Los principios ecológicos y los valores sociales, buscan imitar los procesos biológicos y se basan en el manejo responsable de los recursos naturales. Esto es fundamental para mantener un ecosistema en equilibrio sostenible, y constituyen las bases en las cuales nace la Agroecología.
Sea en la huerta o en otros cultivos “su propósito es optimizar las interacciones entre las plantas, los animales, los seres humanos y el medioambiente, para obtener alimentos saludables y variados en un sistema alimentario justo y sostenible”, explicó Alicia Gadda –especialista en huertos orgánicos y referente del INTA Roldán, Santa Fe–.
Además del agua y la biodiversidad, uno de los recursos claves es el suelo, ya que aporta los nutrientes para el buen desarrollo y sanidad de las plantas. Según Gadda, este “debe ser tratado como un organismo vivo, ya que en él habitan macro y microorganismos, que viven fundamentalmente en las capas superiores, y aportan a la nutrición, aireación y estructura del mismo”.
Una de las prácticas indispensables es la asociación de especies, que incrementa la biodiversidad y la producción al hacer un mejor aprovechamiento de la superficie de cultivo, tanto en el espacio aéreo como terrestre. Al no competir entre sí por alimentos, las plantas pueden disponer mejor de los mismos.
La rotación es otra técnica que ayuda a mantener en equilibrio la huerta y aporta a la fertilidad del suelo. “Por ejemplo, si después de una hortaliza de raíz se siembra una verdura de hoja, al absorber de diferentes profundidades, tendrán disponibilidad de otros nutrientes”, indicó la especialista.
Proteger el suelo de la erosión es uno de los aspectos que resalta la agroecología. El mulching (mantillo o cobertura), ayuda a mantener la humedad, controlar la temperatura y evitar el desarrollo de malezas en el área de trabajo.
Por último, pueden aprovecharse los residuos orgánicos para hacer un compost. De esta forma pueden provecharse los restos de la cocina como verduras y cáscaras de frutas no cocidas ni condimentadas, restos de los cultivos, hojas de los árboles trituradas, si son grandes, cáscaras de huevos, café, yerba, tés y cenizas.
“Es fundamental incorporar tierra dado que en la tierra están los microorganismos descomponedores de la celulosa y son quienes van a descomponer el material que incorporamos a la abonera”, aseguró la especialista del INTA. Agregar lombrices, acelera el proceso, obteniendo un abono rico en nutrientes que pasa a denominarse lombricompuesto.
La compostera debe ubicarse en un lugar que resulte cómodo, y puede hacerse en pozo, sobre el suelo o en recipientes. Cada modalidad tiene sus indicaciones: en pozo hay que cuidar el exceso de agua si las napas están altas y no se encuentran protegidos de la lluvia, sobre el suelo puede hacerse en pila sin protección o bien contenido con una malla tipo gallinero, de metal o plástico o tablas. Y, en recipiente debe tener suficientes perforaciones que permitan el paso del aire ya que los microorganismos que intervienen en la descomposición son aeróbicos.
La duración del proceso va a depender del tamaño de la compostera, del material que se incorpore, la época del año y el clima, la humedad, aireación y sanidad de la abonera, pudiendo estar listo a partir de los dos a seis meses.
La humedad se controla para que sea la apropiada. La escasez de agua se resuelve incorporando material como cáscaras de frutas carnosas y jugosas, yerba húmeda y con un riego moderado. Por el contrario, frente al exceso puede corregirse con el agregado de tierra, ceniza, hojas y yerba secas, y tapándolo con un nylon o chapa para protegerlo de la lluvia.