El 2,3% de marzo se clavó como un puñal en la carne blanda. La inflación prometida por el Gobierno para todo el año se consumió casi hasta la mitad en apenas el primer trimestre. Mala noticia para la economía, que no alcanzan a equilibrar los buenos datos sobre crecimiento, obra pública, empleo y retroceso de la pobreza. El optimismo oficial se mostró flojo de papeles. Así, un resultado mediocre termina presentado como un fracaso.
Donde más duele la inflación, está claro, es en los bolsillos. Pega duro en la clase media y media baja, que no está al abrigo de planes sociales y subsidios intensivos. Eso complica el humor social y pone en jaque a la política del Gobierno, porque en esas franjas habita un núcleo duro de votantes de Mauricio Macri.
Gastos en educación, ropa y alimentos lideraron el alza de marzo. Los fuertes aumentos de tarifas de comienzos de año terminaron de llegar a los precios. Lo que viene es más golpe tarifario: transporte, gas y combustibles. La espiral puede seguir ascendiendo.
Las encuestas que miran en la Casa Rosada retratan la realidad sin afeites. Según la última medición de la consultora Isonomía, el 50% de la gente cree que el Gobierno no está en capacidad de controlar la inflación; en cambio el 38% mantiene su confianza en que ese logro se alcance. Otros números, de otras consultoras, van en la misma dirección.
Poco importa que el costo de vida de 2017 haya bajado hasta casi la mitad que en 2016, y que el de 2018 termine siendo un poco menor al del año anterior. Hay una percepción social, un humor colectivo y una consecuencia política que se encadenan de manera inevitable.
Al interior del Gobierno esto produce crujidos. Y en el universo que rodea a Cambiemos esos ruidos llegan a ser estruendo.
Desde la ortodoxia económica, que acompaña al Gobierno y pretende influir de lleno sobre él, se reclama un ajuste más severo, disminución brusca del gasto público, medidas drásticas que den satisfacción a los mercados. La respuesta de Macri es el gradualismo: no quiere forzar decisiones que sean de difícil tolerancia social. Se obligó a ir despacio, con cautela extrema. Quizá por eso no pueda llegar tan lejos como esperaba con su proceso de transformaciones. Macri aborrece terminar siendo un presidente intrascendente. Pero hasta aquí demostró comprender las limitaciones, estrictas y razonables, que fija la política.
Los aliados de Cambiemos, situados imaginariamente al centro y la izquierda del PRO, protestan con entusiasmo. Lilita Carrió pidió que las tarifas -la bestia negra inflacionaria- tengan ahora aumentos prorrateados para atenuar el impacto en los usuarios. De paso, lo sacudió lindo al ministro de Energía, Juan José Aranguren, por mantener sus ahorros fuera del país y justificar esa postura. El gobernador de Mendoza y presidente del radicalismo, Alfredo Cornejo, echó sal sobre esa misma herida.
Podrá decirse que si Carrió y los radicales expresan el enojo de la clase media acosada por las subas tarifarias, Cambiemos podrá tener una barrera de contención para ese público que lo viene acompañando. Es lindo pensarlo como ejercicio teórico. Pero a Macri este tema le causa turbulencias en la interna. Mientras tanto Aranguren actúa como si el crédito que le otorga el Presidente fuese eterno.
Hay otros ángulos que muestran la complicación política que deriva de esta coyuntura económica.
En el Ministerio del Interior aseguran que, según encuestas que no son propias pero les resultan creíbles, Cristina Kirchner mejoró su imagen de 2 ó 3 puntos como consecuencia directa del malestar por las tarifas y la inflación.
La colocación de la ex presidente como eje principal de la oposición ya demostró ser un buen negocio para el Gobierno. A eso sigue jugando el oficialismo, con la mira puesta en la elección presidencial del año próximo. Pero una Cristina central también le achica el campo de maniobras al peronismo que pretende dialogar y negociar con el Gobierno, y a la vez desplazar a los ultra K y a su jefa del centro del escenario opositor.
