La producción local de soja, hoy, enfrenta dos grandes desafíos; o, más bien, habría que decir, dos grandes problemas.
En primer, lugar el agricultor sigue esperando con extrema preocupación la llegada de las demoradas precipitaciones.
Con respecto a la zona núcleo, buena parte de la superficie planeada para soja de primera ya está implantada. Las plantas tienen una altura promedio de alrededor de 5 cm. Y están sufriendo un agudo estrés, por la ausencia de agua, a lo que se agregan constantes y fuertes vientos mayormente del este y el norte. En esta oportunidad se advierte claramente la importancia de la siembra directa.
La otra parte destinada a la oleaginosa de primera, todavía no ha podido ser sembrada aún.
Por esa razón esta soja de primera será sembrada más bien en fechas correspondientes a soja de segunda.
La naturaleza tiene estas contradicciones. Un periodo de excesivas lluvias y ahora un lapso de escasez de humedad.
Con relación a la soja de segunda, prácticamente no se registran lotes sembrados.
Si bien la cosecha de trigo ha comenzado y avanza rápidamente, los suelos sufren de falta de humedad y por lo tanto no pueden ser implantados con esta oleaginosa. Con este escenario la probabilidad de alcanzar un gran volumen de cosecha se reduce.
El segundo gran problema se refiere al tipo de cambio y a la inflación.
¿Por qué?
Porque el déficit fiscal es cubierto con deuda y porque la principal herramienta para atenuar la tasa de inflación se basa en la tasa de interés (Lebacs).
Los prestamos provenientes de exterior más la políticas de tasas de interés implementada por el banco central mantienen al dólar en un nivel históricamente más bien bajo. Todo ello pese a que el déficit de la balanza comercial es pronunciado.
Así las cosas, la competitividad y la rentabilidad de la actividad están comprometidas.