¿Por qué fracasan algunas naciones mientras otras progresan? Es lo que se preguntaron hace un tiempo dos expertos en historia económica comparada, Daron Acemoglu y James Robinson, y tras muchos años de estudio arribaron a la conclusión de que es por la buena o mala calidad de sus instituciones. Con esa idea en mente postularon a continuación un modelo útil para pensar, y tal vez también para resolver, los problemas del desarrollo, según el cual existen dos tipos alternativos de arreglos institucionales, los inclusivos y los extractivos. Los primeros estimulan la confianza y la cooperación entre los actores particulares; los segundos, la dependencia de los mismos del arbitrio de los gobernantes, que se conforman con ser cabeza de ratón, apropiándose de la mayor proporción posible de los recursos disponibles.
"Pejotismo K"
Adivinen ustedes cuál de los dos tipos de instituciones predominan entre nosotros, y tendrán una buena pista para entender por qué, desde cuándo y tal vez también incluso hasta cuándo, nos acompañará la decadencia.
A continuación, para identificar con mayor precisión cuáles de nuestras instituciones son parte del problema y no de la solución, consideren en qué medida depende cada una de ellas de preservar el statu quo, cuán bien les va, cuán estables y exitosas son en el ambiente reinante.
El peronismo es un caso curioso: es el representante privilegiado, en principio, de las “víctimas del actual estado de cosas”; pero es a la vez quien más se ha venido esforzando por estirarlo a como dé lugar. En el ínterin ha encontrado la forma de fortalecer su cohesión interna, su rendimiento electoral y su capacidad de adaptación al statu quo, evitando que él estalle. Y este es, actualmente, su programa de acción: no pagar deudas, aumentar impuestos, tapar agujeros por donde el orden vigente puede disparar conflictos disruptivos para asegurarse que dure.
"Pejotismo K"
Se trata, qué duda cabe, de una institución próspera. Aunque en un entorno social, económico e institucional en decadencia.
Tan es así que mientras según una encuesta de CAME el 80% de los empresarios PyMEs vendería sus empresas y no volvería a invertir en el país, el PJ no se cansa de dar alegrías a sus accionistas, y acaba de consagrar su unidad y renovar sus autoridades, superando casi dos décadas de fragmentación interna. Más todavía: puede decirse que está hoy más unido y cohesionado que en la mayor parte de los casi 40 años de democracia que llevamos (a excepción parcial de los años noventa), o en los más de 70 años de historia que él mismo acumula.
Lo ha logrado a partir de una fórmula “coalicional” donde hay un actor predominante que acepta compartir con otros sectores ciertas cuotas de poder. Y gracias a que no se propone cambiar absolutamente nada, sino que promete a todos sus miembros que seguirán recibiendo la “cuota” que necesitan para sobrevivir.
¿Es un arreglo estable? Parece que puede serlo. Tanto que está absorbiendo incluso a fragmentos que por largo tiempo se negaron a someterse al “pejotismo”. Y gestiona una de las peores crisis imaginables, con extrema escasez de recursos, pero con bastante paz interna: gobernadores, intendentes, sindicalistas de muy distintas tradiciones conviven en el FdeT, a disgusto, pero conviven, y nadie o casi nadie osa siquiera amenazar con abandonar el barco.
El precio que paga, claro, no es fácil de disimular. El peronismo que nos gobierna es, más que ningún otro que hayamos conocido hasta aquí, conservador y abiertamente “extractivista”. Conserva algunos rituales y lemas del peronismo de antaño, que prometía convertir a todos los pobres en obreros y a los obreros en integrantes de las clases medias, pero para justificar su acomodamiento generalizado a las condiciones reinantes de empobrecimiento. Promete ahora, salvo a sus miembros más encumbrados, una supervivencia penosa pero pacífica. Sobre todo esa es su oferta para quienes siguen cayéndose de la sociedad salarial, y se tienen que acomodar junto a su prole en alguno de los círculos infernales de la pobreza.
La culpa no es de él, al menos no en su totalidad. Nuestra sociedad hace tiempo que ha tendido a resignarse, y carece en gran medida de expectativas de ascenso social y de superación. Ruega que alguien logre administrar más o menos pacíficamente un destino que luce ineluctable. Para lo cual ¿qué mejor que una fórmula populista cuyos albaceas también han aprendido a resignarse, son expertos en radicalizarse a la defensiva, se conforman con no terminar presos y mantenerse a la cabeza de un organismo social cada vez más ratonesco?
¿Y enfrente qué tiene para elegir esta sociedad? Buena Parte de la oposición deposita sus esperanzas en que suceda pronto algo parecido a lo que le tocó en suerte en 2009 y de nuevo en 2013, un cisma peronista que haga por ella el trabajo de poner en disputa la mayoría electoral. Con esa idea en mente se la pasa descifrando tensiones a punto de estallar entre Alberto y Cristina, entre ambos, los gobernadores y los sindicalistas, entre todos ellos y los pobres del conurbano. No va a suceder. Al menos no en el corto o mediano plazo.
El internismo en el gobierno del FdeT es notable, pero es también superficial. Un permanente juego de chisporrotazos que velan el hecho absolutamente decisivo de que ninguno de los que disputa por cargos, protagonismo, dinero o lo que sea en el grupo gobernante tiene planes o posibilidades de irse a otro lado. Por eso es que se bancan todo tipo de disgustos y humillaciones, y por eso es también que se la pasan quejándose. Pero, ¿a dónde irían?
Es cierto que JxC se está esforzando en construir su pata peronista. Algo tarde, y con lo que queda del viejo menemismo, más algunos otros fragmentos sin votos ni liderazgo, pero mejor tarde que nunca. La coalición no peronista aprendió que sin una porción importante del peronismo no va a poder volver al poder, mucho menos lograría gobernar mejor de lo que lo hizo Macri. Pero conseguir esos aliados de aquí en adelante le va a costar mucho más de lo que a Macri le costó formar mayorías circunstanciales en el Congreso. Por eso le conviene desde ya abrir una discusión sobre la situación reinante en el peronismo y sobre las opciones viables para compartir el poder con algún sector significativo del mismo. Acorde a las exigencias y posibilidades de un programa duradero de reformas. Que no pueden consistir en otra cosa, en un país presidencialista como el nuestro, y dado el lapso de tiempo que es preciso asegurarle a ese programa para que de frutos, que en alguna fórmula para compartir las responsabilidades ejecutivas y un acuerdo que programe la sucesión.
Algo de esto despunta en el libro recientemente publicado por Mauricio Macri: admite allí el ex presidente que uno de sus principales errores fue no abrir una vía de cooperación más seria, más programática y perdurable, con sectores moderados del peronismo. Ese era su principal desafío político, y no logró resolverlo. Sería interesante que los demás líderes de la oposición y sus potenciales interlocutores en la fuerza hoy en el poder recojan el guante, y comiencen a explorar qué alternativas son capaces de ofrecerle al país, para ir más allá de lo que le ofrece hoy un pejotismo kirchnerizado.
Por Marcos Novaro
Fuente: TN