Todo parece indicar que las elecciones de octubre estarán polarizadas entre Cambiemos y el kirchnerismo, al menos en la provincia de Buenos Aires. El grueso de los votantes optarán entre volver al pasado k u optar por Cambiemos para seguir frenando las aspiraciones autoritarias del Cristina Fernández. Diría que el resto de los jugadores pasan a ser actores de reparto y hasta extras en esta película donde no se perciben grandes cambios en el futuro inmediato.
En rigor, en las elecciones de la provincia de Buenos Aires se ve al peronismo dividido en tres: 1) peronismo línea kirchnerista, 2) peronismo línea Massa y 3) peronismo línea Randazzo. Frente a este peronismo fragmentado tenemos a Cambiemos que por ahora parece medir bien y con chances de quedar con el primer puesto en la estratégica provincia de Buenos Aires.
Hay dos diferencias muy marcadas entre Macri y Cristina Fernández, los que polarizan la elección. Cristina Fernández tiene una clara inclinación totalitaria. Ella no cree en la democracia republicana. Considera que el que tiene más votos puede transformarse en déspota de ese país. Usa la democracia para llegar al poder y luego destruir los derechos individuales y la misma democracia. Por otro lado, en materia de política económica es fiel a su ambición de poder. Establece reglas de juego típicas del fascismo o del nazismo. La escases que generan sus políticas económicas la llevan a respetar cada vez menos la propiedad privada porque su única idea es repartir lo que se produce para tener votos cautivos. Si no llegó a niveles de tiranía como la que padecen los venezolanos con Maduro, es porque la gente reaccionó a tiempo y primero usó a Massa para en 2013 frenar la posibilidad de reforma constitucional y reelección de CF. El famoso vamos por todo. Luego la gente usó a Macri para terminar con la era k.
A diferencia del fascismo económico del kirchnerismo, el PRO se caracteriza por no cometer error groseros como el cepo cambiario, controles de precios absurdos y cosas por el estilo, pero tampoco se destaca por liderar reformas estructurales que Argentina necesita desesperadamente para salir de su larga decadencia de 70 años.
Ahora bien, si uno no se fanatiza como muchos macristas que no se diferencian de los kirchneristas dado que ambos fanatismos, del lado del PRO y del kirchnerismo, son cuestiones de ciega fe en CF o en Macri y contra eso no se razona, lo que puede advertirse es que todo el escenario electoral se limita a tratar de sostener un endeble sistema republicano o volver a la tendencia autoritaria del kircherismo. Pero no hay en la oferta electoral una propuesta de las reformas económicas que liberen la capacidad de innovación. Hay una total ausencia de oferta de reformas estructurales como reformar el estado, ir eliminando los planes sociales, bajar el gasto público, disminuir la carga tributaria, tener una legislación laboral que incentive la contratación de personal y medidas por el estilo. El PRO luce como el menos torpe en materia de política económica, pero claramente está a años luz de representar las ideas que pueden hacer de la Argentina un país próspero. Más bien tienen la convicción que la economía se arregla administrando eficientemente un sistema con incentivos perversos. Cometen ese grosero error. Es decir, quitando lo más guarango del kirchnerismo en materia económica, el PRO no se diferencia tanto en las políticas económicas de las otras tres opciones peronistas. Es una cuestión de grados de estatismo y regulaciones. En un extremo de la barbarie económica está el kirchnerismo y en el medio las otras variantes del peronismo y el PRO.
Muchos creen que luego de las elecciones Macri va a realizar las reformas económicas que no hizo en 2015 cuando tenía mucho más espacio político para poder avanzar.
En ese momento cometió el grosero error de pensar que levantando el cepo cambiario y con él sentado en el sillón de Rivadavia iban a llover las inversiones. Por lo tanto, alguien le vendió la idea de que no eran necesarias grandes reformas estructurales y que la lluvia de inversiones iba a solucionar todos los problemas económicos. Macri sobrestimó su figura y subestimó la herencia recibida del kirchnerismo. Pero, en el fondo, no se advierte en el PRO una convicción profunda de cambiar por completo las reglas de juego, yendo a una economía abierta, con un estado reducido, con bajos impuestos y sencillos de liquidar. La sola existencia de un ministerio de Producción es una clara señal que en el PRO no entienden el proceso económico. Producir es una cuestión del sector privado, siendo función del estado crear las condiciones generales para que el sector privado pueda desarrollar lo mejor posible su capacidad de innovación y esté convencido que Argentina es un país atractivo para invertir.
Además del espanto que produce pensar en la vuelta del kirchernismo, espanto que hace que mucha gente se aferre al PRO con fe ciega, el problema que tenemos es que la gente compara al actual gobierno con el peor gobierno de la historia argentina, es decir el kirchnerismo, en vez de comparar la actual política económica argentina con la que podría aplicarse y que nos llevaría a un crecimiento sostenido.
Mucha gente cree que la culpa es del peronismo. Perón murió hace 43 años y nadie, ni gobiernos militares ni civiles, se animaron a cambiar la cultura de la dádiva, el proteccionismo que nos aísla del mundo, el gasto público, la maraña impositiva, etc.
Posiblemente el peronismo vuelva una y otra vez al poder porque los gobiernos no peronistas no se animan a ofrecer algo diferente. Es más un Alfonsín no tenía un pensamiento económico tan diferente del peronismo. Pero eso los gobiernos no peronistas fracasan y luego vuelve el peronismo para fracasar nuevamente en una pendiente decadente.
Hoy, tal cual estamos en materia de oferta electoral, no se vislumbra gran cosa en una propuesta de política económica que haga soñar con una Argentina que vuelva a ser una potencia económica como lo fue a fines del siglo XIX y principios del XX. Hay miedo a salir de la cultura de la dádiva para ir a la cultura del trabajo. Miedo de terminar con el estado que ahoga al sector privado. Miedo al cambio.
Sin duda sigue faltando una oferta electoral cuyo objetivo no sea ganar votos. Una propuesta política que no mire las encuestas para ver que hay que decir, sino dispuesta a decir lo que es considerado políticamente incorrecto. ¿Hay mercado para esa propuesta política? Parafraseando a Hayek, el mercado político es un proceso de descubrimiento. No vaya a ser cosa que en realidad lo que falta es alguien con coraje y buena comunicación con espíritu de estadista que sea el que algún día pueda torcer esta larga historia que se movió entre el autoritarismo y la mediocridad.
Es hora de ir pensando en armar algo que hoy se piensa como políticamente incorrecto y que puede llegar a tener más demanda de la pensada.
Fuente: Economia para Todos