Dos factores internos vale la pena analizar, para prever parte del comportamiento futuro de los precios de los granos.
Como sabemos, estos precios están sometidos a la presión bajista –en términos adquisitivos- de la inflación, en nuestro país.
A ello, se une otro factor interno que es el del dólar. En este caso y dado que el mercado de cambios está intervenido, lo que interesa centralmente es el tipo de cambio comercial. Aunque - hay que decirlo- los otros tipos de cambio suelen tener alguna influencia, fundamentalmente, al momento de producir en lo que se refiere a costos.
Acaba de publicarse la tasa de inflación de marzo. El INDEC calculó que fue de 3,3%. Así, la inflación muestra una acumulación del orden del 48,4%, para los últimos doce meses. Sí señores, en números redondos, ¡la inflación anual gira en torno al 50%!
Hoy, este ratio asusta por su dimensión. Pero, probablemente, en pocos meses, nos parecerá relativamente en bajo.
La inflación ha adquirido un mayor ritmo, básicamente por la suba de precios de productos estacionales como verduras, carnes o azúcar, puesto que, a partir de la cuarentena, hubo cuellos de botella en la oferta, con sus consecuentes incrementos de costos en la logística. O directamente desabastecimiento.
Además, la demanda por alimentos se acentuó cuando la gente empezó a asustarse frente al inicio de la cuarentena.
Acentúa la inflación, también, aunque en forma acotada, el incremento en el dólar. Los tipos de cambio paralelos superan el nivel de $100 por unidad de dólar. Acá, prima el temor por el desenlace de la deuda soberana.
Un dato escalofriante: el índice de Riesgo País conocido como EMBI que mide la diferencia entre el rendimiento de los bono de un país respecto a un bono del tesoro de EE.UU., que son considerados los menos riesgosos, para nuestro país gira en torno a 4.300 puntos. Ello significaría que un bono tiene que pagar una tasa de interés 43%, por encima de la tasa de los bonos estadounidenses. Terrible.
También, debe tomarse en cuenta que las necesidades financieras del Gobierno, para mantener determinados ingresos mínimos de la gente y apuntalar a ciertos sectores productivos, golpeados por la cuarentena obligatoria, han empujado al Gobierno a recurrir a una mayor emisión de dinero. Por ahora, ésta ha sido la válvula de escape. Una solución para salir del paso, de cruento costo para más adelante.
El aumento de la base monetaria ha sido notorio. Recordemos que la base monetaria es la cantidad de dinero en la economía: el circulante en poder del público, los cheques cancelatorios y los depósitos en cuenta corriente de las entidades en el Banco Central (encajes).
Y si la tasa de inflación no ha crecido más, es porque la demanda está contraída y dirigida a insumos y productos esenciales. Paradójicamente, la cuarentena en este sentido, aplaca la demanda y la velocidad de circulación de los pesos. Esto hace frenar en parte el aumento de la inflación que, en principio, debería darse por el aumento de la emisión.
Por otro lado, la situación de la deuda soberana, presiona sobre el tipo de cambio, el que además está sujeto a la tasa de inflación.
Con este cuadro, es razonable aguardar un sustancial incremento en la inflación en pocos meses más. Quizás, sólo dos.
Así las cosas, el productor debería tomar en cuenta ello, a la hora de comercializar la producción granaria. ¿La tasa de inflación se acentuará? ¿Será muy notable? Seguramente.
La ventaja que tiene es que su producción es la suma de varios commodities, cuyos valores suelen acompañar la tasa de inflación (y obviamente, del tipo de cambio), salvo que haya modificaciones en las alícuotas de derechos de exportación.
Habrá que tomar nota de ello.
Mientras tanto, esperemos que el Gobierno tenga un plan antinflacionario en el cajón, presto a practicarse.