Los países más evolucionados, convertidos en verdaderas sociedades de la información y el conocimiento, son los que han trazado exitosas estrategias de desarrollo agropecuario y rural.
En nuestro continente, la mayor parte de los países debe completar ese proceso, para lo que es imprescindible incluir al sector agropecuario como una prioridad en las agendas gubernamentales. Recorrer ese camino permitirá cumplir con el objetivo de alcanzar un desarrollo armónico e integrado.
Esta necesidad imperiosa conlleva el entendimiento de la actividad agropecuaria con un enfoque renovado y esperanzador, capaz de impulsar oportunidades de progreso y agregación de valor, lo que demanda sólidas políticas de Estado.
Se trata de promover acciones para la cohesión social y territorial de forma innovadora y audaz, de modo de quebrar el ciclo fatídico de la pobreza que crea más pobreza y responder eficazmente a las necesidades de generación de oportunidades para frenar el éxodo a los centros urbanos.
Este abordaje permitirá transformar a los agricultores familiares, claves para la seguridad alimentaria, en protagonistas de un cambio que les facilite el acceso a una nueva generación de tecnología.
Poner a la agricultura en el centro de la agenda política, otorgándole un estatus de prioridad, fue el compromiso abrazado por Estados Unidos y por la Europa de la posguerra.
Muchos de nuestros países, que no han adoptado ese compromiso, deben y pueden revisar criterios que han creado inequidades, reforzando el acceso a educación, salud, infraestructura y conectividad en los territorios rurales para equilibrar su calidad de vida con la de las zonas urbanas.
Se trata de una apuesta segura, que construye ciudadanía y además capacita recursos humanos por la formulación de planes estratégicos enriquecidos por la cooperación técnica internacional, una de las avenidas por la que transitan las relaciones internacionales en la actualidad. Además de la dimensión solidaria, esa cooperación tiene la capacidad de impulsar el desarrollo, al incentivar la modernización del sector productivo, la innovación de la gestión pública y el comercio.
Su éxito depende principalmente de que sean implementadas a través de políticas con visión de largo plazo, que entiendan a la agricultura como una positiva actividad de transformación económica y social.
Esta concepción, a la vez que jerarquiza el papel de la actividad y el trabajo de las autoridades públicas, contribuye al desarrollo y consolida la densidad de las naciones.