Frente a una creciente demanda de alimentos en el mundo, la intensificación productiva se vuelve una realidad que choca con una dicotomía de conservar o producir. En la Argentina ya se aplican tecnologías que permiten combinaciones de sistemas silvopastoriles (SSP) que superan esta división y son el resultado de la innovación técnica, el reconocimiento de los servicios ambientales y el control social.
La combinación de la forestación con la ganadería abarca 34 millones de hectáreas en el país y presenta ventajas económicas y ambientales. Esta técnica se extiende en diversas zonas y compatibiliza las posibilidades de una ganadería más intensiva, un manejo forestal y el mantenimiento de las funciones del ecosistema. Este será el tema central del nuevo número de la Revista de Investigaciones Agropecuarias del INTA (Vol. 42 Nº 2).
Para Marcelo Navall, ingeniero forestal del INTA Santiago del Estero, la posibilidad de compatibilizar una ganadería más intensiva, un manejo forestal y el mantenimiento de las funciones del ecosistema, es posible.
Los sistemas silvopastoriles surgen como una alternativa que optimiza la utilización de los recursos naturales. Entendidos como la combinación del manejo forestal y la ganadería, pueden cuadruplicar la producción respecto del ganadero extensivo, entre otras numerosas ventajas económicas y sociales para el productor y el ambiente.
De acuerdo con Pablo Peri, ingeniero forestal del INTA Santa Cruz, UNPA – CONICET, los SSP son la modalidad “de uso de la tierra más frecuente en amplias zonas del país”.
Destaca que en todas las circunstancias presentan ventajas comparativas a los sistemas ganaderos o forestales puros en el aspecto productivo, ambiental y social. Y reconoce el aporte a la sustentabilidad ambiental por tratarse de una alternativa que permite la protección de los bosques nativos –en línea con los objetivos de la Ley Nacional 26.331– y la recuperación productiva de las amplias zonas de bosque nativo degradado.
Los SSP instalados en forestaciones optimizan el uso de recursos, diversifican las producciones y son compatibles con la producción de madera de calidad. Es así que en los últimos 15 años se han expandido, principalmente con bosques cultivados en Misiones, Corrientes, Neuquén y la zona del Delta bonaerense del río Paraná, mientras que su implementación en bosque nativo se concentra en la región Patagónica y Chaqueña.
Alimentos funcionales
Representan una oportunidad para el sector agroalimentario ante una creciente demanda de alimentos saludables. Con un mercado local en formación, el INTA acompaña la tendencia a través de la generación de conocimiento y de tecnologías orientadas al desarrollo, diferenciación y valorización de estos productos.
Entre los productos considerados funcionales se encuentran los lácteos enriquecidos con vitaminas, minerales, fitoesteroles u omega-3, y con probióticos -microorganismos vivos que, al ser ingeridos en cantidades suficientes, ejercen un efecto positivo en la flora intestinal-.
Este tipo de alimentos proporcionan beneficios para la salud aunque no son considerados medicamentos y, más allá de la nutrición básica, son capaces de generar evidencia científica de que mejoran una o varias funciones en el organismo.
La funcionalidad se consigue mediante diferentes estrategias: maximizar la presencia de un compuesto funcional en el propio alimento, la incorporación externa de un componente bioactivo, el incremento de la biodisponiblidad del compuesto de interés, entre otros.
La generación de conocimiento y de tecnologías ha dado lugar a huevos con omega-3, queso enriquecido, aditivo en polvo y hasta una leche funcional. En el desarrollo, diferenciación y valorización de este tipo de alimentos no solo se dio respuesta a la demanda de valor y calidad de los consumidores sino también a una mayor competitividad del sector agroindustrial nacional.
Genética aplicada
La transgénesis y los organismos genéticamente modificados (OGM) permitieron la obtención de cultivos tolerantes a herbicidas (TH) y resistentes a insectos (Bt), avances que ayudaron reducir los costos de producción –por el menor consumo de combustible y cantidad de labores y aplicaciones– y disminuir el impacto ambiental por el menor uso de insecticidas, entre otros.
Frente a la pregunta de qué es un cultivo genéticamente modificado, la investigadora Ruth Heinz, directora del Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVyA) del INTA, lo define como “una planta cuyos genes fueron modificados mediante ingeniería genética”.
Para Heinz, la modificación introducida “le otorga a la planta nuevas características beneficiosas como: resistencia a enfermedades, virus, bacterias, hongos, plagas, tolerancia a herbicidas y a estreses como pueden ser sequías, heladas y altas temperaturas”. Y, además, puede contribuir a cambiar los rasgos nutricionales de frutos o semillas, por ejemplo, aumentar el contenido de vitaminas o la proporción de ácidos grasos o aceites saludables.
La modificación genética es una técnica más entre un abanico de procesos que se pueden realizar para mejorar la agricultura. Pero un nuevo cambio de paradigma propone a la edición de genes como la herramienta que permitirá desarrollar cultivos más eficientes en el consumo de agua y en la absorción de nutrientes, con ciclos más cortos y resistentes a los eventos climáticos extremos.