Debo comenzar con un pedido de disculpas. El título de esta nota es engañoso.
Contrariamente a lo usual, no pretendo focalizar estas líneas en los mercados granarios.
A esta altura del partido, lo más conveniente es aguardar la información oficial sobre cuáles serán las medidas agroeconómicas que se tomarán y si lo hubiere cuál es el plan económico para la coyuntura y el mediano plazo.
Sin embargo, puedo hacer unas reflexiones.
Se espera un importante aumento de las alícuotas para las exportaciones agrícolas y, también para la minería y el petróleo. El objetivo sería conseguir alrededor de USD 2.000 millones adicionales al año, dirigidos a programas para paliar el hambre y ayudar a los sectores de menores ingresos.
Podría, también, haber una vuelta al impuesto a la herencia, gravándose tanto los bienes por fallecimiento como las donaciones. Así, también habría un incremento en el Impuesto a los Bienes Personales, que podría subir a un nivel cercano a 1,5% ó 1,75%,
El gobierno dispondrá un incremento en los derechos de exportación. ¿Qué duda cabe? Lo hará aun cuando tome en cuenta que éstos no solo afectan la rentabilidad del tenedor de granos y la actividad pecuaria, sino también a muchos agentes ligados a la producción y a la cosecha, dentro del eslabón agrícola. El golpe, además de hacerlo sobre el eslabón agrícola, recaerá sobre la cadena agroindustrial, especialmente sobre los eslabones que se encuentran aguas arriba, como los fabricantes de insumos y de maquinaria agrícola, entre otros.
El dicho afirma que “la necesidad tiene cara de hereje”. Y así se apuntará a extraer riqueza de donde es más sencillo hacerlo. Al decir sencillo, me refiero a que es más fácil cobrar.
Sin embargo, los derechos de exportación no arreglarán mucho. O mejor dicho, arreglarán casi nada en un cuadro de extrema gravedad.
Porque el problema fiscal es alarmante. Y una solución para, al menos salir del paso, es imposible, en las condiciones que ha expresado el Presidente entrante, puesto que colocar nueva deuda o renovar vencimientos en condiciones razonables está vedado para nuestro país. Y tampoco se puede aumentar otros impuestos, al menos de forma considerable, pues no hay espacio para ello. La presión tributaria está en el máximo histórico.
La tentación, en vista de la nula disposición del gobierno entrante a tomar el toro por las astas, será “darle a la maquinita”. Y de eso, los argentinos sabemos mucho. Cátedra, podríamos dar.
Acá es cuando las alarmas, se deben encender. No hay lugar, tampoco, para “darle a la maquinita” si no se quiere entrar en una espiral inflacionaria.
La inflación resulta de una mayor emisión o de una caída en su demanda o de la combinación de ambos fenómenos. Al reducirse la demanda de pesos, la velocidad, con la que circulan, es mayor, Así, termina siendo equivalente a un aumento en la cantidad de dinero.
La cruda realidad es que hoy cualquier aumento en la emisión no tiene la contrapartida de un incremento de la demanda de dinero. Toda baja en la demanda de dinero es similar a un incremento en la emisión monetaria.
Nadie quiere tener pesos en sus manos o en los bancos. Y con el dinero que la gente se mueve, lo hace a una velocidad muy acentuada, justamente, para desprenderse de éste. Así, las cosas, la “maquinita” asegura un aumento en la tasa de inflación.
¿Por qué? Porque el peso ya no es útil para transacciones de consideración. Y, sobre todo, porque no sirve en absoluto como depósito de valor: ¿quién en su sano juicio ahorra en pesos?
Respecto a la deuda, ¿qué va enfrentar el gobierno entrante?
El país tiene un pasado terrible como deudor, que a muchos argentinos avergüenza. Por lo tanto, la medición del riesgo toma en cuenta, muy especialmente, su comportamiento de otrora. A partir de 2020, el gobierno tendrá que llevar adelante procesos de negociación con los acreedores de su deuda soberana.
¿Querrá asumir las consecuencias económicas de honrar los servicios de deuda, en un momento tan complejo? O, quizás, ¿decide tomar el camino más fácil? Es decir, pasar gran parte del costo a los privados? Ello significaría atentar contra la propiedad. Y uno de los caminos es la inflación galopante. Si estamos preocupados por el hambre, ¿qué se puede decir si la inflación crece?
El Gobierno entrante se halla en un callejón, de difícil salida, si pretende mantener los términos que ha expresado por doquier últimamente.
Podrá haber, apenas asumido, una suerte de luna de miel, donde muchos apuesten a su favor. Pero, no dentro de mucho, la realidad caerá con todo su peso. Porque el corazón de nuestro problema está en el gasto.
Es imposible cruzar el río si no se pone uno a nadar. Durante un breve tiempo, se puede hacer la plancha. Pero, después hay que bracear. Y ello exige aire y esfuerzo.