Fue en Francia, a fines del siglo 18, cuando un químico –Antoine Lavoisier– pronunció una frase que quedó en la historia: "Nada se pierde, todo se transforma". Más de 200 años después, puede considerarse una de las bases de lo que hoy se denomina "economía circular". El concepto que engloba a todas las estrategias que apuntan a una producción más sustentable, mediante el reciclado o reutilización de los recursos.
La producción de cerdos es un ejemplo perfecto de cómo puede funcionar este círculo virtuoso: los animales se alimentan de maíz y, con sus deposiciones, luego pueden nutrir y mejorar los rindes de este cultivo. Incluso por encima del rendimiento que aporta un fertilizante químico.
Así lo determinaron tres ensayos realizados por técnicos del INTA Manfredi, en el marco de un convenio con la Cámara de Productores Porcinos de Córdoba (Cappcor). Los resultados preliminares de estos estudios, efectuados granjas de Villa María de Río Seco, Despeñaderos y San José de la Dormida, fueron presentados durante la 8° Jornada Porcina que tuvo lugar en el Club Unión de Oncativo.
Nicolás Sosa, uno de los técnicos que encabezó la investigación, utilizó un concepto similar al de economía circular. Dijo que "hay que pensar en un ciclo cerrado de nutrientes, que todo vuelva al sistema productivo". "No hay que dejar un litro de efluente sin reincorporar al sistema", mencionó.
Las ventajas agronómicas son varias: el efluente porcino aporta macro y micro nutrientes, mejora la parte física del suelo y adiciona materia orgánica, "algo que no se puede comprar en ninguna fábrica", subrayó Diego Mathier, otro de los investigadores del Inta. Y también, al reutilizar desechos, se beneficia la variable ambiental, aspecto clave si se tiene en cuenta que muchas granjas están ubicadas cerca de municipios y cursos de agua.
Marcos Bragachini, en tanto, consideró que debe cambiarse la noción de que un efluente es igual a un residuo: "Hay que considerarlo un aporte a la materia prima".
En el establecimiento La Constancia (Villa María del Río Seco), que cuenta con un criadero de cerdos de ciclo completo con 500 madres, se realizó una aplicación de efluentes con cañón regador.
El ensayo abarcó seis lotes con diferentes tipos de tratamiento: un testigo sin aplicaciones, dos a los que se incorporaron desechos en láminas de 15 y 30 milímetros; y los otros tres, con una aplicación similar pero con el agregado de fertilizantes químicos (urea y fosfato).
Los resultados fueron elocuentes: el testigo sin fertilizar rindió 51 quintales por hectárea, valor que mejoró hasta 53,8 quintales con 15 milímetros de efluentes y hasta 59,3 quintales con 30 milímetros. El rendimiento supera los 58,8 quintales que arrojó el testigo fertilizado sólo químicamente.
Los mayores rendimientos, como era de esperar, estuvieron en los maíces con doble aplicación: el de 15 milímetros llegó a 61,5 quintales; el de 30, a 68,6. En resumen, el doble tratamiento de nutrientes elevó 34,5 por ciento el rinde en relación a un testigo que se desarrolló sin “ayudas”.
En el establecimiento Dos Ríos, el ensayo se hizo por medio de pivote central y abarcó dos círculos de aplicaciones, realizadas un mes antes de la siembra. También con una estrategia que combinó el suministro sólo de efluentes, comparado con lotes que también fueron beneficiados con un complemento de nitrógeno y fósforo.
La conclusión más importante fue que el lote que absorbió una lámina de 12,5 milímetros de efluentes y nutrientes adicionales llegó a rendir 92,5 quintales por hectárea, ocho quintales más que el que sólo recibió una lámina de 25 milímetros; y casi 10 quintales más que el testigo sin fertilización.
En el establecimiento El Cebil, donde funciona una granja con mil madres, la aplicación fue 22 días antes de la siembra y por medio de estercolera. Allí se comparó directamente el rendimiento obtenido con el abono porcino contra una fertilización puramente química.
El ensayo arrojó un rinde de 91,2 quintales por hectárea para los maíces que recibieron 60 mil litros por hectárea de efluentes; y 87 quintales para los que contaron con 30 mil litros; en ambos casos, superaron a las aplicaciones químicas que lograron 85,5 quintales, contra un testigo de 83,8 quintales. Es decir, los efluentes elevaron el rinde 8,8 por ciento; los nutrientes químicos, sólo dos por ciento.