Los hombres del ministro Rogelio Frigerio son eclécticos en materia de sondeos. Entre los trabajos que tienen en observación hay uno realizado en Capital y GBA por la consultora Agora, que responde a Wado De Pedro y Mariano Recalde, o sea La Cámpora pura y dura. ¿Qué entusiasma a los funcionarios de Interior? Que según esa medición Frigerio es el ministro mejor considerado por el público, seguido por Patricia Bullrich y Guillermo Dietrich.
Pero hay otras sustancias sabrosas en ese trabajo. Como que María Eugenia Vidal y Elisa Carrió son las únicas dirigentes con más imagen positiva que negativa. Que el potencial de voto de Macri, Vidal o un candidato que ellos apoyan llegaría hoy al 42%. Que el gobierno de la Provincia y los municipios tienen mejor imagen de gestión que el gobierno nacional. Y un clásico: que la gente es apenas pesimista sobre su futuro económico personal, pero mucho más si se le pregunta por el del país.
Cuando se llega al tema maldito, el 59% dice que la inflación es alta, el 53% cree que seguirá aumentando y alrededor de un 60% afirma que su ingreso perdió y seguirá perdiendo contra el costo de vida. Son percepciones, no necesariamente números duros. Pero el humor político está hecho de esa materia.
La gobernadora Vidal es de las más preocupadas por ese cruce conflictivo entre inflación y política. Su plan, y el de Macri, es pelear a fondo por la base del voto duro peronista en el Gran Buenos Aires. Creen que si lo logran habrán ganado una batalla estratégica para su programa de transformaciones. Pero las condiciones no estarían siendo las ideales, aún en la circunstancial orfandad de candidatos opositores con peso propio.
Federico Salvai, jefe de Gabinete bonaerense, suele decir que un cambio positivo es que hace dos años les pedían comida y hoy les están pidiendo empleo. Sin duda son dos categorías muy distintas, pero el estado de necesidad permanece en muchísimos compatriotas.
Vidal advierte el riesgo de confiarse en la desmañada oferta peronista de este tiempo. En especial si el repunte de la economía de bolsillo se posterga más de la cuenta. Siempre puede aparecer una alternativa, avisa. Y recuerda los tiempos no tan lejanos en que “yo de ninguna manera podía ser gobernadora”, pero terminó siendo porque supo expresar una demanda social frente al kirchnerismo que era anterior a su propia postulación.
El equipo de gobierno bonaerense se reunió este fin de semana en Chapadmalal. Hubo introspección, reflexiones, ajuste de tuercas. Algo para afuera también: aprestos para una nueva negociación con los docentes. Es una pelea por números y por poder político, librada otra vez de cara a la sociedad.
Otra instancia de competencia bajo esos mismos parámetros es la relación de Vidal con los intendentes peronistas. Esos jefes territoriales siguen colgados de Cristina porque es la que mejor mide y por ahora les garantiza un caudal de votos que les permita salvar su poder territorial. Algunos sobreactúan su kirchnerismo, porque eso paga bien entre sus votantes.
Tuvieron dos años de buena relación con la gobernadora: hubo diálogo y hubo plata para obras públicas. Así y todo Vidal les ganó a 39 de los 66 intendentes opositores en las elecciones legislativas de octubre. El año que viene irá por la consolidación de ese dominio.
Los intendentes peronistas se quejan: dicen que Vidal está “agrandada”, que ya no los escucha y casi ni los atiende. Las críticas suelen ser en privado: “Con la piba no te podés pelear en público porque te tritura”, admiten.
Vidal acepta que ahora los ve menos. Razón sencilla: tiene menos para darles. Los fondos para obra pública se cambiaron este año por el reparto del dinero que llega como compensación por el viejo Fondo del Conurbano. Es una millonada. Pero a la hora de repartir, a los municipios les llega la mitad de la plata que recibieron en los años anteriores.
Las sonrisas se enfriaron. Falta poco para entrar en el año electoral. Detrás de Heidi se puede esconder Terminator. Pero los demás también juegan.
En la Casa Rosada advierten que los intendentes aprendieron bien el jueguito de fundirse con la gente para culpar por todos los males al gobierno de Macri, empezando por las tarifas y la inflación; y al mismo tiempo facturar como propias las obras públicas que mejoran la vida de los vecinos, aunque ni los fondos ni la ejecución sean de ellos.
No hay nada que reprocharles. Es la selva. Y allí cada quien se defiende como sabe y puede.