Una semana atrás éramos un país impresentable y sin futuro por los disturbios de la final River-Boca. El descontrol en la calle, con gente tirando piedras, rompiendo autos, robando y haciendo todo tipo de desastres generaba comentarios que mayormente se inclinaban por afirmar que no tenemos futuro con la barbarie que habíamos vivido ese sábado a la tarde. Los medios mostraban los diarios del exterior que reflejaban lo ocurrido en Argentina a solo una semana del G20.
Una semana después, en particular luego de la gala en el Colón, pasamos a ser unos fenómenos, casi Suiza, admirados por el mundo por el buen espectáculo, la perfecta organización del G20 y con eso se abrían un montón de oportunidades para la Argentina a partir de la buena imagen que dimos al mundo. Un país de veletas que pasamos de la depresión a la euforia derechito y sin pausa alguna
Recordemos que Argentina forma parte del G20 desde el principio, cuando en 1999 se formó el primer grupo para analizar la crisis económica en el mundo (veníamos de las crisis mexicana en 1995, la crisis del sudeste asiático en 1997 y del default ruso en 1998). Al comienzo se reunían los ministros de finanzas y los presidentes de los bancos Centrales y en 2008, con la crisis financiera internacional, los presidentes de los países pasaron a tomar las riendas y se armó el G20.
Ahora bien, es obvio que la organización fue muy prolija y que no hubo disturbios como ocurrió en otros países que organizaron el G20, pero creer que porque la organización del G20 fue exitosa van a venir inversiones, es desconocer cómo funciona el mundo real de la economía. Sin duda que es mucho mejor la integración de Argentina al mundo como la está llevando a cabo Macri que a los impresentables como Maduro, Correa, Evo y toda la runfla de populistas autoritarios a los que nos quería pegar Cristina Fernández. ¿Qué dudas caben al respecto? Pero tampoco compremos humo.
Recordemos que en junio pasado MSCI nos recalificó, con lo cual dejamos de ser país fronterizo y pasamos a ser país emergente. Inmediatamente vino un acuerdo con el FMI, acuerdo que no se cumplió y hubo que firmar un segundo acuerdo con el FMI con más plata sobre la mesa.
En todos los casos se festejaron las noticias como si con ellas fueran a llegar la lluvia de inversiones. La realidad es que todo este 2018 venimos a los tumbos, con corridas cambiarias, tasas de interés en niveles insólitamente altos, una recesión intensa y la inflación que se disparó al 45% anual. Es por eso que nadie niega los méritos de unirnos a los países desarrollados, pero tampoco creamos que porque la organización del G20 estuvo impecable van a llover inversiones. Dejemos de vender humo. El mérito no está en haber organizado bien un evento o en haber logrado sacar un documento de consenso con vaguedades. El mérito va a estar el día que se realicen las reformas estructurales que permitan atraer inversiones. No es imprescindible que los presidentes de los países se junten para atraer inversiones. Las inversiones van allá donde hay buenas reglas de juego y previsibilidad.
Por más bueno que haya estado el espectáculo en el Colón o por más bueno que haya estado el ojo de bife que comieron en la cena, nadie invierte en un país con esta carga tributaria, con esta legislación laboral y con esta falta de previsibilidad en las reglas de juego.
¿Esto significa desmerecer la organización y el desarrollo del G20 en Argentina? Para nada, pero pongamos los pies sobre la tierra y reconozcamos que seguimos enredados en evitar que vuelva el kirchnerismo y pareciera ser que ese es todo el objetivo del gobierno. Más que construir es evitar mayor destrucción. Muy poco para un país que pretende volver a crecer.
No hay dudas que el kirchnerismo ha sido tóxico para el país, por el grado de corrupción y los destrozos económicos generados para financiar su permanencia en el poder. El populismo más exacerbado estuvo lo tuvimos con el kirchnerismo, pero ese país destruido que dejó el kirchnerismo no se construye vendiéndole a la gente espejitos de colores. Haciéndoles creer que todo puede solucionarse mágicamente. Y lamentablemente eso viene haciendo el gobierno desde que asumió. Vender ondas de paz y amor sin contar la verdad sobre la herencia recibida. Y por favor, no me vengan con que si Macri contaba la herencia recibida no se iban a conseguir fondos en el exterior. Los inversores sabían tanto o más que los economistas argentinos la situación heredada.
Todavía tengo muy presentes las palabras del jefe de Gabinete y Alejandro Rozitchner cuando afirmaban que criticar no era inteligente, que había que poner entusiasmo y cito textualmente a Marcos Peña: “En la Argentina se piensa que ser crítico es ser inteligente, pero nosotros creemos que ser entusiasta y optimista es ser inteligente, y que el pensamiento crítico llevado al extremo, le ha hecho mucho daño a la Argentina”. Nadie niega que a las cosas haya que ponerle entusiasmo y encararlas con optimismo, pero también hay que ponerle ciencia. Y la realidad es que la economía Argentina está muy complicada. Tiene que encarar reformas muy profundas como para que vengan inversiones. Con este nivel y calidad de gasto público, con esta carga tributaria, con esta imprevisibilidad en las reglas de juego en que un día anuncian baja de impuestos y terminan subiéndolos, no se van a lograr grandes inversiones aunque se hagan 20 G20.
Lejos de ser una crítica despiadada al gobierno, esta nota es un desesperado llamado al gobierno para que le abra los ojos a la gente y le cuente la verdad sobre la terrible situación económica heredada. Que diga con todas las letras que este nivel de gasto público es imposible de financiar por la sociedad y que, si queremos crecer en serio, habrá que hacer grandes reformas económicas a lo largo del tiempo. Una de ellas será la de integrarnos al mundo y tener buenas relaciones con los países como los que vinieron al G20. Pero los encuentros tipo G20 no son ni por casualidad sustitutos de las reformas estructurales.
Soy consciente que esta nota puede ser políticamente incorrecta en este momento de euforia, pero alguien tiene que empezar a decir que dejemos de crearle falsas expectativas a la gente, vendiéndole entusiasmo solo para que se vuelva a estrellar contra la pared si no se hacen las reformas que hay que hacer.
En síntesis, fantástico que el G20 haya salido perfecto y que no estemos pegados a los Maduro o Correa, pero ni por casualidad alcanza para empezar a hablar de salir de nuestra larga decadencia. El día que vea al gobierno bajando el gasto público y los impuestos en serio, ahí podremos empezar a soñar con cambiar el rumbo de una decadencia que ya lleva más de siete agotadoras décadas.
Fuente: Economía para Todos