El escenario estaba preparado para una gran demostración de unidad. Ese último refugio con que cuentan Alberto y su gobierno para sobrevivir a la tormenta: aunque nada les salga bien, mientras el peronismo se mantenga unido saben que seguirán teniendo chances de mantenerse a flote.
Con ese ánimo fue Alberto al acto en el estadio de La Plata. Y ocupó educadamente su lugar, rodeado por los accionistas de la sociedad anónima que nos gobierna.
Pero una vez más Cristina le ganó de mano, y usó la ocasión para lo que necesitaba: desentenderse de los costos acumulados a lo largo del primer año de gestión, y demostrar que ella es la que toma las decisiones realmente importantes, y lo será aún más en el futuro, dado los flacos resultados alcanzados por Alberto en uso de la “autonomía relativa” de que disfrutó hasta aquí como gerente.
Cristina ya no se preocupa por disimular el disgusto que siente hacia quienes ve como peones incumplidores. Quienes fueron encargados de administrar el poder que le pertenece, y no han logrado éxitos, sino papelones y fracasos.
Tampoco hace nada por desmentir la versión de que esa evaluación lapidaria se extiende al propio Alberto. Que lo sabe, y por eso se rebajó en La Plata al extremo de la genuflexión: “hice lo que me mandaste” afirmó, aludiendo al mismo criterio con que ella estaba desaprobándolo, “estar atento solo a lo que el pueblo quiere”.
Pero Alberto debería haber entendido ya que “lo que el pueblo quiere” no es interpretable, al menos no por él; se corresponde a lo que Cristina dice, siempre.
Y debería haber comprendido también, aún más importante, que si las cosas salen mal son él y su gente quienes deben pagar el pato, y les conviene no estirar demasiado las cosas.
No haber echado de su gabinete más que a la señora Bielsa, cuando él sabía ya desde hace meses que Cristina quería un refreshing mucho más amplio, a costa sobre todo de funcionarios “albertistas” que claramente no estaban funcionando (Solá, García, Cafiero, etc.) fue un error que no se le iba a dejar pasar. Ahora ya no le va a quedar otra que hacer los cambios que se le imponen, y dejar bien a la vista que los hace bajando la cabeza, resignado a acatar lo que Cristina mande, sacrificando a su gente.
Y ¿qué es lo que Cristina quiere y manda?, ¿tiene ella ideas más “claras” que Alberto?, ¿podría, imponiendo plenamente su voluntad, darle una mayor coherencia, un rumbo más reconocible, a una gestión que hasta aquí contribuye a agravar las cosas por la incertidumbre y desorientación que transmite?
En La Plata Cristina transmitió un mensaje bastante explícito al respecto, que no puede dejar tranquilo a casi nadie. Dijo la señora:
“Es necesario que pongamos mucho esfuerzo el año que viene para que los precios de los alimentos, los salarios, las tarifas vuelvan a alinearse en un círculo virtuoso que permita aumentar la demanda y la actividad económica.… Cuando no nos pueden parar ni en el Senado ni en la Cámara de Diputados, se van a los juzgados. Porque ojo, que nadie se engañe: el famoso lawfare no es solamente para estigmatizar a los dirigentes populares, es para disciplinar a los políticos, para que nadie se anime a hacer lo que tiene que hacer…. Les digo a todos y a todas: todos aquellos que tengan miedo, o que no se animan, por favor, hay otras ocupaciones además de ser ministros, ministras, legisladores, legisladoras. Vayan a buscar otro laburo. Necesitamos gente que los sillones que ocupe como ministro, ministra, legislador o legisladora, sea para representar los intereses del pueblo”.
En materia económica, y de cara al año electoral, por lo que se ve, la vice cree que la salida consiste en mayores dosis de intervención sobre las variables básicas de la economía, para forzar una reactivación del consumo a como dé lugar.
Eso y decir que no va a haber acuerdo con el FMI es más o menos lo mismo. Todas las promesas que Alberto y Guzmán le han venido haciendo a los directivos del organismo, que van a descongelar precios, incluidas las tarifas, y van a limitar el gasto financiado con emisión, etc., quedan así por completo desautorizadas. Y esos directivos ya tuvieron ocasión, en su visita al país, de comprobar a quién deben tomarle la palabra.
Ya Guzmán debía saber algo sobre cómo venia esta mano, porque en los últimos días dejó de repetir que el acuerdo con el Fondo era inminente, y empezó a buscar dólares en el fondo de la olla del Banco Mundial y otras posibles víctimas.
Pero, con todo, no es en relación a esos menesteres, sino en los judiciales que la invocación de Cristina al “coraje” que se requerirá de los funcionarios tiene los efectos más ominosos. Y una traducción práctica más incierta.
¿Para encarar qué batallas institucionales hace falta ese coraje?, ¿una contra la Corte, la oposición, y los dubitativos y tibios del propio peronismo, contra todos los jueces y fiscales que no se alineen? Parece que la señora apuntara a todos ellos, y al mismo tiempo. ¿Pero es que imagina que esa batalla sin cuartel que propone lanzar se desarrolle junto con la campaña electoral de 2021? ¿No ve acaso los inconvenientes que eso puede acarrearle a sus candidatos, ante una opinión pública que, por más que en algunos sectores relativice y mucho la importancia de los casos de corrupción, puede que no esté muy dispuesta que digamos a apoyarla en un plebiscito explícito por su “absolución definitiva”?
Más todavía si esa campaña se desarrollara en medio de una aceleración inflacionaria, y con la amenaza ostensible de un default aún más grave que el que este año evitó, mal o bien, Alberto.
¿Podría suceder entonces que, disgustada por los malos resultados hasta aquí alcanzados, crisis económica aguda y dilaciones en los procesos judiciales sumadas, Cristina busque intervenir más directamente en la toma de decisiones, pero para descubrir que las cosas a ella le pueden terminar saliendo aún peor que a sus empleados?
No es lo que se diga un pronóstico muy halagüeño para el 2021. Pero no habría que descartarlo.
Fuente: Periodico Tribuna