Dos virus atacan.
Uno es el temor generalizado, a partir del brote de coronavirus.
Es en realidad un virus de estupidez, pues si analizamos la cuestión racionalmente, no puede decirse que este mal sanitario es más grave que tantos otros que ha sufrido nuestro país y el mundo.
¿Nadie habla de la desnutrición? En rigor, en el noreste de nuestro país, hay una enfermedad más dura que el coronavirus. Pero claro, no es contagiosa. Y lo peor: es responsabilidad de la dirigencia. En los últimos días, han muerto 10 niños por desnutrición. ¡Increíble!
El mundo sufre esta suerte de virus de estupidez, por el pánico al contagio, y así se derrumban los mercados, lo que podría incidir aún más en los precios agrícolas.
El otro virus, también, es de la estupidez. A partir de ésta, se pretende balancear el desmesurado gasto público con nuevos impuestos. No se trata de cobrar más, se trata de hacer más racional el gasto.
Es la “maldición de los commodities”. En lugar de solucionar y contribuir al desarrollo en todo su potencial, la agricultura no lo puede hacer, por la estrategia succionadora derivada de los derechos de exportación.
Con el reciente incremento en la alícuota de 3 puntos, para el complejo sojero, la bomba se ha activado. Y el conflicto está en la puerta. ¿Quién puede asegurar que este camino de presión impositiva no se extenderá a otros cultivos?
Finalmente, merece un comentario el problema climático en nuestro país.
El 17 de febrero pasado, fue la última lluvia de volumen realmente considerable.
La seca viene arruinando la soja de primera, con sus consecuencias sobre el peso de los granos. La soja de segunda ya está en situación más que compleja. Si no llueve próximamente, el cuadro será trágico.
Hoy por hoy resulta difícil creer que el país tenga una cosecha superior a 50 millones de toneladas de soja.
Por fin, ¿cómo están los mercados?
En el mercado internacional hubo hoy cierta mejora.
Respecto al local, el precio, con entrega entre abril y mayo, quedó en US$ 210. Y en Rosario el disponible se ubicó en $14.100