Hace unos días, el FMI se pronunció a favor de las medidas que tomó el Gobierno en su primer mes. ¿Cómo ve el escenario respecto a la negociación de la deuda, tanto con el organismo como con privados?
Podemos decir que los acreedores privados, en líneas generales, se pronunciaron a favor de las medidas del Gobierno. Creo que esto está vinculado al sesgo fiscalista que asumió el Gobierno, algo que el mundo financiero no esperaba, sobre todo partiendo de lo que había sido 20122015. Con las nuevas medidas (retenciones, impuesto PAIS, desindexación de jubilaciones, etcétera), el resultado primario llegaría al equilibrio en 2020, un escenario mucho más sustentable para los acreedores que el que esperaban hasta el 9 de diciembre. Ahora bien, esta mejora responde más a una sobrerreacción pesimista inicial que a expectativas optimistas. En consecuencia, estamos mejor que en el punto de partida, aunque todavía hay mucho camino por recorrer. De hecho, aún con un riesgo país a la baja (y un dólar oficial y blue quietos) el contado con liqui viene subiendo fuerte en las últimas jornadas, reflejando que, así como el precio de los bonos, la confianza mejoró, pero sigue en niveles bajos.
El Banco Central ha estado emitiendo moneda y pronto disminuirá la demanda de pesos. ¿Qué prevé al respecto?
La fuerte suba de la base monetaria en las últimas semanas responde principalmente a la compra de divisas por parte del Banco Central, en pos de evitar una baja nominal del tipo de cambio (en un escenario de fuertes controles, claro está) y así acumular reservas netas, no esterilizada. En este sentido, el recorte significativo de la tasa de interés de referencia de 63% a 52% (3,5% mensual, por debajo de la inflación esperada) en menos de un mes marca una relajación de la política monetaria. Creo que estamos experimentando una suerte de “ajuste a dos velocidades”. Una política fiscal que permanece en terreno contractivo y una política monetaria que empieza a adquirir un carácter más expansivo. Esto se explica porque se está intentando estimular a la actividad económica (y, no menor, darle alivio financiero a las pyme) en un contexto de fuertes restricciones del gasto público. Ojalá que funcione y se reactive el crédito. Pero, en este escenario de tan baja demanda de pesos, los riesgos de que la menor tasa se traduzca en una mayor brecha con los mercados cambiarios paralelos y no en mayor inversión no son despreciables.
En su última proyección, el Banco Mundial estimó que este año la economía argentina se contraerá 1,3%. ¿Qué estimaciones tiene sobre esto?
Este año, la economía volverá a caer: el consumo privado seguirá en rojo; el gasto público permanecerá fuertemente controlado; la inversión no va a despegar, en un contexto de tanta volatilidad e incertidumbre presente y pasada; y las exportaciones, aunque podrán ayudar, no alcanzan para revertir el deterioro del resto de las variables. Sin embargo, hay algunos cambios respecto al pasado. Por un lado, se está intentando estimular a la parte más baja de la pirámide de ingresos, aquella que tiene mayor propensión marginal a consumir. Por el otro, los controles de cambios generan una masa de liquidez en pesos que, en el mejor de los casos y en un escenario optimista, podrían volcarse a la compra de bienes durables, aprovechando la relajación del consumo en cuotas. Si bien esto no lograría revertir el deterioro (proyectamos una caída del PIB cercana a 1,5% para este año) podría sentar un piso y empezar a salir de la recesión en la segunda parte de 2020 para volver a crecer en 2021.
¿Se logrará el objetivo de ver un repunte importante del consumo este año?
Mejorar el resultado fiscal continúa siendo una tarea prioritaria, pero la manera de alcanzar este objetivo dejó de ser mediante una baja del gasto primario y comenzó a serlo a través de un aumento de los ingresos (y, según cómo se actualicen las jubilaciones, también lo seguirá siendo mediante un ajuste de las erogaciones). Este endurecimiento de la presión impositiva le da cierto margen al sector público para “poner plata” en los sectores de menores recursos, esperando que ese dinero se vuelque al consumo. Asimismo, en este escenario de mucha liquidez en pesos por los controles cambiarios y menor tasa de interés, el consumo de bienes durables también podría comenzar a recuperarse. Sin embargo, nada de esto está garantizado: la situación inicial y la desconfianza en la economía argentina no ayudan a mejorar. La recuperación de los ingresos de los hogares de menores recursos podría volcarse a la inflación en lugar de a una mejora en la producción, y los mayores excedentes en pesos podrían irse a la brecha, dado el menor rendimiento de las colocaciones en moneda local. La capacidad de promover el consumo dependerá, en gran parte, de la credibilidad del Gobierno.
Respecto a la inflación, ¿cómo ve la dinámica para este año?
El Gobierno empezó con un programa de shock para desarmar la inercia inflacionaria: congelamiento tarifario, un dólar oficial que por ahora no sube y desindexación del gasto público. En la misma línea, el acuerdo de precios y salarios apunta a bajar la inflación de manera coordinada entre Estado, sindicatos y sector privado. Esto contribuirá a desacelerar la suba de precios, sobre todo durante el primer semestre del año, momento donde estarán vigentes los acuerdos y congelamientos. No obstante, aunque es probable que la inflación baje respecto a 2019, la nominalidad seguirá en niveles elevados. En este sentido, proyectamos una inflación de 40% para 2020. Ahora bien, si el plan es exitoso, podría ampliar los horizontes de proyección de la inflación. Es decir, más allá de cuánto acumule esta variable, volvería a la misma más previsible (o, mejor dicho, menos incierta), extendiendo el plazo de los contratos y atacando así a la inercia. En este escenario optimista, más allá del resultado de 2020, se empezarían a sentar las bases para una desaceleración gradual pero sostenida de la suba de precios.
Fuente: El Economista