Permítanme una opinión.
No vayan a creer que lo sucedido con Vicentín es cosa de este gobierno.
Existen arraigadas ideologías que, aparte de cierto resentimiento en algunos casos, permiten sostener a buena parte de la dirigencia que la producción agraria termina siendo contraproducente para el desarrollo industrial del país.
Desde la década de 1940, ha venido imponiéndose tal creencia, bajo la influencia de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de la escuela estructuralista latinoamericano y de un empresario-economista, Marcelo Diamand.
Bajo la prédica de Raúl Prebisch de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en esa década se sostenía en el deterioro de los términos de intercambio. Es decir que por cada grano, cada año que pasara, menos productos industriales podría comprar el país.
Esa gente creía en la existencia de una excesiva especialización en bienes del sector primario y de baja diversidad productiva, de niveles muy dispares de productividad sectorial y de una oferta ilimitada de mano de obra con ingresos próximos a la subsistencia. También estaban convencidos de que la estructura institucional era escasamente proclive a la inversión y al progreso técnico.
Pensaban que las exportaciones agrícolas deprimían el tipo de cambio y así las industrias no podían ser competitivas. No entendían que el agro dispara eslabones, tanto aguas arriba como abajo, de industrias de todo tipo.
Fíjense que, en medio de este “locura”, la industria de maquinaria agrícola ha vendido en el mercado interno más que el año pasado.
En cuanto a lo institucional, pensaban que la capacidad fiscal resultaba insuficiente, en un esquema de inversiones improductivas y de consumo superfluo con escasos incentivos a la inversión y al progreso tecnológico.
Esta forma de analizar las cosas de nuestro país sigue vigente, pese a que la CEPAL luego revisó su postura para adaptarse a los nuevos tiempos.
Así se han abierto las puertas a las políticas de sustitución de importaciones, que presuntamente lograrían un alto nivel de industrialización, que aún muestran claros signos de vitalidad. Que se expresan en conceptos de fuerte atracción electoralista como es el de batir banderas de “soberanía”, que apelan al nacionalismo.
Una parte considerable de la dirigencia parte de la premisa de que existe un sector primario, con una renta de la tierra extraordinaria, que no puede generar empleo ni industrias de consideración.
Estas ideas luego derivaron en la posibilidad de aumentar los fondos públicos y señalar que con tales estrategias se podían reducir los precios de los alimentos. El propósito electoralista es claro.
La dicotomía campo-industria no existe. Es una falacia que genera una suerte de puja. En esta puja, la cadena agroindustrial, debe tomar parte mediante un adecuado marketing político, a fin de concientizar a la sociedad sobre el vital papel de la agricultura y la ganadería como generadores de eslabones industriales y de demanda laboral, tanto aguas arriba como aguas abajo.
Como es en Estados Unidos, un país enormemente agrícolas y muchos países avanzados. Sólo si la sociedad advierte su importancia, las amenazas internas tenderán a desaparecer.
Ránking de países exportadores de maquinaria agrícola
El agro unido y la cadena de valor correspondiente neutralizarán las fuerzas negativas, en tanto y en cuanto operen sobre el análisis de la realidad, mediante cuantificaciones científicamente comprobadas, y sepan comunicarla adecuadamente a la sociedad toda.
La debilidad del agro reside en los conflictos internos. Es impostergable lograr la unión.