Son jornadas de balances, cócteles y encuentros de fin de año en las empresas. En general todas con un tono extremadamente austero y discursos en sintonía con el momento que se vive. Lo único que se celebra es que 2019 está ya muy cerca de concluir. Pero nadie se anima por el momento a soñar con un promisorio 2020. Al contrario, la mayoría de las compañías decidieron fuertes recortes en todos sus rubros para el año próximo: planes de inversión que brillan por su ausencia, drásticas reducciones de los presupuestos en marketing y a lo sumo una cuidada planificación de gastos para evitar despidos.
No hubo ganadores y perdedores en 2019. Todos perdieron o en el mejor de los casos salieron empatados, es decir consiguieron ganancias en pesos que se acercaron a la inflación.
Casi nadie se salvó de una fuerte caída de ventas: automotrices, compañías de consumo masivo, electrodomésticos, inmobiliarias y profesionales. Sólo el campo, por la súper cosecha, tuvo un año favorable. Y los bancos que arrancaron ganando con las tasas de las Leliq terminaron muy afectados por la caída de los depósitos en dólares y sobre todo el derrumbe del crédito al sector privado.
Para adelante algunos sectores están un poco más entusiasmados, pero son casos específicos: la industria que espera un poco más de protección y créditos blandos. También se avizora algún grado de reactivación de ventas en electrodomésticos o línea blanca, de la mano de una profundización del plan Ahora 12, el regreso de tasas reales negativas y el consumo reprimido en los últimos dos años que podría generar un repunte puntual en 2020.
La tendencia de fondo, sin embargo, no cambiará de la noche a la mañana. Un informe presentado por la consultora Kantar Worldpanel en el encuentro de supermercadismo vaticinó que el consumo tendrá una nueva caída real del 3,3% el año que viene, tras haberse derrumbado 8% en 2019 y un nivel similar en 2018. Y recién en el último trimestre, si efectivamente empieza a bajar la inflación, podría comenzar un repunte de la demanda interna.
Pero más allá de algunos pronósticos moderadamente optimistas para el año que viene, en realidad lo que se impone hoy en el mundo empresario es un sentimiento de extrema cautela ante el inicio de la gestión de Alberto Fernández. Teniendo en cuenta que ni siquiera arrancó el nuevo gobierno, podría considerarse hasta una cuestión de prejuicio.
En las conversaciones de las reuniones de fin de año, sin embargo, aparecen varios factores que inquietan a ejecutivos y banqueros casi de manera generalizada. ¿Cuáles son esas señales que hoy generan alta preocupación entre los hombres de negocios? Se pueden identificar por lo menos cinco:
– Todo indica que arrancará un gobierno “bicéfalo”, con Alberto Fernández al frente pero muy dependiente de las decisiones de su vice, Cristina Kirchner. Quedó muy en evidencia en estos últimos diez días, desde su regreso de Cuba, que la ex Presidenta no cumplió con su promesa de dejarlo al futuro presidente para que arme “a gusto” su futuro gabinete. Pero además Cristina ya consiguió apoderarse del control tanto de senadores como del manejo del bloque oficialista en Diputados. Y nombraría a gente de su círculo íntimo para cargos claves relacionados al Poder Judicial. Esta experiencia de un gobierno con dos cabezas será inédita para la Argentina y por lo tanto es lógico que genere temores hasta ver cómo funcionará en la práctica.
– Siguen las indefiniciones en el área económica: estas incógnitas se develarán el 6 de diciembre, cuando Alberto Fernández divulgue su gabinete. Pero en el medio la danza de nombre también genera nerviosismo. Y todo indica que se impondrán funcionarios de claras ideas “heterodoxas” para el manejo de la economía. Llamó la atención especialmente que haya crecido tanto la versión de que Martín Guzmán podría ponerse al frente de la negociación de la deuda. Es discípulo de Joseph Stiglitz, un enemigo declarado del FMI y en general de los mercados financieros. Será difícil, si es así, una reestructuración rápida y amigable. En el medio, quedaron nombres más amigables para los inversores como Guillermo Nielsen, Martín Redrado o el propio Roberto Lavagna. La posibilidad de que tome el mando Carlos Melconian ya había quedado descartada hace tiempo.
– Los escenarios extremos no están descartados: default e hiperinflación. Se considera muy estrecho el margen de maniobra para tomar decisiones, ya que un error grave podría significar la cesación de pagos de la deuda y que se desate además una espiral inflacionaria. Si no hay una postura clara para achicar el déficit fiscal y mantener controlada la emisión monetaria, las consecuencias negativas podrían acelerar los tiempos. No es el escenario base, pero tampoco nadie se anima a descartarlo.
– Se viene un fuerte aumento de impuestos: la suba de las retenciones al campo ya son un hecho y serían agresivas. También el propio presidente electo adelantó que también podría haber un aumento de la presión tributaria para las petroleras y la minería. Es posible que se frene buena parte de las rebajas de impuestos aprobada en el último consenso fiscal, ante la necesidad de achicar el rojo de las cuentas públicas. Y también se viene un aumento de Bienes Personales.
– La renegociación de la deuda podría complicarse y alargarse en el tiempo: si en algo coinciden empresarios, banqueros, economistas y al menos una parte de la clase política es en la necesidad de resolver rápido qué se hará con la deuda. Al mismo tiempo habrá que renegociar el acuerdo con el FMI para conseguir más plazo. Se trata dos movidas simultáneas de enorme complejidad, que deben ser resueltas favorablemente y rápido. Dos condiciones que implican una gran complejidad. Según Martín Guzmán, todo debería quedar resuelto para marzo de 2020, con el objetivo de evitar caer en cesación de pagos. Un objetivo sumamente ambicioso.
Mientras tanto, el plan de Alberto Fernández para el inicio de su gestión comienza a esbozarse, aún cuando no está oficializado quiénes integrarán los equipos económicos. Pero básicamente se buscará generar un rebote del consumo que alivie la caída de ventas y dé un respiro en las Fiestas y durante el verano.
Un cambio de expectativas sería fundamental para arrancar con el “pie derecho”. Esto le permitiría al futuro presidente ganar algunos casilleros en la interna de Frente de Todos y mayor respaldo social.
Además, la idea es evitar que le suceda lo mismo que a Fernando de la Rúa o el propio Mauricio Macri. Ambos tuvieron, en el año 2000 y en 2016, un arranque muy flojo de la gestión, con fuertes caídas del nivel de actividad. Esos presidentes nunca pudieron recuperarse de ese arranque de gestión fallido. De ahí la importancia de provocar un cambio de clima, que permita transformar la cautela y en muchos casos pesimismo por una postura mucho más optimista sobre lo que se viene. Trabajar sobre las expectativas será, sin dudas, la principal necesidad de Alberto Fernández ni bien asuma.
Fuente: Rosario Finanzas