La mediocridad teme al digno y adora al lacayo … (el mediocre) ... es un
hombre de corcho: flota. Ha sido salteador, alcahuete … ingrato, hipócrita,
traidor, político; tan varios encenagamientos no le impiden ascender y otorgar
sonrisas desde su comedero. Es perfecto en su género. Su secreto es simple: es
un animal doméstico. Entra al mundo como siervo y sigue siendo servil hasta la
muerte, en todas las circunstancias y situaciones…” (Fragmento de “El hombre
mediocre”, de José Ingenieros)
¿Cómo se pasa de la buena reputación y los augurios políticos venturosos a un presente bravucón y sórdido, capaz de justificar entrelíneas, con copyright de relato K, como hizo ayer en el Congreso, la brutal agresión al periodista Julio Bazán a manos de una turba anónima? ¿Cómo se explica la mudanza como integrante de una generación de jóvenes lúcidos en la recuperada democracia a vulgar ganapanes de la política? Para decirlo más claro: ¿cómo se pasa de ser uno de los jóvenes “coroneles cívicos” de los criaderos del alfonsinismo a lenguaraz y barrabrava todo servicio de Cristina y Máximo Kirchner?
Sólo Leopoldo Moreau tiene la respuesta a ese itinerario con final hoy brumoso luego de toda una vida dedicada a la política. Aunque ausente en la violencia salvaje del lunes, las imágenes de la fallida sesión del jueves 14 de la reforma previsional lo mostraron, arriba de los 70 años, como un patotero más afín a los Moreno Boys que a la tradición de su primer amor partidario. Si se mirara al espejo de aquel joven sub 40 de 1983 no vería más que la mueca triste de su destino errático.
Se puede cambiar de ideas y de partido, otra cosa es desertar de la ética
democrática para sumarse a las huestes violentas y hostiles a la esencia de esa
ética. “Hijo de puta, bajá que te cago a trompadas”, lo desafió a Emilio Monzó,
el presidente de Diputados, Cámara en la que Moreau ejerciera ese mismo cargo en
1989 y ocupara una banca durante cinco mandatos, cuatro en la UCR y el quinto en
curso por el cristinismo duro de Unidad Ciudadana. También fue senador por la
provincia de Buenos Aires y se lo recuerda como uno de los voceros del
presidente Alfonsín ante el alzamiento carapintada de Semana Santa de 1987.
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Cualquiera de sus oratorias y hechos en defensa de la democracia se opaca por su gestualidad de malandra tardío. En verdad, la sociedad había empezado a olvidarlo hace tiempo: en las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003, como candidato a la Presidencia de la Nación por la UCR sólo logró un 2,34 %. Pasó del baño de multitudes a la decadencia ingrata de las urnas casi vacías.
En confianza, como dijo José Ingenieros, el mediocre “es un hombre corcho: flota”. En el crepúsculo de su vida pública, este hombre que le brindó servicios a la República eligió bajar el telón cual rufián melancólico que se despide por la puerta de atrás de la política como guardián de la palabra violenta. Y al amparo de una fuerza política sospechada, para colmo, de haber saqueado la República.