Aunque nació en Rumania, el tono que el filósofo y ensayista Tomás Abraham da a sus respuestas tiene el típico acento del argentino que, como señaló Borges, considera el universo su patrimonio legítimo. Este autor formado con Michel Foucault en Vincennes y egresado de la Sorbona fue una figura clave durante el retorno de la democracia en el ámbito educativo. A su cátedra del Ciclo Básico Común de la UBA, bautizada "Problemas filosóficos" en 1984, asistían multitudes de jóvenes y adultos que empezaban a apreciar el placer de pensar por cuenta propia.
Desde La guerra del amo r y el ya clásico Pensadores bajos hasta su libro más reciente, La máscara Foucault. De París a la Argentina (Paidós), ha publicado más de veinte libros. Semanas atrás, a raíz de una medida impulsada por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para las personas mayores de 70 años (él tiene 73), difundió una irónica solicitud "para estar chocho" en la cuarentena. "Soy filósofo de nueve de la mañana a seis de la tarde, es decir, cuando trabajo; si fuera filósofo todo el día viviría solo y aislado no por el virus, sino porque nadie me soportaría ni yo a mí mismo -dice sobre su propia experiencia pandémica -. Estoy escribiendo un libro y hago un trabajo grupal de filosofía online , además de lavar ropa, pasar la aspiradora, limpiar el baño, hacer compras, cocinar, pagar cuentas, todas tareas que comparto con mi mujer". Para Abraham, filosofar es una experiencia apasionante y transformadora, en la que un emisor y un receptor intercambian sus papeles. "Y su materialización es el libro y el seminario", agrega.
¿Cómo lleva la cuarentena a nivel personal y cómo observa este acontecimiento inédito desde el punto de vista social?
La llevo bien porque estoy acompañado, tengo lo que necesito, me arreglo con mis obligaciones y tengo mucho trabajo. La llevo mal porque no me gusta estar encerrado, no ver a mi familia, abrazarlos, conversar, jugar con nietos. Tengo llamadas esporádicas con amigos, y con otros, con los que también tengo amistad, formamos un grupo de trabajo filosófico dos veces por semana. Algunos viven en la Argentina, en Buenos Aires o en otras provincias, y otros en México, Bolivia, Alemania. Nos encontramos por Internet. Respecto de lo social, es bien miserable esquivar gente en la calle, alejarse de otros, mirar con sospecha a los que no usan barbijo, estar alerta y con miedo cuando se sale, especular con el contagio y reforzar el sistema de defensa. Creo que nadie se siente bien con este modo de vida, que considero inevitable por el momento. Y es más que penoso y angustiante que no se tenga ingresos por falta de trabajo y por el cierre de todo tipo de establecimientos, ni hablar de los despidos y suspensiones.
¿Qué opinión tiene de los escritos de filósofos internacionales sobre la cuarentena por Covid-19?
Leo algunos porque me interesa lo que dicen los filósofos sobre la actualidad. Ahí se ve qué es lo que aporta la filosofía para pensar los desafíos del presente y las dificultades de la coyuntura. Sabemos que la erudición filosófica no es ninguna garantía, porque saber no alcanza; además, hay que pensar y tener información. Los diagnosticadores precoces de los países centrales, y los locales, con vocación de cóndores y deus ex machina solo reconocen en el presente lo que siempre han sabido. No aportan novedades porque no hacen más que confirmar lo que presuponen. Son ideólogos que aplican la matriz de un molde y le dan la forma que buscan. Pueden llamarla sociedad concentracionaria, capitalismo neoliberal, sociedad del cansancio, sociedad de consumo, de riesgo, líquida, de conocimiento o posverdad. Lo importante es rubricar y pedir la patente. Son intelectuales globales pero en realidad de aldea, vecinos de un patio común. ¿Quién no sabe lo que dirán Slavoj ?i?ek, Giorgio Agamben o Alain Badiou, a pesar de la inesperada adhesión de este último a la política de confinamiento de Emmanuel Macron? El que me sorprendió fue el coreano Byung-Chul Han.
¿Por qué?
