A partir de una resolución del Consejo Directivo del INTA, del 3 de agosto de 1990, inició su actividad el Proyecto Integrado “Promoción de la Autoproducción de Alimentos (ProHuerta)”, concebido con el objetivo de contribuir a mejorar la seguridad y la soberanía alimentaria en los sectores vulnerables de la población. Se creó en el escenario de una severa crisis en la Argentina y actualmente, tras 30 años, ratifica sus credenciales en el contexto de la pandemia por el coronavirus –declarada en marzo de 2020 por la Organización Mundial de la Salud–, que empeoró los indicadores socioeconómicos en el país.
Este programa del INTA está enfocado en contribuir a garantizar la soberanía y seguridad en zonas urbanas y rurales, con el impulso de la agroecología para el auto-abastecimiento, la conformación de sistemas locales de producción, el arraigo y la organización social; a través de la capacitación, la asistencia técnica, el desarrollo de tecnologías apropiadas y el financiamiento de proyectos productivos.
Tiene, en la actualidad, más de 4.000.000 de personas como beneficiarias, gracias a una red federal de 9.192 promotores voluntarios –un 67 % son mujeres–, 744 ferias agroecológicas y la coordinación con más de 3.000 organizaciones e instituciones. Del total de las huertas con las que trabaja en todo el país –637.847– casi el 97 % son familiares.
Para Susana Mirassou, presidenta del INTA, el ProHuerta es la nave insignia del INTA que busca “mostrar cómo se pueden hacer las cosas bien, complementando esfuerzos y poner en el centro de la escena a las organizaciones barriales y rurales”.
El programa tiene un rol educativo, pero también tiene la capacidad de potenciar vocaciones sobre la siembra y la cosecha de frutas y verduras para acceder a los alimentos en zonas muy lejanas. “Las 3000 organizaciones e instituciones que trabajan junto con promotoras y promotores barriales que llevan el trabajo del ProHuerta a los rincones más recónditos del país”, dijo la Presidenta del INTA.
En ese sentido, Mirassou consideró que en estos 30 años el organismo “ha transitado las distintas etapas de este programa que se ha ido renovando en el intercambio con las comunidades”. Y agregó: “El INTA acompaña técnicamente, pero los verdaderos protagonistas son las organizaciones e instituciones que se comprometen con la comunidad y hoy, en este contexto de pandemia, adquieren una relevancia central”.
En la actualidad, “el trabajo del ProHuerta, además del abastecimiento de las familias, tiene que ver con la comercialización de los excedentes, la producción agroecológica, el acceso al agua potable y el desarrollo de ferias y mercados populares de proximidad, entre otros aspectos”, destacó Mirassou.
En este sentido, Maria Rosa Scala –directora nacional asistente de Transferencia y Extensión de INTA– destacó el valor de la co-gestión entre el Ministerio de Desarrollo Social y el INTA que permitieron ampliar miradas, actores y posibilidades de desarrollo en cada rincón del país donde nace, crece, llega y se despliega el programa.
“ProHuerta es participación, siempre es presente y futuro, es desafío y calidad vida en cada lugar al que llega. ProHuerta es granja, frutales, huertas compartidas, huertas escolares, es feria, es agua, es trabajo, es semilla y, también, “casas de semillas” y “guardines de semilla”, es producción agroecológica y biodiversidad”, celebró Scala.
“La huerta agroecológica es un punto de partida, un espacio de aprendizaje, de recreación de proyectos, de valoración y empoderamiento, de autoestima y dignidad”, enfatizó Scala quien puntualizó: “En cada siembra nace la esperanza, el diálogo, nuevos saberes, la atención, el compromiso y el cuidado. Allí se despliega el nacimiento, el proceso y el fruto, nace el festejo, el logro y el compartir”.
“Desde la Dirección Nacional Asistente de Transferencia y Extensión de INTA
queremos saludar, agradecer, felicitar y agradecer el compromiso de las
promotoras y promotores voluntarios, el trabajo codo a codo de cada profesional
comprometido con el programa valorando las articulaciones de municipios,
comunas, entidades, instituciones, escuelas, organizaciones que acompañan y
trabajan en red construyendo capital social en el territorio”, subrayó Scala.
El programa se inició en el marco de la crisis de 1989, que produjo un colapso en el abastecimiento alimentario para los sectores más vulnerables de la población. Con esa situación, que persistía a comienzos del siguiente año, el INTA empezó a dar forma a un programa de huerta y granja.
