Desde el 20 de marzo, cuando se implementó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, se pusieron en pausa muchas dinámicas de la vida cotidiana y es entendible la sensación de estar lidiando con una pérdida significativa.
La analogía del duelo puede ser útil para ejemplificar distintos planos de este 2020 marcado por una pandemia inédita, pero en esta nota usamos una lente específicamente económica. El aislamiento social significó el quiebre del único statu quo que conoce el sistema productivo de nuestro país: uno en el que trabajadores y consumidores compartían espacios de trabajo para producir y comerciar bienes y servicios. Una forma de organización en donde la proximidad física entre las personas no era una amenaza para la salud, sino un elemento esencial para el funcionamiento del sistema, el mismo que nos llevó a construir ciudades, fábricas y medios públicos de transporte.
La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross estudió los procesos de duelo y propuso que quienes lo atraviesan suelen transitar una serie de etapas: negación, ira, depresión, negociación y aceptación. Las primeras vienen acompañadas por un tsunami de emociones, a veces contradictorias, a veces erráticas, pero que eventualmente dan lugar a una instancia de aceptación. Aceptar no quiere decir estar satisfecho con lo que sucedió, sino entender que se aprenderá a convivir con ello.
La secuencia de Kubler-Ross resuena en nuestro propio accionar frente al Covid-19. El confinamiento estricto, por ejemplo, permitió ganar tiempo para preparar al sistema sanitario, pero se fundaba en una especie de negación colectiva que asumía una pandemia de corta duración e impacto acotado. También hubo tintes de ira entre las reacciones de diferentes grupos, como los que pujaban por un confinamiento severo y los que pedían liberar más actividades. A su vez, a medida que se fue asimilando que la crisis sanitaria era más que un shock transitorio se abrieron canales de negociación y se pusieron en marcha mecanismos para ir retomando actividades económicas y sociales.
El paso siguiente debe ser converger a una etapa de aceptación. “Aceptar” en
este contexto implica asumir la pandemia en todas sus dimensiones, incluyendo
las implicancias sanitarias, económicas y sociales. La imagen que emerge es
cruda y, dada su complejidad, se resiste a interpretaciones polares. Por el
contrario muestra que, en tanto no haya vacuna, es necesario readaptarnos para
convivir de la mejor manera posible con el virus. Lejos de las soluciones de
esquina, se trata de encontrar el balance para retornar a la producción y al
trabajo minimizando el riesgo de contagio entre las personas
¿Cuál es la magnitud de ese esfuerzo de adaptación para la estructura productiva argentina? En el documento “Hacia una economía de baja proximidad física” cuantificamos los riesgos sanitarios asociados al trabajo y encontramos que volver al escenario de partida no es una opción viable desde el punto de vista de la salud. También que los mecanismos básicos para convivir con el virus en el mundo laboral ya están en marcha. Durante los últimos meses las autoridades implementaron un sistema de protocolos sanitarios con una serie de medidas para la prevención y mitigación de los riesgos. Las medidas abarcan todo el espectro entre dos extremos: uno con riesgo sanitario mínimo pero impacto productivo elevado (por ejemplo, la suspensión temporal de trabajadores) y otro con mínimo impacto productivo pero riesgo sanitario más elevado (por ejemplo, la provisión de guantes y barbijos). Entre estos hay medidas intermedias como la sustitución del riesgo a través del teletrabajo, la reingeniería de los espacios físicos para garantizar distanciamiento y los controles administrativos como los turnos para evitar aglomeraciones.
El sistema de protocolos sanitarios implementado en Argentina es un primer paso en la dirección correcta. La siguiente etapa, indispensable a esta altura, es imprimirle la efectividad y sostenibilidad necesarias a través de mecanismos de evaluación y aprendizaje continuo. Tanto el diagnóstico de los riesgos como el diseño de los protocolos deben adaptarse a los avances en lo que vamos conociendo sobre el virus. En el proceso actual coexisten protocolos a nivel nacional, provincial, sectorial y de las empresas. La diversidad de actores involucrados es un arma de doble filo: puede enriquecer la información, pero también generar inconsistencias y dificultades para comunicar e implementar adaptaciones y mejoras.
En esta nueva etapa, el ciclo de vida de los protocolos debe ser flexible por diseño e incluir etapas de evaluación e iteración que, además de garantizar el cumplimiento de las medidas, contemple su actualización, homogeneización y difusión. Por otro lado, documentar estas instancias es la única manera de empezar a entender en qué medida los contagios se explican por la actividad económica y generar evidencia sobre la eficacia del sistema de protocolos como mecanismo de retorno seguro al trabajo.
Una condición adicional es intensificar el diálogo social. La economía de
baja proximidad física solamente puede funcionar con la cooperación de cada uno
de los actores sociales involucrados. El sector público, el sector empleador y
los trabajadores tienen un rol clave por cumplir en el diseño, implementación y
evaluación del sistema. Sin el aporte de cada individuo que forma parte del
proceso productivo y la coordinación de la política pública, la estrategia no
tiene posibilidades de éxito.
A lo largo de los últimos meses el mercado de trabajo tuvo que lidiar con el fin del sistema productivo que conocíamos y hoy se enfrenta a un conjunto de dilemas sanitarios, sociales y económicas muy complejos. Relegar cualquiera de estas tres dimensiones sería retroceder a una etapa de negación. Para seguir adelante hay que aceptar que, al menos en el futuro previsible, tenemos que convivir con el Covid-19 y necesitamos alinear esfuerzos para conseguirlo.
Por Ramiro Albrieu y Megan Ballesty Investigador principal y coordinadora
del Programa de Desarrollo Económico de CIPPEC
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Fuente: El Economista