Muchos aventuran que las crisis pasadas resultarán leves comparadas con ésta.
En 2008, el mundo tuvo un levísimo crecimiento. En cambio, ya hay pronósticos de
una caída del 5% del PBI mundial.
A pesar de la globalización, no todos los países sufrirán esta crisis por
igual. Así como el daño de un huracán no es el mismo en Miami que en Haití, las
grandes potencias recompondrán su situación más rápidamente, con menor
sufrimiento de sus pueblos. Y aun países latinoamericanos como el Perú, que tuvo
7.000% de inflación y lleva décadas de estabilidad, anticipan programas de
reconstrucción considerables.
Lamentablemente no es el caso de Argentina. Sin moneda desde hace décadas,
sin crédito, con su estructura productiva incapaz de solventar el nivel de vida
al que se aspira, casi la mitad de su gente en la pobreza, un sistema
político-administrativo sobredimensionado y organismos de gobierno con capas
geológicas de ineficiencia, una carga impositiva anárquica y exorbitante y una
actividad económica en general poco competitiva, ya estaba en una situación muy
grave antes de esta pandemia. Dentro de poco, esta situación puede ser terminal.
Terminal respecto de la Argentina que muchos evocamos y algunos, cada vez
menos, todavía vivimos. La Argentina que permitió el acceso generalizado a la
clase media, con posibilidad de habitar una vivienda medianamente digna, un
sistema de salud pública aceptable y una educación que fue un ejemplo.
Históricamente, situaciones semejantes han sido propicias para autoritarismos
que, cabalgando en la desesperación ciudadana, cristalizan situaciones de
privilegio y deciden a su antojo los destinos de la población.
Si bien este es hoy un riesgo muy grande, hay factores que, bien armonizados,
pueden no sólo evitar ese desastre, sino servir de plataforma para revertir
muchas décadas de declinación.
El primero es el afianzamiento del sistema democrático. Tenemos ya una
trayectoria de resultados electorales respetados y dos coaliciones políticas
que, a pesar de sus contradicciones internas, pueden negociar reciamente, llegar
a acuerdos sobre cuestiones básicas y, si la situación es acuciante, actuar
coordinadamente. Lo estamos viendo en el manejo sanitario de la pandemia.
El segundo factor es que la estructura productiva, aun con sus notorias
deficiencias, está básicamente operable. No estamos ante una guerra o un
terremoto que dejan todo destruido. Lo que sí quedará destruida será la más
mínima posibilidad de "seguir como estábamos", con todas las deficiencias
apuntadas. Con poco para perder, y mucho ya perdido, será el momento justo para
producir las grandes transformaciones que la Argentina viene postergando. Será
la oportunidad de que se alcancen los acuerdos necesarios para replantear las
estructuras de gobierno, y para apostar lo poco que haya a las actividades que
más rápidamente contribuyan a reconstruir un país posible para todos. Será la
condición ideal para barajar y dar de nuevo.
Pero la situación, condicionada por una pobreza extendida y creciente,
demandará con urgencia sustento y trabajo. La cadena agroalimentaria puede ser
parte esencial de la solución. Para ello, debe reflexionar sobre cuáles serán
sus aportes: empleo, capacitación, creación de nuevas empresas, participación
activa en el desarrollo local.
Obviamente, cada sector pretenderá, genuinamente, lograr beneficios y evitar
sacrificios. La sociedad, a través de su estructura política, deberá apostar a
quienes presenten su mejor propuesta. Es la oportunidad histórica para que el
sistema agroindustrial esté a la altura de las circunstancias. Para ello, es
necesario:
Al interior de la agroindustria, armonizar objetivos sectoriales, alcanzando acuerdos de complementación a través de estrategias ganar/ganar. Entonces, unificadas las distintas voces por los consensos logrados, su comunicación debe ser clara e integradora. Sólo así se podrá generar una imagen confiable y provechosa para toda la sociedad.
Al exterior de la agroindustria, desde una posición valorizada que le otorgue el peso político necesario, se negociarán con el Estado y los restantes actores económicos y sociales otros acuerdos ganar/ganar. Asumiendo los compromisos necesarios y defendiendo los derechos sustanciales, que deberán quedar plasmados en políticas de largo plazo.
Resulta indispensable concretar la institucionalización que permita coordinar la acción de las entidades del agro y la industria transformadora, potenciando el rol que el sistema agroindustrial tendrá en la reconstrucción de la Argentina. Así, conseguiremos no sólo superar la pesadilla de la pandemia, sino que haremos realidad el sueño de construir un gran país.
Fuente: Fundación Barbechando