Sobrevive la geometría, que le marca el paso inequívoco a la radiación solar, como variable que recuerda efectivamente que es ésta estación y no otra la que se está desarrollando. Los registros de temperaturas máximas por encima de los 30ºC se han manifestado dominantes en todo el norte del país durante las últimas jornadas, al cabo de las cuales la situación se va naturalizando.
Cuando se escucha hablar del cambio climático como una hipótesis lejana, debemos reconocer que este tipo de oscilaciones en las variables meteorológicas principales, no hace más que confirmar que este presunto cambio es un escenario donde ya estamos inmersos. El aumento de la frecuencia de los movimientos hacia los extremos de las variables atmosféricas, son la principal evidencia del proceso que se está llevando a cabo.
En los últimos años, la precipitación claramente ha mostrado tendencias hacia desvíos positivos. Los eventos caracterizados por lluvias intensas, prácticamente no han tenido discriminación geográfica, sin embargo son zonas altamente productivas las que están padeciendo la sobrecarga de agua de los suelos.
En el mismo sentido las temperaturas vienen mostrando un paso tan moderado que los últimos inviernos prácticamente no han tenido situaciones de rigor, o las mismas han sido conspicuas en un período corto de tiempo, nada que pueda marcar un comportamiento estacional. Es un hecho medido el que venimos teniendo inviernos más cálidos.
Dos variables muy sensibles han mostrado persistentes tendencias crecientes en los últimos cinco años. ¿Es suficiente esta evidencia para definir un nuevo patrón climático? No lo es. Sin embargo, las señales que dan estas variables, deben servirnos para llamarnos la atención y no para naturalizar esta situación. Convivir con catástrofes naturales no es un buen plan para un país con tan elevado potencial de producción agroalimentaria.
Las catástrofes naturales, una vez superadas, deben servir para reconocer
vulnerabilidades y mejorar la capacidad de adaptación para enfrentar futuros
eventos. El cambio climático, no es ninguna amenaza, es un hecho y si no se
trabaja en la vulnerabilidad de los sistemas productivos, el riesgo de fracaso
no hará otra cosa que aumentar.
El disparador de esta reflexión está vinculado más bien a una situación que
podemos considerar inocua desde el punto de vista de las catástrofes naturales.
El ambiente cálido y húmedo de la última semana, más que nada produce una
situación de poco confort. No obstante es justamente en estos períodos de
relativa calma, cuando cada productor individual o como parte de un consorcio de
productores regionales, deben saber reconocer cuál es su capacidad de respuesta
ante fenómenos extremos de gran escala.
En resumen, debemos hacer todo lo posible para conocer el grado de vulnerabilidad de los sistemas productivos frente a las oscilaciones extremas de las variables climáticas principales. Hay mucha obra que debe recalcularse, rehacerse o hacerse por primera vez, sin embargo el primer paso es la información fidedigna de campo, el dato directo, el que aporta el productor, el que debe formar parte de las decisiones de fondo.
Al presente, las medidas de adaptación frente a eventos climáticos extremos no están en planes específicos o no se mueven con la urgencia necesaria. A un mes del inicio de la primavera, las señales atmosféricas parecen inclinarse más bien a repetir el paso holgado de las precipitaciones durante el semestre cálido. Cada zona presenta una realidad distinta, en muchos casos muy compleja. Otro año húmedo puede seguir comprometiendo el escenario productivo de vastas regiones productivas del país.