Por la fascinación que tiene por un sistema policial eficaz. Al menos fue original, por lo disparatado e irresponsable, al elogiar un sistema a la Orwell o a la Bentham, con doscientos millones de cámaras y un fichaje de cada uno de nuestros gestos, el conocimiento de nuestros vínculos y de nuestro grado de sometimiento a un régimen político. Como si le diera la razón a Agamben, que ve alambrados de púas por todas partes. Los que hablan del fin del capitalismo viven en una burbuja; por el contrario, este es el comienzo de un refuerzo de la hegemonía del capitalismo salvaje, que es el que presenta ya hace tiempo el capitalismo chino y sus socios asiáticos. Lo que cambió con la pandemia es el fortalecimiento de ese tipo de capitalismo y una nueva etapa en sus fases de destrucción creadora. De todos modos, me interesa leer a los que piensan con un poco más de imaginación e información, y son los que dicen que no tienen la menor idea de lo que vendrá. En ellos me detengo porque me hacen pensar que lo que vivimos no tiene antecedentes. Tampoco me interesan demasiado los que pregonan la colaboración mundial entre los Estados o la eliminación de las fronteras nacionales, propuestas ideales con las que nadie está en desacuerdo, aun los que la sabotean.
¿Por qué es importante escuchar la voz de los pensadores en estas circunstancias?
Pensador es una palabra cursi, es alguien que pone cara de meditar cuando en realidad está roncando. Pastores laicos y religiosos sobran, la pulsión pedagógica y moralizadora es lo que más abunda, en especial en un país al que muchos se complacen en diseñar como un jardín de infantes, para recordar a una enorme poeta nacional. Hoy las voces que se escuchan dicen todo el tiempo lo mismo: tantos muertos por día, tantos contagiados, la curva, el pico y la meseta. Mientras tanto todos esperamos la Vacuna, con mayúscula, rezamos a Hipócrates para que nos ayude, estamos dispuestos a ofrendarle todo un gallinero a Esculapio con tal de acabar con todo esto.
¿Cree que, como señalan algunos, se refuerzan mecanismos autoritarios por parte de los gobiernos? ¿Cómo se desarticularía ese proceso "biopolítico"?
Hay mucha gente con disfraz de justiciero que añora épocas de tiranía, pero lo expresa al revés. Se espantan porque hay policías en la calle para que mantengamos la llamada distancia social, no quieren ninguna vigilancia, ninguna prevención, quieren ser libres como gorriones, denuncian micropoderes, macropoderes, poderes en general. En realidad, todo lo que les gustaría ejercer a ellos mismos o que otros lo hicieran con arbitrariedad y violencia. Es una psicopatía a veces ingenua, otras no tanto, y una forma de autointoxicación ideológica que se renueva. En lo que atañe a la biopolítica, efectivamente, estamos ante una figura nueva de una idea que tuvo Michel Foucault cuando se refería a un sujeto social que no son las clases sociales, las instituciones o los aparatos culturales, sino las poblaciones. Que los aparatos de Estado y los circuitos de poder deban pensar en una política de salubridad, natalidad, una política migratoria, en los modos en que hay que mejorar la vida, y que también incluye los modos en que se planifica la muerte. Hoy se discuten cuestiones que tienen que ver con quiénes merecen seguir viviendo y quiénes no.
¿Qué diría sobre la preeminencia de la palabra o el discurso médico en este momento?
Cuando hay una enfermedad corporal se va a un médico; cuando hay una pandemia, interviene el saber médico. Se puede no creerle del todo a un médico, desconfiar de la medicina porque no es una ciencia exacta, no desear vivir bajo ninguna tutela en nombre de la emancipación individual, ser dueño del propio cuerpo, etcétera. Pero la medicina no es solo un discurso, sino también una práctica que se ejerce en instituciones que tienen un control y un protocolo bastante más riguroso que otro tipo de asociaciones que agrupan a santones, magos y naturalistas místicos. En el caso de la pandemia, no puede restringirse el fenómeno a la medicina; es un asunto de biopolítica, de control político de lo que se hace en los laboratorios, de cooperación planetaria para evitar accidentes que provoquen daños masivos o que, nunca hay que descartarlo del todo, haya quienes programen accidentes para fortalecer su poder.
¿Cómo evalúa a las fuerzas políticas en la Argentina durante la pandemia? ¿Y a la sociedad?
