No se imagina, ahora menos que antes, como el jefe de un período político que
dejará las cosas sólo un poco mejor de lo que estaban. Macri cree con la
convicción de un místico que una etapa de reformas podría colocar a la Argentina
entre los países importantes del mundo.
"¿Qué otro país, con la historia reciente del nuestro, convoca en el acto 11.000
millones de dólares en energías renovables?", suele decir como ejemplo de la
nación que conjetura. Lo que no dice, y es una consecuencia política poco
ponderada de los comicios del domingo, es que ya vivimos el después de las
elecciones. Después de las elecciones era la condición que habían puesto casi
todos los empresarios, extranjeros y nacionales, para hacer inversiones
significativas en la Argentina. Ese después de las elecciones tenía nombre y
apellido: Cristina Kirchner. ¿Ganaría ella? ¿Podría volver al poder? Las
preguntas fueron respondidas. Cristina perdió. El regreso al poder ya no es una
perspectiva de su vida pública.
Cuando reflexiona sobre el país que le tocó, es perceptible que al Presidente
lo incomoda la fractura en la sociedad argentina. Esa grieta indomable entre
kirchneristas y antikirchneristas, entre macristas y antimacristas. El lunes
comenzará a trabajar sobre esa división que ni siquiera lo ayuda a gobernar. Ese
día hará un acto solemne con líderes del Parlamento, gobernadores, empresarios,
sindicatos y la cúpula de las religiones argentinas para anunciar un período de
diálogo sobre las reformas que quiere implementar. Invitará también a la Corte
Suprema de Justicia. A los tres poderes del Estado. Las reformas son las que se
conocen: tributaria, judicial, educativa y electoral.
Aunque parezca extraño, el Presidente le pone especial énfasis a la reforma electoral. No quiere otra elección con el viejo sistema que sirvió para votar el domingo. Nunca olvida que una maniobra peronista de último momento en el Senado le impidió el año pasado aprobar la reforma para que estuviera vigente en las elecciones recientes. No quiere, por lo tanto, que el paso del tiempo les devuelva a sus opositores el poder de seguir frenando el cambio del sistema electoral.
¿Puede decirse que estamos ante un remedo argentino del Pacto de La Moncloa? No. El Pacto de La Moncloa fue firmado por todos los influyentes líderes partidarios de España. ¿Qué líderes opositores han quedado en la Argentina en condiciones de cumplir el papel de los dirigentes opositores españoles? Ninguno. No hay materia aquí para suponer un acuerdo de esa naturaleza. Tampoco Macri lo considera necesario. De hecho, el Presidente detesta que hablen de un acuerdo de gobernabilidad. La gobernabilidad está asegurada, y lo está más desde el domingo pasado. Aunque no lo explicita, es más que obvio que desaprueba que llamen al suyo gobierno de transición. Si hubiera que elegir una palabra para definir a su gobierno, según su punto de vista, sería fundacional. Pero no fundacional de una estirpe política ni de un período de otra hegemonía partidaria. Fundacional en el sentido de la construcción de un país económica y socialmente diferente. La elección reciente fue para él la confirmación de que la sociedad lo acompaña en esa ilusión de un país distinto. Ya no es sólo él y un grupo de amigos. Hay millones de argentinos, que le dieron el 41% de los votos nacionales, a los que imagina con el mismo compromiso.