Para Daniel Díaz, coordinador del ProHuerta desde su creación hasta el 2006, lo armaron en tiempo récord, a pedido de la Secretaría de Agricultura –en ese momento a cargo de Felipe Solá–, con expectativas de acceder al financiamiento del Ministerio de Bienestar Social.
Según investigaciones del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires, sobre la evolución del consumo de alimentos en Argentina, “lo que se veía era que, en los sectores más vulnerables de la población, la baja del consumo de frutas y hortalizas era muy marcada, y que ello tenía consecuencias en la salud de las familias”, manifestó Díaz.
Un nuevo ministro de Bienestar Social echó por tierra la posibilidad de ese financiamiento. No obstante, “se resolvió continuar con el proyecto de acuerdo con las capacidades presupuestarias que tenía el INTA”, precisó Díaz quien agregó que se resolvió que la adhesión sea voluntaria para implementarlo en esas estaciones experimentales, agencias o centros regionales que quisieran, siempre que no generara una complicación política a la institución, ya que estaba destinado no solo a pequeños productores sino mayormente a población urbana en situación de pobreza, que no era, hasta ese momento, sujeto del accionar del instituto.
El desarrollo del ProHuerta se sostuvo en experiencias previas del INTA, tales como el Hogar Rural –orientado a la familia rural– y se originó como una iniciativa de seguridad y soberanía alimentaria. “Sus objetivos eran mejorar la condición alimentaria de familias en situación de pobreza, complementar la alimentación a través de la autoproducción de alimentos, promover una dieta más saludable, compuesta por alimentos más variados y de mejor calidad, mejorar el gasto familiar en alimentos e incrementar la participación y organización comunitarias para resolver los problemas alimentarios”, expresó Díaz.
La apuesta por la huerta orgánica
“En la propuesta técnica del programa nos jugamos fuerte por la huerta orgánica o agroecológica, lo que generó no pocas discusiones, pero estábamos convencidos de que el modelo debía ser ése, en base a cuestiones conceptuales y prácticas”, explicó Díaz quien agregó: “Íbamos a trabajar con gente muy pobre, entonces teníamos que generar un modelo de huerta que fuese a costo cero. Debíamos producir los alimentos con lo que había del alambrado para adentro”, aseguró.
Además, se consideró que, si se manejaban bien las rotaciones y las asociaciones de cultivos, podía mejorarse la diversidad de cada huerta y la calidad del suelo.
Para Díaz, debían “contar con un modelo que permitiese, a través de la capacitación y el acompañamiento técnico, que el suelo fuera mejorando en su calidad, que sea biológicamente rico”.
También se tuvo en cuenta que la huerta estaría muy próxima a la vivienda de las familias y que, además, se trabajaría con niños en las escuelas, por lo que decidieron prescindir de agroquímicos u otros productos de síntesis a fin de evitar riesgos.
“Junto a la huerta orgánica intensiva propusimos otro modelo: la chacra, una asociación de tres cultivos (maíz, zapallo y poroto), que es la “milpa” de las culturas de América Central y en las culturas andinas”, aseguró.
Con respecto a la provisión de semillas, optaron por esas que se adecuaran a las características promovidas por el ProHuerta. “Encontramos que la Federación de Cooperativas Agropecuarias Limitada de San Juan (FECOAGRO) estaba comenzando a producir”, comentó Díaz.
Iniciaron con unos cientos de kits, después unos miles, confeccionados según
aquellas que se calculaban para una huerta con una superficie de aproximadamente
100 metros cuadrados, con la condición de que fueran variedades y no híbridos y
que las semillas no tuvieran tratamientos químicos. “Cuando el programa toma más
importancia, la compra se hizo por licitación pública”, indicó.
Mucho más que producción hortícola
El aspecto por el cual el programa es, en la actualidad, principalmente reconocido es la producción hortícola. Sin embargo, ese es solamente uno de los siete ejes temáticos abordados, al que se suman la granja, los cultivos locales, los frutales, los grupos de abastecimiento local de alimentos, la comercialización y el acceso al agua.
Con respecto a los públicos objetivo priorizados, están los jóvenes, las mujeres y la población originaria. Los primeros, para contribuir a su integración y arraigo en sus comunidades y el territorio; el segundo grupo, en el enfoque de género, en pos de una mayor equidad e inclusión social; el tercer conjunto, teniendo el eje en apoyar sus modos de producción y organización social y fortalecer la autogestión, el bienestar colectivo y el control de la comunidad sobre sus recursos.
