Lo que sí se puede asegurar, a pocos días de su lanzamiento, es que la discusión sobre la posible legalización del aborto está atravesando a todo el sector adulto de la sociedad argentina, casi sin excepciones.
También se puede concluir que el debate está produciendo, por fortuna, nuevas escenas de la vida política que no se recordaban desde que se discutió, hace ya más de veinte años, la ley de divorcio o la aprobación del matrimonio igualitario. Pongo como ejemplo solo una. Un diputado de Cambiemos, de absoluta identificación con Pro, confesó, después de escuchar los argumentos públicos de Mayra Mendoza a favor del derecho al aborto legal, gratuito y seguro, que nunca había estado tan de acuerdo, "al mil, al dos mil por ciento", con cada palabra pronunciada por la dirigente de La Cámpora e incondicional a Cristina Fernández. Por supuesto, Mendoza, en el medio de la inteligente y sentida defensa de sus ideas, tiró, como al pasar, que era "mentira" que Macri había habilitado la discusión. Que lo que la hizo inevitable fue la movilización de miles y miles de mujeres.
Sin embargo, la historia dirá lo contrario. Del mismo modo que dirá que fue durante la presidencia de Cristina Fernández cuando el Parlamento aprobó la ley de matrimonio igualitario y también, un poco antes, la Asignación Universal por Hijo. ¿Qué importa, en el fondo, que Macri esté en contra de la despenalización del aborto? ¿Qué relevancia tiene, al final de cuentas, que Cristina no hubiese sido la impulsora original del matrimonio entre personas del mismo género o que haya empujado, después de argumentar mil veces en contra de su aplicación, el proyecto original de Asignación de Elisa Carrió, su archienemiga de tantos años?
Pero ¿de dónde habrá sacado el Gobierno semejante conejo de la galera? Quizás alguien, posiblemente el propio Durán Barba, haya recordado lo bien que le hizo a la imagen de Macri, entonces jefe de gobierno, su decisión de no impedir que se produjera en la ciudad de Buenos Aires la unión civil entre una pareja de homosexuales. Los obsesivos lectores de encuestas sostienen que ese gesto de Macri hizo que amplios sectores del electorado porteño lo dejaran de ver como una especie de ogro de la derecha más rancia y conservadora y comenzaran a aceptarlo como una persona "un poco más normal" y menos distante. Por otra parte, es posible que esa misma decisión haya sido lo que terminó generando el distanciamiento con el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Distanciamiento que, dicho sea de paso, todavía perdura.
¿Está buscando el Presidente, con este tipo de gestos, reconquistar a una parte de los argentinos que se vienen desencantando de él y su gobierno? No es una pregunta que se pueda responder por sí o por no con tanta facilidad. Porque con el mismo criterio se podría argumentar que su posición sobre la acción del policía Luis Chocobar, a quien calificó, de manera apresurada, de "héroe", lo podría alejar de vastos sectores que todavía lo consideraban más o menos "comprensivo y tolerante".
¿Será que al iniciar la segunda mitad de su mandato Macri está gobernando con una impronta parecida a la de la primera etapa de gestión de Néstor Kirchner, que gestionaba a golpe de encuestas diarias y que elegía a sus amigos y a sus enemigos al compás de la opinión ultravolátil del argentino promedio? La primera cadena nacional de Kirchner contra la Corte Suprema elegida a dedo y de mayoría automática, el enfrentamiento con el sindicalista José Luis Barrionuevo o el recibimiento a Juan Carlos Blumberg, padre de Axel, el chico asesinado mientras intentaba escapar de sus secuestradores, ¿no tienen el mismo perfume que las declaraciones de Macri sobre el sistema judicial, su batalla contra Hugo Moyano o su voluntad explícita de recomponer la autoridad de las fuerzas de seguridad?
Al mismo tiempo, los analistas clásicos interpretan que el anuncio de impulsar el debate sobre el aborto en el Congreso perseguiría, como principal objetivo, funcionar de cortina de humo para quitar de la agenda pública los aumentos de tarifas, el atraso de los salarios, los inquietantes saltos del precio del dólar y la seguidilla de casos donde altos funcionarios aparecen con problemas de conflictos de intereses, omisión de declaraciones juradas o decisiones personales controvertidas, como mantener sus ahorros e inversiones fuera del país. Podríamos concluir que Macri y sus hombres de confianza aventuran una temporada de mal humor social que podría perdurar hasta junio, cuando empiece el Mundial de fútbol, que paralizará parte del planeta y especialmente a la Argentina, donde millones de compatriotas esperan que Leo Messi llegue a la cumbre de su carrera y levante la Copa, que tan cerca estuvo de alzar en el último campeonato.
Si se lo escucha con atención a Marcos Peña o al ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, la teoría de la cortina de humo podría considerarse errónea, ya que ambos, esta semana, repitieron una y otra vez que la economía está creciendo, el déficit está bajando, es récord el número de argentinos que vuelan dentro y fuera del país y el aumento de la compra de autos usados y el patentamiento de los cero kilómetro evidencian una economía pujante, aunque todavía no llegue a los sectores de menores recursos.
Lo que sí está claro es que, más allá de la percepción del "círculo rojo" o el microclima que, según Peña, a veces domina a los "hiperinformados", el Gobierno ha logrado, con la "autorización" del Presidente, debatir la interrupción legal de los embarazos no deseados, recuperar el dominio de la agenda pública. Nada más y nada menos. Para llegar a esta conclusión, basta observar las reacciones tardías de la cada vez más fragmentada oposición. La expresidenta hizo mutis por el foro. Su hijo Máximo, al participar de la última marcha en apoyo de la legalización del aborto, quedó inhabilitado para criticar la movida presidencial. Sergio Massa anunció que dejaría en libertad de acción a los legisladores de su agrupación. Y el resto del peronismo, bien gracias.
Pero la Argentina es un país raro. Los cisnes negros aparecen cada cinco minutos, y un cántico supuestamente espontáneo y aparentemente inofensivo contra "Mauricio Macri", si no se le presta la debida atención, podría terminar en algo mucho más serio y con consecuencias impensadas. En el Gobierno, por supuesto, afirman que el cantito está siendo "agitado" por la "vieja tecnología política" del kirchnerismo, que consiste en viralizar conceptos, palabras o situaciones que van desde el "Macri gato" hasta la desaparición de Santiago Maldonado, desaparición que la realidad se encargó de desmentir después de varias semanas. La pregunta de la hora es más interesante todavía: la "magia" del marketing político que tantas elecciones le hizo ganar a Cambiemos, ¿también le está sirviendo para gobernar en tiempos difíciles o al final la realidad económica terminará poniendo las cosas en su lugar? Eso también es una cuestión de tiempo, el insumo que más necesita Macri para cumplir sus promesas.