El mundo se dirige indefectiblemente hacia una energía sin hidrocarburos. Es decisión de las principales potencias mundiales, apremiadas por la voluntad creciente de sus ciudadanos, que consideran los gases de combustión de los fósiles como causa principal del calentamiento global generado por el hombre.
Más allá de las conclusiones que puedan arrojar rigurosos análisis
científicos sobre las causas de ese fenómeno, como hecho político prevalece la
percepción de la gente que influye directamente sobre la decisión de sus
gobiernos, incluso por encima de intereses económicos sectoriales. Y esto es así
porque la mayoría de los países responsables de la matriz global de consumo
energético son democracias -o están en vías de serlo- y, en consecuencia,
dependen del voto popular.
¿Cuándo y cómo se producirá este hecho trascendental que obligará a cambios
profundos en las industrias, principalmente petrolera, automotriz y bélica y al
replanteo de costumbres, negocios, relaciones geopolíticas e hipótesis de
conflictos? En los medios y organizaciones especializadas se manejan distintos
plazos para el deadline del consumo de combustibles de origen fósil -carbón,
petróleo y gas natural-, plazos íntimamente relacionados con los desarrollos
tecnológicos asociados para producir sustitutos que funcionen. Seguramente,
habrá un proceso de transición durante los próximos 50 a 70 años, es decir,
antes de que termine este siglo.
Durante ese período habrá un proceso de electrificación creciente de la matriz
energética en el que se irá sustituyendo la combustión en la industria, en la
calefacción y en el transporte. Habrá una caída acentuada del uso de carbón,
algo menor en derivados del petróleo, y un vertiginoso crecimiento del gas
natural en los próximos 30 años para reemplazar los anteriores y producir la
electricidad complementaria a la renovable, que, como se sabe, es de
funcionamiento intermitente: cuando no hay viento o sol, no funciona. Este
proceso de crecimiento acelerado del gas natural, combustible protagonista en la
transición, luego decaerá hasta dar por finalizado el extenso ciclo de 200 años
de combustibles fósiles.
En esa etapa también jugará un rol importante la energía de origen nuclear para generar electricidad, ya que no produce emisiones y se han logrado elevados estándares de seguridad en toda esa industria. Recordemos que en la actualidad hay 449 reactores funcionando en todo el mundo, 60 en construcción y otros tantos en proyecto.
Pero ¿qué recursos energéticos reemplazarán a los hidrocarburos, que hoy producen el 75% de la energética global? Una visión simplista, pero muy arraigada en la opinión pública, basa la solución en las energías renovables como el viento y el sol, casi con exclusividad. Sin embargo, ambos recursos presentan problemas técnicos y económicos aún no resueltos. Hoy, si quisiéramos reemplazar toda la energía por eólica y solar, deberíamos complementar esa capacidad instalada con otro tipo de generación para cubrirlas cuando no haya sol o viento. Esta situación ocasionaría costos imposibles de pagar con la tarifa y obligaría a los Estados a subsidiarla parcialmente, como está ocurriendo ahora en Alemania, donde cuentan con unos 90.000 MW entre energía solar y eólica, pero se requieren subsidios por más de 20.000 millones de euros al año. Afortunadamente, este problema será transitorio ante los avances en el desarrollo de acumuladores eléctricos de dimensiones adecuadas, gran capacidad y costo decreciente.
Hay otros recursos energéticos no contaminantes, en proceso de investigación y desarrollo, llamados también a sustituir los fósiles. Uno muy interesante es el hidrógeno (H), para combustionar con el oxígeno y producir como residuo vapor de agua y para generar electricidad por reacción química en celda o pila de combustible, muy utilizada en las misiones espaciales. Si bien el hidrógeno abunda en la naturaleza, dado que integra la molécula de agua junto al oxígeno, su obtención mediante la ruptura de esa molécula requiere de importantes cantidades de energía, que necesariamente deberá ser renovable.
Otra fuente de energía limpia e inagotable es la fusión nuclear, la reacción que mantiene vivo el sol. Se encuentra en proceso experimental, pero con problemas tecnológicos aún por resolver, que demandarán varias décadas antes de su uso comercial.
Como vemos, recursos energéticos para reemplazar los combustibles fósiles no faltan en el mundo. El timing depende ahora de las decisiones políticas de los países líderes y de los avances tecnológicos a nivel global.
La Argentina puede ser un gran beneficiario de estos cambios, para lo cual deberá pensar estratégicamente su inserción en el proceso. El país tiene gas para abastecer su demanda durante más de 300 años; sin embargo, el precio internacional del gas comenzará a declinar en algún momento de la transición, en unos 30 o 40 años, hasta dejar de tener valor económico cuando el mundo ya no lo use, en 20 o 30 años más. Es decir, todo el gas que no saquemos y exportemos en las próximas décadas quedará bajo tierra, sin valor. Nuestro país entonces enfrenta una situación paradójica y a la vez afortunada, si sabemos aprovecharla: que la demanda de gas natural a nivel mundial crecerá junto con el desarrollo de las energías renovables, que finalmente lo reemplazarán.
En estas circunstancias el shale gas aparece como una nueva ayuda del cielo para nuestro país que no debemos desaprovechar. Vaca Muerta, popularmente sinónimo de shale, aunque signifique el 70% del total de ese recurso, consiste en una inmensa roca madre compacta de superficie similar a Bélgica, enterrada a 3000 metros, llena de gas y petróleo atrapados en sus microintersticios, que se liberan mediante la tecnología de fractura hidráulica. Según los expertos, "es el único lugar en el mundo, fuera de Estados Unidos, donde se pueden lograr proyectos económicos de shale gas", y yo agregaría "por ahora". Este gobierno y los próximos diez gobiernos deberían comprometerse a remover los obstáculos que hoy frenan un desarrollo pleno de Vaca Muerta, como la infraestructura, la burocracia, la falta de reglas de juego adecuadas y perdurables, la ausencia de seguridad jurídica, el intervencionismo, la rigidez laboral, la escasa libertad económica, las desmesuradas cargas impositivas, entre otros frenos que padece el país luego de 70 años de populismo, exacerbado durante la gestión kirchnerista.
Pero además del gas de Vaca Muerta y de los inmensos recursos renovables para producir electricidad contamos con un gran potencial hidroeléctrico por desarrollar, que, hay que recordar, es energía renovable por naturaleza. Además, es ambientalmente sustentable y regulable, a diferencia de las otras energías renovables.
Esta gran ventana que significa la decisión mundial de terminar con los combustibles fósiles es una oportunidad que integra la agenda de los principales países del mundo. En ese contexto la Argentina puede obtener un gran beneficio, ya que las características de sus recursos energéticos encajan perfectamente en la transición. Debemos pensar entonces que en esto no jugamos solos y que no habrá lugar para todos. En consecuencia, deberíamos ya ir planteando las estrategias adecuadas para el mediano y largo plazo y adoptarlas como política de Estado.
Ingeniero industrial, director de YPF, ex secretario de Energía y Minería