Días atrás, un legendario consultor les avisaba a sus clientes que la inflación de enero venía “picante”. Aún faltaban unos pocos días para cerrar el mes, pero ya las consultoras estaban percibiendo lo que las familias registraban en sus gastos domésticos. La inflación había escalado a otra fase. Este diario ya lo vino destacando entre noviembre y bien entrado diciembre. La tasa de inflación había tomado otro ímpetu, pese a la tendencia de las proyecciones del REM del BCRA. La tasa de inflación del 36% de 2020 ya era una buena historia del pasado. La velocidad que empezó a mostrar la inflación sobre el fin de 2020 y comienzos de 2021 era una historia muy distinta. Y si bien era esperable que en el primer mes del período estival bajo pandemia, algunos precios se recalentaran tras varios meses de retracción de una demanda acuartelada, las circunstancias socioeconómicas hacían pensar que habría cierta moderación tanto de parte de los formadores de precios como del comercio minorista. Sin embargo, por distintos factores, las alarmas se encendieron cuando las consultoras empezaron a relevar que enero podría llegar a coquetear con una tasa mensual ya no del 4% sino del 5%. Y aunque se espere, que en febrero haya cierto impasse inflacionario, los temores resurgen con miras a marzo. Porque una vez que se conozca el dato oficial de enero, lo que más inquieta es el impacto sobre las expectativas. Porque no debe soslayarse que la economía pasó de una inflación del 2,5% promedio en el III trimestre de 2020 a una del 3,6% en el IV trimestre y ahora desafía subir otro escalón. Esta aceleración inflacionaria seguramente tendrá efectos sobre las demandas salariales por venir. Tanto el Gobierno como el sector privado son conscientes de esto y de ahí las preocupaciones reinantes.
Sin embargo, la inflación continúa manifestándose como un monstruo de tres cabezas. O más bien como un carro tirado por tres bueyes que van a distintas velocidades, pero juntos para adelante. Ocurre que por lo visto en los últimos meses se acentuó este fenómeno. Hay un poco más de un tercio de los precios del IPC que vienen a una velocidad crucero creciente en línea con los desequilibrios macro. En este grupo pueden verse como hay bienes y servicios cuyos precios van a una velocidad anual de entre 50% y más del 65%, como ser gran parte de los alimentos (verduras, frutas, carnes), autos, indumentaria y recreación. Hay luego otro grupo de precios bajo fuerte intervención, son los que los analistas consideran reprimidos, que representan poco más de un octavo del IPC y que van a una velocidad de entre el 2% y el 20% anual. En este conjunto se destacan, obviamente, desde las tarifas públicas y privadas (transporte, luz, gas y telefonía) hasta la medicina privada. Pero hay un submundo de otros bienes y servicios, que son mucho más de la mitad del IPC, que si bien viene transitando a una velocidad de entre 20% y 40% anual ya se están acoplando, descoordinadamente, al grupo que viene liderando. ¿Quiénes son? Entre los más notorios, restaurantes, electrodomésticos, medicamentos, aceites, panificaciones y harinas, los alquileres, los lácteos y sobre todo los combustibles.
Lo que en el pasado hoy era una estrategia “cantada”, atrasar el tipo de cambio en un año electoral, no parece estar muy disponible este año, sobre todo en medio de la negociación con el FMI. Será clave cómo termine el I trimestre. Porque ya en varias oportunidades se ha señalado que no es igual para un gobierno comandar, en una situación difícil, este barco con una inflación de 1% o 2% mensual que con una de 3% o 4%. Menos en pandemia. Por eso es importante que la tasa del I trimestre no escale a dos dígitos. Y como no se ve en el horizonte el advenimiento de un tradicional plan de estabilización, no se descarta que el Gobierno tome medidas y haga algo para evitar la espiralización.
¿Qué hicieron los últimos dos gobiernos cuando se aceleró la inflación al 38% anual en 2014 y en 2016? El Gobierno de Cristina Kirchner optó por anclar el tipo de cambio y las tarifas en 2015. Luego en el administración Macri se eligió atrasar el tipo de cambio pero no las tarifas en 2017. ¿Cuáles fueron los resultados? Al pasarse de una devaluación del 35% con ajuste de tarifas del 92% a una del 12% y del 6% respectivamente, la inflación cedió al 28% en 2015. Pero luego desembocó en la aceleración de 2016 donde la devaluación fue del 65% y las tarifas subieron más de 220%. La receta Macri para desinflar llevó la inflación en 2017 al 25% pero un año más tarde la devaluación del 115% y el ajuste tarifario de 60% llevaron la tasa de inflación casi al 50%.
El Gobierno de Fernandez optaría por ir por la micro, vía controles de precios y regulaciones para descomprimir la presión inflacionaria. Aunque la tentación de atrasar el dólar estará a la vuelta de la esquina, la situación de las reservas del BCRA no le dan mucho margen. Veremos.
Fuente: Rosario Finanzas