Un voto oculto, que ni siquiera los encuestadores del kirchnerismo pudieron detectar, mostró ayer una realidad muy distinta de la que habían percibido las mediciones de opinión pública más prestigiosas. Cerca de Macri comenzaron ayer a trabajar en dos tareas: la campaña electoral con miras a octubre, cuando se realizará la primera elección en serio, y la más que probable transición entre el actual gobierno y la administración de Alberto Fernández.
En rigor, Alberto solo necesita repetir la elección de ayer para ser elegido
presidente en primera vuelta. Ni la suma de todos los votos de Roberto Lavagna,
José Luis Espert y Juan Gómez Centurión le alcanza a Macri para cubrir la
diferencia de casi 15 puntos que lo separa de Fernández. El primer objetivo del
Gobierno es ahora conseguir que Macri sea el primer presidente no peronista en
concluir su mandato desde 1928.
Un país dividido cruelmente en dos mitades fue la conclusión más visible de ayer. Una parte de esas dos mitades parece deleitarse chapoteando en la grieta que divide violentamente a kirchneristas de antikirchneristas, a macristas de antimacristas. La polarización, espoleada por los dos grandes bloques electorales, no solo es nociva para cualquier noción de país; también resultó letal para el proyecto electoral del Gobierno. El kirchnerismo, digan lo que digan, tuvo más astucia para polarizar que la administración de Macri. Es cierto que el Presidente debía responder por una gestión que, según los datos de ayer, seducía tanto a los poderes fácticos de aquí y del exterior como resultaba antipática para amplios sectores sociales.
Eso es lo que sucede con la otra porción de la sociedad, seguramente más
importante que la que cultiva la grieta. Es la que expresa a sectores sociales
acorralados por la penuria económica. El ajuste más severo que se haya hecho
desde la crisis de 2001/2002 no podía pasar inadvertido en una elección
presidencial sin cambiar todos los manuales políticos y electorales.
El error fundamental del Gobierno, que ayer quedó expuesto en toda su amplitud, fue no haber hecho un claro balance del país que recibió no bien lo recibió. Más de tres años después es demasiado tarde. La teoría de Jaime Durán Barba de que era mejor el optimismo que el realismo se mostró ineficaz y contraproducente. ¿Cómo aumentar satelitalmente las tarifas de servicios públicos y el precio del dólar (con la consiguiente inflación) si la crisis que heredó fue asintomática?
La crisis de Cristina existió. Los precios de las tarifas eran una fantasía. El déficit fiscal había llegado a niveles intolerables para cualquier economía más o menos seria. El déficit de cuenta corriente (la diferencia entre los dólares que el país produce y los que gasta) trepó en 2015 al 6% del PBI. Todo eso estaba cuando llegó Macri, pero el Presidente solo lo insinuó y luego lo publicó en un libro ("El estado del Estado") que nadie leyó. Cristina fue astuta (también su ministro de Economía, Axel Kicillof) para demorar la detonación de la bomba, que terminó estallando en los pies de Macri.
Eso sucedió en el segundo trimestre de 2018. Poco antes, en octubre de 2017,
el Presidente había arrasado al peronismo y al kirchnerismo en las elecciones
legislativas de mitad de mandato. Nadie podía imaginar entonces que apenas 22
meses más tarde sería el Presidente quien conocería una devastadora derrota a
manos de peronistas y kirchneristas.
Mezcla letal
Pero la crisis cambiaria de marzo de 2018 cambió todo. Fue la mezcla letal de la política de Donald Trump (salvación y derrota de Macri), que elevó las tasas de interés en Estados Unidos y revaluó el dólar; la sequía local, que dejó al Estado sin 8000 millones de dólares, y el aumento del precio del petróleo para un país importador de combustibles. Los prestamistas huyeron del país (empalagados también de tantos bonos de deuda argentina) y Macri debió recurrir al Fondo Monetario para no caer en default.
El gradualismo que se propuso Macri para esquivar el estallido de la crisis necesitaba de crédito. La alternativa era la emisión, que fue la herramienta ficcional de Cristina. El Fondo le reclamó a cambio de un monumental préstamo (57.000 millones de dólares) que hiciera el ajuste que él se había negado a hacer hasta entonces. No tuvo derecho a decir que no; la opción era el default, que, en realidad, nunca fue una opción para Macri.
Otro error, este comunicacional, impidió que la sociedad se enterara de los detalles de la dramática decisión que debió tomar el Presidente. Las alas de aquella mariposa del otoño de 2018 terminaron en el desastre de ayer.
