El jefe de Estado y líder de Cambiemos ya no tiene margen para ser sutil, ni
gradualista. Ni siquiera tiene espacio para presentase como un dirigente tan
amable, aunque sea para las fotos de los timbreos y los actos oficiales. Si no
hace algo con el dólar pronto, para evitar que siga pegando saltitos y
desquiciando a los precios, su devaluado capital político se terminará
diluyendo, y posiblemente no le alcanzará, si quiera, para ganar en segunda
vuelta. La semana que acaba de pasar ha sido muy ilustrativa.
El riesgo país bajó, pero el tipo de cambio terminó subiendo, a un nivel
preocupante. Y los precios, ni hablar. El relanzamiento de Precios Cuidados está
bien como gesto simbólico, pero el problema es que la mayoría de los productos
incluidos en el sistema no se encuentran en las góndolas. El presidente del
Banco Central, Luis Caputo, y el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, deberán
convencer a los "burócratas" del Fondo Monetario para que les dejen las manos
libres y así poder usar las reservas y entonces domesticar al dólar y los
corcoveos del "mercado". En serio: ya no tienen más margen para los movimientos
sutiles.
Ahora parece que ni siquiera la aprobación en general del Presupuesto,
prevista para las próximas horas, va a servir para poner en caja la mayoría de
las variables de la economía. La decisión de que por fin salga cada ministro a
defender primero a sus políticas específicas y después al gobierno en general es
correcta, pero tardía. Lo mismo puede decirse sobre la determinación de la
gobernadora María Eugenia Vidal de salir a poner la cara, en los medios, pero
también en los barrios, para transmitir preocupación y cercanía, en el medio de
esta inflación con recesión. Va en la dirección adecuada, pero no parece
suficiente. Lo único que servirá, una vez más, es que le pongan un freno a la
suba del dólar, más allá de que al actual tipo de cambio sea mejor para
diferentes sectores, como el campo, las economías regionales que exportan, el
turismo local y también para llegar a la meta de déficit cero con más comodidad.
Las últimas encuestas no mienten. El núcleo duro de los argentinos que apoyan
al gobierno sigue ascendiendo a un poco más del 30%, pero el grupo de
desencantados se está cristalizando. Esto es: un alto porcentaje empieza a
responder que bajo ninguna circunstancia volvería a votar a Macri. Le pasa algo
parecido, al núcleo de los seguidores de Cristina Fernández. Aunque ascienden a
un poco menos del 30 por ciento, se están empezando a deshilachar, por goteo,
pero de manera sostenida. Como si los cuadernos de la corrupción K, al final,
hubieran pegado en la línea de la flotación de la militancia, y dejado sin
argumentos políticos a los "cuadros" de La Cámpora, quienes aparecen
embadurnados, en medio de situaciones irregulares. Sin embargo, a los dirigentes
políticos que pretenden liderar la "ancha avenida del medio" les falta
ordenarse, dirimir el liderazgo y salir a la cancha a pelear el voto.
La demanda de una o más figuras que puedan ser capaces de aglutinar la opción
de quienes no elegirán ni a Macri ni a Cristina, existe. Lo que sucede es que
todavía nadie es visto como la síntesis perfecta para asumir esa representación:
ni Sergio Massa, ni Juan Manuel Urtubey, ni José Schiaretti, ni Sergio Uñac, ni
Miguel Angel Pichetto. Ni siquiera Roberto Lavagna. Porque el ex ministro de
Economía de Kirchner tiene muy buena imagen, pero sus preferencias bajan
considerablemente cuando se pregunta si lo votarían para Presidente.
A la ex presidenta ahora también el tiempo le juega en contra. En las
próximas horas el juez Claudio Bonadío volverá a pedir su procesamiento y
eventualmente, su desafuero para poder detenerla, en el marco de la causa por
los cuadernos de la corrupción K. La duda es si lo hará esta semana o esperará
la confirmación del procesamiento por parte de la Cámara Federal para solicitar
al senado que le quiten los fueros. La estrategia de victimizarse y presentar la
acusación contra ella como una persecución es de vuelo muy corto. Nunca, en toda
la historia de la Argentina, una causa por corrupción tuvo más pruebas y más
evidencias que ésta. No solo el chofer Oscar Centeno ratificó el contenido de
cada uno de los detalles de pagos y cobros de coimas que aparecieron en los
cuadernos. Tampoco nunca jamás más de una docena de los empresarios denominados
los Dueños de la Argentina habían reconocido el pago de retornos. También es
inédito el arrepentimiento de Ernesto Clarens, el financista del dinero negro
del ex presidente Néstor Kirchner primero y su esposa después. Y ni que hablar
de la confesión del ex secretario de Obras Públicas, José López, el hombre que
fue detenido infraganti con bolsos que tenían más de 9 millones de dólares en
efectivo, joyas, y armas de guerra. López confirmó que Néstor tenía un cuaderno
Arte donde anotaba todo el sistema de recaudación en negro. López detalló que
Cristina le pidió, después de la muerte de su marido, con el cuaderno en la
mano, que siguiera recaudando. López también reveló que la plata que intentó
esconder en el monasterio de General Rodríguez no era de él, sino de la ex jefe
de Estado.
Frente a semejante y tan abrumadora evidencia, el video de Cristina explicando como un grupo de policías "tomó" su casa de El Calafate es una respuesta chiquita. Más destinada a sus fieles que jamás la cuestionaron que al resto del país. Los estrategas de campaña de Macri le prefieren desgastada pero libre, que presa, victimizada, y sin poder competir. Los estrategas de campaña de Cristina vaticinan que la intención de voto del presidente se derrumbará, y que todo peronismo terminará apoyando a la ex jefa de Estado en el balotaje. Los deseos pueden ser muy fuertes y muy bien fundamentados, pero la realidad siempre termina haciendo lo que quiere ella.