Hechos de violencia inusitada propios de un pasado remoto que creíamos superado tuvieron lugar ayer e impidieron que sesionara la Cámara de Diputados para tratar el proyecto de ley de reforma previsional impulsado por el oficialismo.
Ese es, quizás, el saldo más grave y preocupante de lo ocurrido: luego de
mucho tiempo, la violencia reemplazó el diálogo y el normal funcionamiento de la
institución que simboliza la democracia. Privó la fuerza y obtuvo una triste
victoria, al impedir el debate de ideas. Esa fue la intención de los activistas
que actuaron agrediendo a las fuerzas del orden en el exterior del Congreso,
alentados e impulsados por el kirchnerismo y fuerzas de izquierda.
Pero el verdadero objetivo de estos verdaderos militantes de la violencia no era combatir la reforma previsional. El proyecto de ley fue la excusa para, lisa y llanamente, atentar contra el Gobierno empleando como emblema de la lucha la defensa de los jubilados, que, para la oposición, se verían perjudicados con el nuevo régimen para el cálculo de los aumentos en sus haberes. La sensibilidad del tema se prestaba para bastardearlo y agredir directamente a un gobierno surgido de elecciones impecables, cuyo triunfo en octubre hizo crecer el temor de muchos políticos y ex funcionarios de perder sus privilegios, su libertad y el dinero mal habido.
Fueron elocuentes las imágenes que mostraron cómo continuaban los desmanes
generados por los citados grupos cuando hacía mucho tiempo que se había
levantado la sesión en la Cámara baja. Es que los promotores de la violencia,
que arrojó una treintena de heridos -varios de ellos, policías- y una veintena
de detenidos, sabían que esas imágenes de la represión ejercida por las fuerzas
de seguridad y de los automóviles incendiados por los activistas recorrerían el
mundo en momentos en que las autoridades nacionales procuran el arribo de
inversiones y en que Buenos Aires era sede de la reunión de la OMC.
Tampoco fue casualidad que, en forma simultánea con los desmanes en la Capital, grupos de estatales bonaerenses reunidos en ATE y la CTA protestaran fuera de la Legislatura bonaerense, en La Plata, oponiéndose a la aprobación del paquete de leyes que envió la gobernadora María Eugenia Vidal. Tuvieron que ser dispersados por el cuerpo de caballería de la policía, mientras se interrumpía la sesión de la Cámara de Diputados provincial.
Podrá discutirse si el oficialismo forzó los tiempos al convocar con tanta
urgencia a la sesión de ayer sin tener plenamente asegurado el quorum, pero ello
jamás disminuye un ápice la responsabilidad de los violentos y sus mandantes,
los de afuera del recinto y los de adentro, porque pudo verse cómo diputados
opositores corrieron a increpar al presidente de la Cámara, Emilio Monzó, y
trataron de arrebatarle el micrófono.
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, aseguró que "hubo una voluntad mayoritaria de sesionar y acompañar" el tratamiento de la reforma previsional, y acusó a diputados de la oposición de "convertirse en piqueteros". Quienes representan a la minoría, agregó, "tienen que actuar con decencia, respetando su investidura, y tener la dignidad de sentarse y debatir, pero no a través de la violencia y la mentira". Debido al tumulto registrado en la Cámara baja, dos diputados electos no pudieron jurar: los oficialistas Jorge Enríquez y Astrid Hummel.
Ya el martes, durante el debate en la Comisión de Previsión y Seguridad Social de la Cámara de Diputados, también habían tenido lugar episodios de violencia cuando, con la complicidad de legisladores de la oposición, se permitió el ingreso de falsos jubilados y agrupaciones sociales que entraron con la única intención de trabar el debate con empujones e insultos, aunque finalmente el proyecto obtuvo dictamen favorable.
Signado por las Fiestas y el fin de año, diciembre suele ser un mes propicio para los reclamos que los violentos sin votos intentan capitalizar y desbordar. Tanto el Gobierno como el arco opositor deben mostrar en estos momentos madurez, voluntad de diálogo y firmeza en el rechazo de la violencia. En este sentido, fueron alentadoras las expresiones de Peña en su conferencia de prensa de ayer. En cambio, es evidente que el peronismo en general y el kirchnerismo en particular no terminan de digerir las derrotas electorales ni de advertir que estas reflejan un cambio profundo en una sociedad harta de la prepotencia y la intolerancia que ayer, por desgracia, volvieron a campear entre nosotros.