Durán Barba
Muchos sectores oficiales caían ayer sobre la cabeza de Durán Barba. El consultor había hecho creer a todo el mundo, decían, que el triunfo de Macri en 2015 y en 2017 era obra suya. También fueron obras de Cristina, cuando eligió a Aníbal Fernández candidato a gobernador de Buenos Aires, o, luego, cuando la Justicia investigó increíbles y enormes hechos de corrupción. Un poco de humildad en el consultor le hubiera permitido dar consejos más sabios que la sola confianza en la percepción de la gente común. Es cierto que el Gobierno hizo obras públicas como no se vieron en los últimos 50 años. La administración de Macri empezó a resolverle la vida a la gente de la casa hacia afuera (también en cuestiones de seguridad), pero se la complicó hacia adentro. Exactamente al revés de lo que hacía Cristina, que le mejoraba la vida hacia dentro de la casa (dólar barato, créditos para electrodomésticos, subsidios sociales), pero no pudo nunca solucionar el afuera.
Un cendal de abatimiento era fácilmente perceptible anoche en cualquier funcionario oficial. Hasta los más encumbrados habían confiado en una diferencia de 3 o 4 puntos a favor de Alberto Fernández, aun cuando ya habían concluido los comicios. Esa diferencia hubiera sido fácilmente modificable en octubre. Quince puntos no lo son. Todos daban por concluida la experiencia de Macri, a pesar de que todavía faltan las elecciones verdaderas de octubre. La única optimista era Elisa Carrió, que tiene la certeza de que Cambiemos puede modificar los resultados de ayer. Cree que se viene un tiempo de inestabilidad económica, pero también sostiene que la gente prefiere el orden cuando la acosa el caos. El orden es Macri, asegura, no Alberto ni Cristina. Carrió era también la primera en pedir la destitución de Durán Barba, aunque no la única.
Otro error del Gobierno fue no haber desdoblado la elección bonaerense. Una elección ganada en el distrito más importante del país (y Vidal le hubiera ganado a Kicillof) le hubiese permitido a Macri enfrentar a Fernández y Kirchner en mejores condiciones.
Una amplia gama de funcionarios nacionales y bonaerenses promovieron, perdidosos, el desdoblamiento. Vidal perdió ayer ante Kicillof con peores porcentajes que los de Macri ante Alberto y Cristina Kirchner. Pero es injusto, con todo, hacer análisis contrafácticos. Nunca se sabe a ciencia cierta qué habría sucedido si los hechos hubieran sido distintos.
Una novela distinta es lo que podría suceder si todo ocurriera como parece que ocurrirá. La Argentina de los próximos meses será complicada e imprevisible, porque los mercados se sublevarán contra ella. La aceptación que tiene Macri en el exterior y en los agentes económicos es proporcional a la aversión que esos sectores le tienen a la expresidenta. Todavía debe resolverse la eventual relación futura entre quienes podrían ser el presidente y la vicepresidenta.
Alberto es una versión más moderada del kirchnerismo. El carácter fuerte que tiene ante los periodistas (y que poco influyó en las elecciones) es el mismo carácter con el que se relaciona con Cristina. De hecho, fue el único de sus funcionarios que le tiró la renuncia y se fue del cargo. Cristina nunca le perdonó ese gesto hasta la reconciliación necesaria. Debe aceptarse que ella tuvo razón cuando convocó a Alberto para que construyera una amplia alianza de peronistas, que Cristina no podía hacer por su historia de peleas constantes. ¿Esa condición de peleadora, que desplegaba también con su marido, no seguirá predominando cuando ocupe una franja importante del poder? ¿Cómo le responderá Alberto, que tendrá en ese caso los atributos del jefe del Ejecutivo? Son preguntas sin respuesta todavía.
La teoría de Carrió desafía hasta la matemática, pero en política nada es imposible. Para que Macri gane la reelección deberían salvarlo todos los votos de Lavagna, Espert y Gómez Centurión (que hicieron pésimas elecciones) más una concurrencia mayor a los comicios. Todos los nuevos votantes deberían votar por Macri. Alberto debería sufrir, además, alguna fuga de los votos que sacó ayer. Sea como fuere, lo cierto es que si estamos ante el final de Macri deben consignarse algunos reconocimientos. El Presidente le devolvió a la sociedad argentina, aun a sus opositores más acérrimos, una noción de la libertad que no existía cuando él llegó al poder. Los que lo sucedan, si es que al final lo suceden, deberán tener en cuenta ese legado.