sólo para analizar una de las variables relevantes, debe considerarse la dinámica del tipo de cambio en cada país. Frente a una suba de precios internacionales, países que son exportadores netos de estos productos (muchos de la región) mejorarán sus cuentas externas y eso generará presión para que sus monedas se aprecien fenómeno que, de ser convalidado por las autoridades monetarias, contribuiría a contrarrestar (al menos en parte) el traslado a precios locales de la suba de precios externos.
¿Qué es lo que ha pasado con el tipo de cambio nominal en cada uno de los países bajo análisis? En el 2020, el tipo de cambio de Argentina mostró una depreciación mensual del 2,7% (punta a punta), que se elevó al 3,0% mensual en el 2021 (4 meses). En el caso de la región, la depreciación fue de 0,4% mensual (mediana) en 2020 y se elevó muy suavemente en el 2021 (0,5% mensual). En el análisis país por país, sólo en Chile se observa una apreciación del tipo de cambio, es decir un movimiento en la dirección que se podría haber inferido dada la suba de precios de commodities (que se extiende a los minerales) y que seguramente ayudó al país trasandino a contener las subas de precios de alimentos que importa o exporta. En Bolivia se da la particularidad de un tipo de cambio completamente estabilizado y en los restantes países distintas tasas de depreciación, todas ellas muy inferiores a las de Argentina y sólo en el caso de Colombia con una aceleración (de relevancia) en de la depreciación de la moneda en el 2021.
En síntesis, las estadísticas indican que en la región los precios a nivel consumidor de los alimentos se muestran bastante estabilizados, habiendo transcurrido varios meses del ciclo internacional alcista de commodities, e incluso con varias monedas perdiendo valor (y no poco, entre el 1% y 2% de depreciación mensual en países como Brasil o Uruguay en el 2021). Lo logrado en estos países revela que la elevada inflación de Argentina particularmente en estos productos (una inflación que es 11 veces la tasa media de la región) no puede estar anclada en el contexto externo y debe encontrarse una mejor explicación del fenómeno, seguramente más asociada a la política monetaria (emisión pasada, actual o esperada en exceso a la que el mercado requiere) y la organización económica del país (economía cada vez más cerrada, dependiente del sector público y con bajos incentivos a la inversión privada).