Sabe, no obstante, que deberá requerir los votos de la oposición en el Congreso para hacer sus reformas. Su minoría es más robusta en el Congreso, pero no deja de ser minoría. Y casi todas las reformas, con excepción de la laboral, necesitan de la aprobación parlamentaria. La reforma laboral la hará, en cambio, negociando gremio por gremio. ¿Para qué llevarla al Parlamento si lo mismo deberá pasar antes por los gremios para que la voten los peronistas del Congreso? Confía en que el número de sus 105 diputados pueda ampliarse en las votaciones decisivas con algunos aportes (¿Zamora, de Santiago del Estero? ¿Passalacqua, de Misiones?) y por la negociación con algunos peronistas no kirchneristas, como Miguel Pichetto, Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey, Diego Bossio. Alguien le ha susurrado que entre los gobernadores peronistas corre el rumor de que, después de todo, perdieron los que ayudaron a su gobierno. Y que ganaron los más duros: Insfrán en Misiones, Manzur en Tucumán, Verna en La Pampa y los Rodríguez Saá en San Luis. Si es que, claro está, los Rodríguez Saá realmente ganaron. Los resultados de esta elección pertenecen más al realismo mágico que a las posibilidades de la política. Macri apoyará sin fisuras al candidato opositor Claudio Poggi, que pedirá el recuento urna por urna de la elección puntana. Aquel rumor es una insidia peronista. ¿O es un pronóstico de lo que pasará?
La reforma judicial incluirá un capítulo sobre la forma en que deberá ser desplazado el procurador general de la Nación, protegido ahora por los mismos privilegios que los miembros de la Corte Suprema. La ley que estipula ese privilegio acaba de ser declarada inconstitucional por el juez Pablo Cayssials. El nombre del cargo es ampuloso, pero la realidad es más módica. Se trata de cómo desplazar a Alejandra Gils Carbó, procesada por supuestos hechos de corrupción. En sus oficinas anida el grupo más amplio e influyente del kirchnerismo que sobrevive en el Estado. Algunos jueces y ciertos fiscales trabajan obsesivamente para obstaculizar al Gobierno, para mancharlo de sospechas y para defender al kirchnerismo. La jefa real de todos ellos es Gils Carbó.
No son pocos los que se preguntan en la política si el exitismo podría truncar la próxima gestión de Macri. Los políticos vienen del "vamos por todo" de Cristina Kirchner, cuando ganó la reelección, en 2011, que arruinó para siempre su protagonismo en la historia. Macri suele responder a esos temores con una sonrisa amplia. "Sólo yo sé, aclara, que en este lugar se pasa de la gloria al infierno en 24 horas". La experiencia la ha vivido varias veces. ¿O acaso no fue eso lo que le pasó con el caso Santiago Maldonado en las vísperas electorales? ¿No fue eso lo que sucedió el viernes, cuando se supo que el muerto era lamentablemente el artesano, pero no se supo durante varias horas cómo había muerto? El juez aclaró luego que no había en su cuerpo señales de golpes ni de balas. El exitismo, acostumbra a decir el Presidente, no está en sus proyectos ni en sus costumbres. Es, sí, un hombre de poder. Y lo usa hasta el límite mismo que le permiten las leyes. Es lo que hacen todos los jefes políticos del mundo democrático.
Patricia Bullrich se quedará en su despacho. El caso de la ministra es realmente una rara contradicción. Ella dijo desde el principio que no tiraría a gendarmes por la ventana hasta no tener pruebas. A este periodista le agregó: "Si tuviera una sola prueba, los responsables no durarán ni un minuto". El Presidente la acompañó desde siempre en esa posición. Se puede decir que ésa es la posición de Bullrich, pero es, sobre todo, la posición del jefe del Estado. La Gendarmería es la fuerza de seguridad más disciplinada con el Gobierno en el combate del narcotráfico y en la restauración del orden público. Las primeras conclusiones de la autopsia de Maldonado señalan que hubo disturbios entre los gendarmes y los mapuches, pero que no hubo una acción violenta de la fuerza de seguridad que provocara la muerte del artesano. Informes preliminares de los forenses señalan que Maldonado se ahogó o murió por hipotermia.
¿Qué razón habría entonces para desplazar a Bullrich? ¿Por qué el Presidente debería pagar ese enorme precio político a cambio de nada o por nada? Éstas son las cavilaciones de Macri cuando surge en él la voluntad de un jefe político dispuesto a ocupar el poder, todo el poder, que la sociedad le dio en un inesperado domingo de elecciones.