Mientras la sociedad argentina empieza a aceptar con resignación el destino trágico de los tripulantes del submarino San Juan, los sondeos de opinión muestran un fenómeno significativo: la aprobación presidencial y la valoración de los principales dirigentes oficialistas están en aumento, alcanzando valores próximos a los registrados en los primeros meses de gobierno. Junto a eso, se verifica un incremento notable de las expectativas positivas sobre el país y una recuperación sensible de la evaluación del desempeño económico. Según los resultados del último sondeo mensual de Poliarquía, la aprobación de Macri asciende al 62%; su imagen personal trepa al 57%, y la apreciación positiva del Gobierno llega al 53%. Además, María Eugenia Vidal y Elisa Carrió, las dos figuras que le aportan a la coalición oficialista una imagen de proximidad afectiva y solidez de convicciones, mantienen alta valoración, por encima de la que recibe el propio Presidente.
Al cumplirse dos años de ejercicio, estos niveles de consenso constituyen un
reto para politólogos y provocan sorpresa entre los observadores
internacionales. En principio, la razón parece obvia: uno de cada tres
argentinos es pobre; el índice de inflación, aún en descenso, se ubica entre los
más altos del mundo; los niveles de déficit y endeudamiento son crecientes, está
en curso un importante aumento de tarifas de los servicios públicos, y si bien
se registran indicadores de recuperación económica, distan de ser
espectaculares. Para ahondar el desconcierto, se observa una paradoja en la
región: gobiernos que preservan la macroeconomía generan rechazo, careciendo de
elencos prestigiosos. El problema se expresa de manera característica a través
de altos niveles de desaprobación presidencial, como en los casos de Uruguay,
Chile, Perú, Paraguay, Colombia y Brasil. En el otro extremo, tampoco se salva
Maduro, que registra un repudio de más del 70%.
En cambio, Macri comparte la popularidad con dos presidentes de proveniencias y características dispares: Lenin Moreno, de Ecuador, enfrentado con el ex presidente Correa y propenso al diálogo y las reformas moderadas; y Evo Morales, un dirigente cuidadoso de la macroeconomía, pero con fuerte arraigo popular. La dispersión de preferencias, rasgos de liderazgo e ideologías desafía los análisis politológicos clásicos. En primer lugar, cuestiona el voto económico, que supone un acople unívoco entre macroeconomía sana y bienestar social. En segundo lugar, obliga a pensar cuánto influyen otros factores, como la modalidad de liderazgo, el estado anímico de la sociedad y la valoración de la oposición, para entender la suerte de los presidentes. En términos más gráficos, debe explicarse por qué un ex empresario de clase alta como Macri comparte el podio con un líder populista de origen indígena y con un político de nombre revolucionario, peleado con su mentor por haberse apartado de la revolución.
Para entender el caso de Macri, debe empezar reconociéndose que es poco
probable que una economía volátil pueda explicar la popularidad presidencial. Es
lo que sostiene, entre otros, el politólogo canadiense Sébastien Dubé, al
analizar el comportamiento electoral de los argentinos entre 1983 y 2001. En
vista de las fluctuaciones ocurridas en ese lapso -inflación, hiperinflación,
estabilidad, crecimiento, desocupación, recesión- concluye que más que una
variable, la inestabilidad económica es una constante en la Argentina. Luego,
carece de fuerza explicativa. Si se descarta la economía, hay que buscar las
razones en otro lado. Es lo que proponen los colombianos Alejandra Ortiz Ayala y
Miguel García Sánchez en un paper de título sugerente, acerca del estilo de
gobierno y la aprobación presidencial: "Porque te quiero te apoyo". Su
conclusión puede tal vez esclarecer la popularidad de líderes tan distintos como
Mauricio, Evo y Lenin: es el liderazgo personalista, expresado a través de la
proximidad emocional y el ejercicio acentuado de la autoridad lo que explica la
aprobación presidencial por encima de la economía y la identificación
ideológica.
Por último, y más allá de las comparaciones, debe repararse en un fenómeno local que puede estropear el apogeo de Macri: el modo en que la volatilidad argentina incide sobre sus líderes. No es la economía, sino la sociedad. Porque este país bipolar, a diferencia de otras naciones, alumbra presidentes populares en abundancia. Antes, Alfonsín, Menem y los Kirchner; ahora, Macri. Los eleva y los destruye con igual entusiasmo e impiedad. Cuando están arriba son intocables, por eso el Presidente se fortalece hoy aun frente a las tragedias, se trate de Maldonado o del San Juan. Pero la cuestión no es el carisma, sino la perdurabilidad de las convicciones y las políticas. Esa es la incógnita futura de la Argentina, porque su pasado, como escribieron con dolorosa lucidez Victoria Murillo y Steven Levitsky, ha sido una sucesión de breves milagros seguidos de catástrofes extraordinarias.