Por qué el valor de la leche disminuye tanto desde el tambo a la mesa, perjudicando al eslabón más frágil y desatendido de la cadena: los productores. Una bomba de tiempo que explotó con un detonante llamado SanCor.
Tras las inundaciones registradas entre abril y mayo del año pasado en las principales cuencas del país, cayó la producción láctea, disminuyeron las exportaciones y se contrajo el consumo interno. Sin embargo, los eventos climáticos extremos no son los únicos responsables de provocar los avatares que el rubro padece día a día: los especialistas hablan de problemas estructurales históricos, entre ellos, la amplia diferencia de precios abonados a los productores y pagados por los consumidores. Pese a finalizar 2016 con números en baja y afrontar proyecciones poco alentadoras, los expertos hacen hincapié en el mediano y largo plazo. Por qué la búsqueda de nuevos mercados y el estímulo financiero pueden contribuir a la salida de la encrucijada.
Un recorrido por los últimos meses
El año 2016 fue negativo. Las inundaciones ocurridas entre abril y mayo de
ese año dañaron a las principales cuencas –en Córdoba y Santa Fe, que explican
alrededor del 70 por ciento de la producción nacional–, fenómeno que se repitió
este enero, cuando nuevas inclemencias sacudieron a la región. “El año 2017
empezó con circunstancias climáticas hostiles y excesos de lluvias en las mismas
zonas lesionadas. Se estima que la producción del primer mes fue un 10,5 por
ciento inferior a la de diciembre”, establece el informe más reciente del
Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA). “Santa Fe y Córdoba fueron
las áreas más damnificadas el año pasado, de igual modo que la franja del
noroeste bonaerense, golpeada a inicios de este. También Entre Ríos, productora
más pequeña, que participa con cerca del 5 por ciento del total del país”,
afirma Jorge Chemes, vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA).
En consecuencia, la producción se desplomó. Mientras que Focus Market habla de
“una de las peores caídas de los últimos 46 años”, OCLA señala que, en 2016, el
volumen superó los 9895 millones de litros, un 12,5 por ciento menos que en
2015. En el primer trimestre de este año, la variación fue de -7,83 por ciento a
tambo constante y de -14,16 por ciento en el total respecto a igual período
anterior. “Hoy se produce casi la misma cantidad que en 1998, sinónimo de 19
años de estancamiento”, analiza José Moreno, presidente de Mastellone. Asimismo,
el consumo interno per cápita se redujo: en 2016, llegó a 201 litros,
equivalente a una merma interanual del 6,1 por ciento, tal como muestra OCLA.
Aunque estos descensos se explican por el clima desfavorable, hay otros factores que también inciden. Así, las condiciones climáticas fueron un adicional a la situación antagónica que ya experimentaba desde antes este sector. Por eso, Chemes asegura que el problema de rentabilidad que enfrenta la actividad –exceptuando al enclave más crítico– “repercute en todas las regiones por igual”. Una de las variables es el mercado internacional, que no termina de recuperarse luego de la baja de precios de los últimos dos años. “Estamos en problemas desde 2014, desde el derrumbe global de valores, que trajo como resultado una alta volatilidad en pocos meses. Entre enero de 2014 y septiembre de 2015, la tonelada de leche en polvo entera pasó de comercializarse en US$ 5000 a US$ 2500”, recuerda Andrea Passerini, coordinadora de la Comisión de Lechería de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap) y dueña de un tambo en Carlos Casares –en el oeste de la provincia de Buenos Aires– con 500 vacas en ordeñe. Los datos coinciden con los de la Subsecretaría de Lechería del Ministerio Nacional de Agroindustria. En tanto, OCLA indica que ese mismo importe hoy se ubica alrededor de US$ 3326. El estudio demuestra que, aunque la diferencia no es sustancial, la Argentina se encuentra entre los estados que menor remuneración perciben por litro. Los números de febrero de este año dan cuenta de que, mientras la Nación recibe US$ 0,325, Uruguay obtiene US$ 0,337. Otros países, como los Estados Unidos y Nueva Zelanda, adquieren lo mismo por US$ 0,355 y US$ 0,357, respectivamente.