Con respecto a las áreas en las cuales se sitúan las huertas y granjas involucradas, el 70 % está en zonas urbanas y periurbanas de más de 3.700 localidades, barrios y parajes de todo el país. Así se sostiene su estrecha vinculación con el concepto de “agricultura urbana”.
Sus estrategias de acción son integrales: abarcan desde la asistencia técnica
y capacitación, entrega de insumos críticos –semillas, animales de granja,
herramientas y materiales–, el financiamiento de proyectos, la formación y el
fortalecimiento de red promotores y la comunicación acerca de temas
estratégicos, con énfasis en perspectiva de género y enfoque intercultural.
Impactos actuales del Prohuerta
Para las huertas familiares –617.975 a lo largo del país– y las comunitarias –1.826–, los modelos atienden apropiadamente las condiciones de autoabastecimiento. Con respecto a las escolares –13.000–, cumplen un rol motivacional y pedagógico y complementan subsidiariamente el aprovisionamiento del comedor.
Por las evaluaciones nutricionales realizadas, según las estimaciones de producción de huertas familiares típicas, las mismas cubrirían alrededor del 72 % de la recomendación global de consumo y cerca del 75 % y 37 % de las recomendaciones de vitaminas A y C, respectivamente. En términos de nutrientes críticos (no aportados por otros programas alimentarios), ProHuerta permitiría, acompañado de una propuesta regular de educación alimentaria, un salto cualitativo hacia la diversificación de la dieta de las familias beneficiarias.
Articulando el programa con instituciones locales, en los últimos años, más de 16 mil familias de los parajes donde el agua es insumo crítico, están logrando acceso directo mediante tecnologías como cisterna placa, protección de vertientes, pozos someros, represas, canalizaciones y perforaciones.
Desde la perspectiva ambiental, contribuye a mejorar las condiciones sanitarias del área donde discurre, fortalece la biodiversidad con la producción de especies autóctonas o desplazadas adaptadas a nivel local e integra técnicas ancestrales con avanzados conocimientos agronómicos, a fin de facilitar a la población destinataria que produzca sus alimentos de manera eficiente, social, económica y sustentable, teniendo como eje principal la agroecología.
El relevamiento de las áreas en que se sitúan las huertas y granjas
involucradas revela que casi el 70 % está en las áreas urbanas y periurbanas de
más de 3.700 localidades, barrios y parajes de todo el país. De ahí que está
estrechamente vinculado al concepto de “agricultura urbana”.
Logros que trascienden las fronteras
Lo que empezó como un proyecto a corto plazo se convirtió en un camino de crecimiento y cooperación. Comenzó en los centros regionales Buenos Aires Sur y Santa Fe, las estaciones experimentales de Trelew, Mendoza y San Juan, la Agencia de Extensión de Villa María –Córdoba– y el Gran Buenos Aires –a cargo de la Coordinación nacional de ProHuerta–, y se extendió a todo el país.
La trama interinstitucional que se conformó es otro logro relevante e inédito, no sólo para el INTA, sino también para otros organismos nacionales. Todo a partir de una alianza estratégica permanente con el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (MDS), que incorporó al programa en el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria en 2003.
Por el interés que despertó por parte de organismos internacionales, el ProHuerta trascendió las fronteras. A mediados de los 90, fue requerido para ir a Armenia, donde en dos años, se produjeron más de 1.000 huertas y se tradujeron los materiales al idioma de ese país.
En 2001, Panamá pidió conformar un programa equivalente en ese país y luego sucedió lo mismo con Colombia y Bolivia.
A través de Naciones Unidas, en el año 2005, la Argentina es convocada a colaborar con la pacificación y desarrollo de Haití, mediante la participación del INTA, el Ministerio de Desarrollo Social y la Cancillería, lo cual dio lugar al programa Pro-Huerta Haití. Con más de 10 años de duración, un equipo de casi 30 técnicos haitianos y aporte de ocho cooperaciones internacionales –principalmente de Canadá, España y Unasur–, alcanzó a cerca de 300 mil personas en todos los departamentos del país. Esta experiencia le valió a la Argentina un premio de Naciones Unidas.
Después se iniciaron proyectos con Guatemala y Mozambique y comenzaron los cursos internacionales en la Argentina, para técnicos de América Latina y el Caribe y África –con apoyo del Ministerio de Desarrollo Social, INTA, Cancillería y JICA– para diseñar programas equivalentes al ProHuerta.