Hay una pausa en la confrontación política porque los problemas que presenta la pandemia no dan para debates retóricos, además de exigir medidas urgentes que no permiten ventajas partidarias. Es una tregua, pero no un acuerdo. Un Estado sin recursos propios, con la declaración de una virtual quiebra, con una moneda nacional que nadie quiere atesorar, un aparato productivo paralizado, una pobreza siempre creciente, y la desconfianza generalizada de quienes pueden aportar capital para crear fuentes de trabajo, exige de la dirigencia política algo más que la lucha por el poder, porque ejercer el poder en una situación así necesita inevitablemente de acuerdos. En situación de catástrofes, guerras, crisis graves, las divisiones internas solo favorecen a los aventureros y a los trepadores que aprovechan el descontento generalizado para apropiarse de lo que queda. La sociedad está dividida en clases, se distribuye en territorios diferenciados, tiene modos de vida distintos. Con la pandemia resaltan aún más estas diferencias. El encierro difiere en cuanto al hábitat, a los ingresos, a las zonas. Hasta hoy la población cumple con la cuarentena, pero ya hay impaciencia por flexibilizarla por la necesidad de trabajo y la ansiedad que produce no salir.
En el plano internacional hubo diferentes respuestas. ¿De cuál se siente más alejado y de cuál más cerca y por qué?
Angela Merkel está en uno de los polos y Donald Trump y Jair Bolsonaro están en el otro. La primera trasmite responsabilidad, respeto por las libertades y los derechos, además de eficiencia. Bolsonaro y Trump utilizan un lenguaje patotero, provocador, cínico, que puede dar para un stand up , pero no para conducir un país y menos en una situación como la actual. Respecto de Alberto Fernández, creo que lleva las cosas con mesura, cuidado y atención, intentando equilibrar una situación descompensada en extremo; el problema está en la falta de recursos, una infraestructura deteriorada y la inoperancia de sectores de la burocracia estatal.
¿Para qué sirve la filosofía en situaciones como la actual?
La filosofía sirve a quienes les interesa estudiar; pensar es un trabajo, y lo que pensaron los filósofos en dos milenios y medio ha sido registrado por escrito. Por supuesto que un mensaje por YouTube de alguien que se dice filósofo puede ser útil, todo puede ser útil, se puede despertar una vocación musical en un ascensor al escuchar música funcional. Para mí la filosofía tiene que ver con la disputa verbal que inventaron los griegos para dirimir cuestiones comunes de la ciudadanía y preguntarse por la conformación del mundo como tal, convertida en literatura por Platón y en tratado silogístico por Aristóteles. Recomiendo leer El nacimiento de la filosofía de Giorgio Colli y La voluntad de saber de Foucault.
¿Sigue siendo la muerte un motivo filosófico y social o es un tema tabú?
La muerte es todo eso. Tema filosófico porque la filosofía de la existencia, desde Kierkegaard hasta Heidegger y Chestov, lo toma como eje de su problemática. Es un tema social actual porque hay riesgo de muerte para una franja etaria específica. Y es un tema tabú porque es el fin de los fines y por lo general nadie se quiere morir y le tiene terror. Hay sociólogos, historiadores, antropólogos que afirman que escondemos la muerte, y que hubo culturas que convivieron con ella. No lo sé. Pero sí sé que por algo hace miles de años tanto Buda como Platón inventaron esta cuestión de la transmigración del alma, y las religiones son salvíficas, trascendentes y hablan de un más allá. A especialistas en ética y darwinistas de izquierda como Peter Singer que denuncian la matanza de animales para satisfacer nuestra carnevoracidad no se les mueve un pelo respecto de la discriminación entre viejos y jóvenes ante un único respirador. Lo que sí me doy cuenta es de que la muerte ha sido un tema que he tratado de administrar con toda la omnipotencia de la que dispuse, tratando de olvidarme de ella en la medida de mis posibilidades, y esa estrategia humana, demasiado humana, como dice Nietzsche, hoy es difícil de aplicar. Todo el tiempo me hablan no del contagio del coronavirus sino de la muerte, y que si no salgo con barbijo puedo morirme. Se ha convertido en un aviso diario como un corte de luz por falta de pago, en este caso, por ser mayor.