Ante este panorama, resentidas por la menor oferta y los precios que recién repuntan, las exportaciones sumaron en el tercer mes de 2017 16.147 toneladas y disminuyeron 40 por ciento en comparación al mismo mes de 2016, cuando alcanzaron las 26.911 toneladas. Estos envíos al exterior representaron US$ 54,2 millones, frente a los US$ 67,6 millones recaudados en 2015. No obstante, OCLA sostiene que, en la mayoría de las zonas lecheras, se observa una estabilización seguida de leves incrementos de la producción, aunque el noroeste de Buenos Aires y los territorios del centro-oeste de Santa Fe –los más afectados por las precipitaciones de 2017– aún presentan dificultades: “Se prevén aumentos de la producción, lo que resulta coincidente con la evolución histórica para esta época (pico de mínima en abril)”. El núcleo de la crisis
Además de las circunstancias coyunturales, desde el clúster industrial aluden a conflictos estructurales que hacen a la crisis. Para Gabriel Scarelandi, consultor de Abeceb, el eje del congelamiento se debe a dificultades arraigadas. Por un lado, manifiesta que la Argentina no exporta alimentos con valor agregado, así como tampoco promueve la mejor calidad de la producción. También, expresa que de forma permanente se encaran costos logísticos altos, que impactan en la fabricación de bienes en general, más allá del rubro; y que aún no se incorporó la tecnificación necesaria para que los recursos sean más eficientes, lo que sitúa al país en desventaja. Por último, cree que cultivos como la soja y el maíz ponen en jaque a la industria. “La rentabilidad alta de estos negocios hace que muchos se dediquen a ellos. Además, las cuencas están situadas en la zona sojera y maicera central”, especifica.
Pero los entrevistados enfatizan en que el principal escollo es la falta de organización en las tres patas más relevantes de la cadena: la producción, la industria y la comercialización. “No hay equilibrio y es imperioso trabajar para alcanzar un consenso. La crisis condujo a que cada engranaje se defienda como pueda, con lo que tiene”, comenta Chemes.
Por su parte, la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) elabora mensualmente el Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD), que mide la diferencia de importes promedio para 25 productos agropecuarios desde que salen del campo hasta el mostrador. En el caso de la leche, en marzo, el precio de origen (valor que se le paga al agricultor) por litro fue de $ 5,22 y el de destino (costo final del alimento), $ 22,13.
Existe una amplia brecha entre los dos polos, que son los más perjudicados: el tambero, al que se le paga una retribución baja, y el consumidor, que en la góndola abona un valor hasta cuatro veces más alto. Y es en este punto en el que divergen las opiniones de los hombres de campo. Mientras que algunos le apuntan a la industria y el comercio, otros dirigen sus críticas al Estado. “El cuello de botella está en lo industrial y lo comercial. Los lácteos son más caros acá que en otros lugares. A pesar del atraso cambiario, los tamberos argentinos son de los que menos cobran. Hay un tema de cartelización y abuso de poder dominante que el Estado debe ordenar”, asevera Passerini, al tiempo que Chemes ratifica que “las grandes usinas y los supermercadistas se están quedando con una diferencia”. Moreno añade que “es fundamental reducir la marginalidad y revisar el peso tributario”. Scarelandi, en cambio, reparte las responsabilidades: “El productor asume riesgos altos y la compensación percibida no es acorde. Si bien no hay datos que evidencien abusos cometidos por retail, si se comparan los riesgos, este actor se lleva una porción de ingresos más grande. La industria posee un papel importante, ya que se encarga del proceso de esterilización y el control de calidad, al igual que de la logística, por la que contrae muchos gastos –el 16 por ciento del sachet se lo lleva este ítem”.
En la cadena de valor, según los números de marzo de OCLA, el productor participa del precio final con el 28,8 por ciento, la industria lo hace con el 27 por ciento, la comercialización ocupa el 28,5 por ciento y el Estado se lleva el 15,7 por ciento.
Por qué cierran los tambos chicos
OCLA describe que “la información de diferentes fuentes permite inferir que
la disminución anual de producción por cese de tambos fue del 4 por ciento, lo
que supondría una baja del 4 al 5 por ciento en el número de unidades
productivas (entre 500 y 600)”.
Varias razones contribuyen al cierre de los establecimientos. Al escenario
climático contrario y los bajos precios abonados por la materia prima, se suma
otro enemigo: el constante aumento de los costos. Según OCLA y la Subsecretaría
de Lechería, a marzo, el pago promedio al tambero por un litro de leche se ubicó
en torno a $ 5,20 (US$ 0,335), 79,9 por ciento más respecto a 2016. “Entre
noviembre de 2015 y marzo de 2016, fue de $ 2,30. Si bien mejoró, sigue por
debajo de lo que debería estar. Hay que facturar más para equiparar la suba. Los
costos fijos fueron una bomba atómica: aumentaron mucho y siempre le ganaron a
la recomposición de precios”, detalla la representante de Carbap. Desde el
rubro, consideran que la retribución debería oscilar entre $ 6 y $ 6,50 para que
exista un margen mínimo de rentabilidad.
