Esta fue la razón principal por la cual, cuando hace algunos años la referida institución decidió, por razones de seguridad, cambiar el diseño de los billetes, al mensaje de que nunca sería necesario cambiar los viejos por nuevos, lo esparció por todo el mundo. Particularmente en países como la Argentina o Rusia, y en aquellos donde la economía informal es significativa o el sistema financiero formal no es confiable. Esto último no por la perversidad personal de los banqueros, sino por la legislación que éstos no tienen más remedio que cumplir.
¿Por qué los argentinos tenemos una familiaridad con los dólares que los brasileños no tienen? Manuel Fernández López explicaba que, por lo menos desde la época de Aristóteles, los objetos que son utilizados como dinero cumplen tres roles principales: 1) unidad de cuenta; 2) medio de pago de aceptación general; y 3) reserva de valor. En el caso particular del dólar, el más importante es el último.
En la Argentina padecemos inflación, despegada de la del resto del planeta, desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Y algo más importante todavía: salvo en las épocas de estabilidad de precios (que seguramente suman menos de 20 años de los últimos 70), la tasa de interés pasiva, la que las instituciones le abonan a los ahorristas, estuvo muy por debajo de la tasa de inflación. Entonces, quien busque diferencias de comportamiento con los brasileños, primero que analice qué le ocurrió a la tasa de interés de las cuentas de ahorro del país vecino.
Le cuento mi caso, que muy probablemente se parezca al suyo. Nací el 25 de noviembre de 1943, y menos de un mes más tarde mi tío materno Paco, mi padrino de bautismo, fue hasta la Caja Nacional de Ahorro Postal y abrió una cuenta a mi nombre, por lo cual tengo en mi casa una libretita de color ocre, donde pegué estampillas. Vengo de un hogar de clase media-media, tirando a mediabaja, por lo que el depósito inicial, equivalente hoy a US$300, tiene que haber significado algún sacrificio. Pero todo esto indicaba la importancia que el ahorro tenía para mi familia. Y había un vehículo para efectivizarlo.
¿Qué pasó con los fondos depositados? Como durante la presidencia de Juan Domingo Perón las tasas de interés fueron fijadas muy por debajo del índice de inflación (en números redondos, 2,5% contra 25% anual, respectivamente), el poder adquisitivo del ahorro se licuó. Es decir, al esfuerzo de mi familia se lo comió la inflación.
Perón inauguró el "deporte" de hacerle perder poder adquisitivo a los ahorros en pesos, pero a quienes lo siguieron la iniciativa les pareció tan atractiva, que lo imitaron.
Lo que quedaba del ahorro en pesos (cito de memoria) sufrió nuevas quitas con el fogonazo inflacionario del primer semestre de 1958, el Rodrigazo de mediados de 1975, la hiperinflación con la que terminó la presidencia de María Estela Martínez de Perón, y la hiperinflación del primer semestre de 1989; además del plan Bonex de comienzos de 1990, el corralito de fines de 1991, etcétera.
Los argentinos no somos particularmente inteligentes, pero tampoco somos tontos. A la luz de esta historia, como reserva de valor "sustituimos monedas", tal como decimos los economistas. Igual que los abuelos de todos los países del mundo, yo a mis nietos les inculco el valor del ahorro. Pero, a diferencia de los abuelos de muchos otros países, si les dijera que no se preocupen porque cuando nacieron les hice un plazo fijo en pesos, a 18 años, para que cuenten con fondos cuando comiencen sus estudios universitarios, pensarían que soy un economista brillante pero que, como decisor individual, soy muy tonto.
En una palabra, la familiaridad que los argentinos tenemos con el dólar es el subproducto de lo que, a través de los gobiernos de turno, nos hemos hecho los unos a los otros. Una costosa piolada, porque la tenencia de dólares billetes implica un préstamo a tasa cero que les hacemos a los norteamericanos.
Una cosa es tener dólares; otra, dónde tenerlos. Al respecto es importante aclarar que, para entender esta cuestión desde el punto de vista económico, la geografía juega una mala pasada. En efecto, en economía la cuestión es si los dólares están dentro o fuera del sistema, no dónde están o por dónde circulan. Por ejemplo: están tan fuera del sistema económico los dólares que guardamos en los colchones o en las cajas de seguridad -que geográficamente están en el país- como los que tenemos en una cuenta de un banco radicado en las Islas Fiji, que geográficamente están allá.
Por lo cual, "traer" los dólares no es algo relacionado con carretillas, bolsos o contenedores, sino que tiene que ver con incorporarlos al sistema económico local. Tampoco es una cuestión estadística: el Indec o el Banco Central podrán no saber cuántos dólares tiene usted o tengo yo, pero nosotros lo sabemos, y lo tenemos en cuenta cuando realizamos transacciones.
El blanqueo realizado en la Argentina a fines de 2016 y comienzos de 2017 incorporó más de US$100.000 al circuito formal de la economía, lo cual implicó comenzar a pagar impuestos, aun cuando el 90% de los fondos blanqueados, geográficamente ubicados en el exterior, ¡quedaron allí! ¿Qué significa esto? Que presionados, por los bancos internacionales, muchos compatriotas decidieron blanquear fondos, pero los dejan fuera del alcance financiero del Estado argentino, es decir, del actual y de futuros gobiernos.
No estamos, por consiguiente, delante de una cuestión cultural, por lo cual no le recomendaría a ningún gobierno argentino que, para que convirtiéramos nuestras tenencias en dólares a su equivalente en pesos, nos lavara el cerebro, o bien que, con letra de tango nos dijera "hacelo por la vieja, si no lo hacés por mí".
Nunca se sabe lo que va a pasar, pero ningún tenedor argentino de dólares teme lo que le puede hacer Jerome Powell, actual titular del FED, o sus sucesores, a quienes no conocen, y en cambio temen lo que pueden llegar a hacer las autoridades argentinas, presentes o futuras, a quienes sí conocen.
Esta tragedia no es imposible de revertir, pero tampoco es fácil. En esto los argentinos sufrimos lo que el economista Nissan Liviatan denomina la trampa de la incredibilidad. El marido que engañó y fue descubierto está en período de prueba. Su presente es impecable, pero su pasado no, por lo cual hoy se porta bien pero no consigue ningún beneficio. ¿Para qué me estoy portando bien, entonces? Piensa. ¡Y la mujer sabe que lo está pensando!