Solo van seis días desde que en el tambo Sol de Octubre, de Oscar
Chapado, la rutina cambió por completo y se asemeja un poco a los más
sofisticados de Australia o Europa .
El 2 de enero, a ocho kilómetros al norte de la localidad bonaerense de Bunge, los tres robots ordeñadores comenzaron su labor y Chapado, de casi 60 años, aún no puede creer haber llegado.
Para el tambero ese día fue largo pero inolvidable. "Esa jornada no
la olvidaré jamás; trabajamos con mi hijo junto a otras 10 personas
desde temprano hasta las 23; 20 horas sin parar, tratando de que las
vacas se amiguen con la máquina. Cerca de medianoche, cuando terminamos
la faena, abracé a mi hijo y lloré de emoción", contó a LA NACION.
En ese momento, uno a uno, los recuerdos de Chapado se fueron
sucediendo. "Se me pasaron miles de imágenes por mi cabeza, cuando a los
siete años ordeñaba a mano junto a mi padre y mi abuelo, que eran
empleados en tambos de la zona", recordó.
Agregó: "Hoy, con un tambo propio, con mi padre de 88 años, sentí con orgullo que había llegado".
Ya son 120 vacas, de un rodeo de 250, que se encuentran en el proceso
de enseñanza para este sistema digitalizado: "De a poco se van
acostumbrando a la nueva forma de ordeñe".
En el año 95, Chapado empezó con un tambo muy artesanal de ocho
bajadas con un rodeo de 80 vacas, ahí el camión iba dos veces por día a
buscar la leche porque no tenía un sistema de refrigeración para
conservarla. Para el año 2000 producía 4000 litros por día y, a pesar de
que en 2001 llegó una inundación y las complicaciones eran frecuentes,
el tambero nunca abandonó el barco: llegó a tener tres tambos en
funcionamiento.
Pero llegaría el último coletazo: la inundación de 2017 dejaría los
caminos rurales en pésimo estado y la desidia de la administración
pública en la reparación de los accesos, hizo que deba vender dos de sus
tres tambos y solo le quede el de Bunge, al que decidió "ponerle todas
las fichas".
La compra de los robots fue un sueño concretado. "Hace más de 20 años
viajé a Europa y vi tambos robotizados y nunca pensé que eso mismo iba a
poder llevar a cabo en mi propio tambo", contó.
El costo de cada robot es de US$200.000: el 50% lo abonó de manera personal y el otro 50% lo financió un banco holandés por intermedio de Lely, la empresa holandesa (líder mundial en venta de robots en el mundo) y proveedora del equipamiento.
A esa inversión se sumó la construcción de un tinglado grande ad hoc, de 14 metros por 28, donde se encuentra la sala de leche, los robots y una oficina, con un costo de $5 millones.
La incorporación de los robots al tambo mejorará la producción de leche y suplantara la mano de obra, "que hoy por hoy escasea".
El procedimiento es automático y funciona a través de electricidad y aire comprimido. Las vacas tienen un collar con dos chips: uno le mide la rumia y el otro permite que la vaca ingrese al robot. Allí dentro, le limpia las ubres, la ordeña y luego la desinfecta; también le provee la cantidad comida asignada para esa vaca. Los robots paran 45 minutos cada 12 horas para autolimpiarse.
Un papel importante cumplen las puertas inteligentes que redireccionan a la vaca en cuatro sectores. En el último (la puerta D), el robot envía a la vaca que detecta que tuvo algún problema, como mastitis.
Chapado está feliz y cuando uno le habla de las dificultades del sector, él conserva las esperanzas de que un día todo cambiará. "El tambo es la adicción más compleja para dejar, porque uno se enamora de este trabajo", concluye.