Los montos no alcanzan. Chemes señala que “hay que afrontar las pérdidas por las inundaciones y los recursos deteriorados”, y Scarelandi explica que “aunque puede ser beneficioso, en el corto plazo, la quita de retenciones al maíz –principal insumo de la producción primaria– elevó el precio interno y los productores debieron soportar los efectos de la medida”. Passerini agrega que los tambos tienen menos capacidad financiera porque, por lo general, se abocan solo a la lechería: “Cuando las tareas están diversificadas, otras producciones la bancan, pero son las menos. Es una verdad a medias que cierran por las inundaciones. La causa es que trabajamos con rentabilidad negativa. Las estructuras chicas son las que quedaron más vulnerables”. Y Moreno aporta: “Tenemos un diagnóstico de la grave situación que viven y tratamos de revertirla. Nuestro fin es ganar productividad para ser competitivos. Queremos llevar el volumen de procesamiento de la compañía a unos 6 millones de litros diarios en los próximos años. Actualmente, procesamos unos 4 millones de litros por día”. Por eso, Mastellone ejecuta el “Plan Más Leche”, un programa que busca incrementar en forma sostenida el rendimiento y la competitividad de los productores, con asistencia técnica y tecnologías que apuestan a mejorar su bienestar. La firma contempla también inversiones en infraestructura –que alcanzarían los US$ 80 millones– destinadas al fortalecimiento de complejos productivos y el desarrollo de una nueva cuenca en San Luis.
SanCor: ¿un jugador herido de muerte?
A pesar de los fondos girados por el Gobierno a la cooperativa, su reapertura total seguía siendo una incógnita al cierre de esta edición. Tal como expusieron desde el ámbito, la cifra, de $ 450 millones, no alcanza para destrabar su parálisis. Su potencial salida del mercado es una preocupación. “La tendencia a la concentración de producción es un proceso propio del agro. Aun así, no es bueno que caiga para nadie. Es el player más grande y tiene una historia y un arraigo”, dice el consultor de Abeceb. Chemes coincide, pero resalta un probable efecto positivo: “Daría lugar a otras empresas, sobre todo PyMEs,, que pueden ingresar”. Sin embargo, es necesario ser cauteloso. “Hay que cuidar que, por el mayor caudal de leche que absorban, no se abusen y depriman los precios internos”, advierte la autoridad de CRA. La recuperación de los proveedores –que comenzaron a abastecer a otras lácteas– también constituye un dolor de cabeza, en especial para los productores. “Los remitentes de SanCor se van porque no les están pagando”, dice Passerini.
El Cronista contactó a las principales lácteas (SanCor, Verónica y Danone), pero prefirieron no participar.
Todavía hay esperanzas
Así y todo, los expertos vislumbran oportunidades y rechazan la idea de que
el país desaparezca del ránking de los primeros exportadores. Para ellos, es
crucial expandir los horizontes y crear valor agregado. “La única manera de ser
sustentables es encontrando nuevos destinos. Todo lo que no se consuma, debe
venderse afuera. O nos aseguramos un mercado exportador o se achica el sector.
Las condiciones están dadas para competir con Australia, Nueva Zelanda, los
Estados Unidos y Europa. Hoy, lo poco que se vende es leche en polvo y quesos a
Brasil”, argumenta Passerini. Y Scarelandi profundiza: “Sin descuidar a los
compradores regionales, hay que aprovechar a la clase media pujante de China,
así como la del Sudeste Asiático, y dejar de lado las commodities para generar
un plus; volcarse a productos materno infantiles y quesos, en vez de leche en
polvo, que cotiza a un menor precio”. Moreno opina: “La demanda mundial de
alimentos crecerá en los próximos años. Tenemos que prepararnos para esta
oportunidad de convertir a la Argentina en un protagonista de relevancia”.
Otra posible salida viene de la mano del Estado –con la adopción de tecnología
de punta y políticas públicas de fomento– y del sector financiero. “No se
arregla solo con plata, sino también con tiempo y reglas de juego claras para
invertir en la recuperación del capital perdido. El productor suele ser
discriminado porque no cumple con las garantías exigidas y se genera un círculo
vicioso. Deben otorgarse incentivos a largo plazo, con tasas bajas y pedidos de
gracia”, afirma Chemes, a lo que Passerini comenta que, “exceptuando
herramientas específicas de salvataje, no existen líneas crediticias de este
tipo”. Así y todo, se trata de un momento de bifurcación, cuyo desenlace
dependerá del camino que se escoja. Todavía hay chances de hacer las cosas bien.
El déficit institucional, otra traba para el sector
Otra deuda pendiente con la lechería es la falta de una representación única, que principalmente afecta, una vez más, a los productores. Por eso, desde hace un tiempo, referentes del sector presionan para fundar una entidad que los agrupe. “‘Una sola voz’ es el nombre de la consigna con la que venimos trabajando. La intención es que surja una cámara en Buenos Aires y luego se extienda. Si los tambos se organizan, tienen un poder infernal. Debemos aprender de esta crisis para que la próxima no nos agarre desprevenidos”, se refiere al respecto Andrea Passerini, coordinadora de la Comisión de Lechería de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap), mientras que Jorge Chemes, de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), refuerza: “Esto se soluciona citando a toda la cadena en un encuentro con la intermediación del Gobierno, para evitar que nadie se abuse”. Asimismo, Gabriel Scarelandi, consultor de Abeceb, acota que los supermercados participaron recientemente de la mesa láctea por primera vez y se está avanzando en un acuerdo de buenas prácticas.