En la Argentina actual, los precios relativos están distorsionados, consecuencia de un proceso inflacionario de larga data y que no encuentra cauce y corroe los ingresos de toda la sociedad.
El proceso inflacionario y la creciente presión impositiva en sus tres niveles, debe ser incorporado cada vez que se hable del precio final de cada producto, porque sin duda, los costos están atravesados por estos factores, en Argentina todo aumenta, no solo la carne, pero parece que nadie quiere hacerse cargo de la política económica actual.
Se pretende hacer creer a la población que la exportación de carne es el factor desencadenante de su precio en el mercado interno, sin considerar abiertamente la incidencia inflacionaria y la presión fiscal antedicha.
Resulta un síntoma de la decadencia intelectual para enfrentar el tema, la idea de retornar al cierre de exportaciones, experiencia, que bajo el mismo signo político, produjo un desastre en el stock bovino, un cierre de innumerables frigoríficos y en corto tiempo un aumento considerable del precio del producto.
Paradójicamente los mismos que decidieron cerrar exportaciones, se quejan ahora de la concentración de los frigoríficos, cuando fueron ellos quienes produjeron dicho efecto.
Los argentinos, consumimos alrededor de 120 Kilos por habitante /año de proteína animal, cifra a la que el complejo agropecuario abastece en forma fluida, es de esperar entonces que quienes tiene que tomar decisiones sobre la cadena cárnica, lo hagan pensando en el futuro y no sobre los valores circunstanciales del mercado.
No volvamos a destruir la cadena de la carne, trabajemos para que haya más producción, más transparencia en la cadena, menos presión impositiva, más incentivos al agregado de kilos por animal y menos ideas obsoletas y demagogia.