Desde comienzos del verano hasta el inicio del otoño, el comportamiento
climático en extensas partes del país ha sido de lluvias copiosas, con una
continuidad y caudal de difícil memoria.
Ese tiempo tan fuera de lo normal había sido precedido por sequías que hicieron
impacto en el sur bonaerense y en algunos otros lugares del país, al punto de
llamar en su conjunto la atención sobre si no han sido manifestaciones del
cambio sobre el cual están previniendo a la población mundial científicos de las
más diversas nacionalidades. Desde estas columnas editoriales hemos acompañado
la preocupación expuesta por especialistas de reconocida solvencia internacional
y hemos estimulado la firma de acuerdos por los cuales los gobiernos se
comprometan a reducir efectivamente las emisiones de dióxido de carbono y de
otros contaminantes ambientales que comprometen la temperatura media del
planeta.
Pero también llevamos años -décadas para ser más precisos- de imprevisión
gubernamental para anticiparse a las consecuencias de desastres naturales. Eso
incluye la descalificación permanente de las promesas de las campañas políticas
que se olvidan cuando se llega al poder. Lo que ha ocurrido con la cuenca del
Salado -descripto por Ameghino en 1886 hasta en sus soluciones- a lo largo de
130 años es un muestrario de las deficiencias asombrosas de las burocracias de
la provincia y la Nación.
En los últimos diez días las lluvias alcanzaron en algunos lugares la magnitud
que tuvieron en enero en zonas rurales y poblados del sur de Santa Fe, con el
Arroyo del Medio en la más alta cota de la que hubiese memoria. Como suele
ocurrir con devastaciones que asuelan en un mismo momento a muchas provincias,
las tierras de la cuenca del Río V se hallan entre las más afectadas.
Un balance provisional de los perjuicios causados en 10 provincias muestra que la peor situación es la de la ciudad de Comodoro Rivadavia, con más de 2000 viviendas destruidas y un cuarto de millón de personas privadas de agua potable. En Tucumán, el desastre producido por las lluvias se extendió desde Faimallá hacia el Sur. Salta y Santiago del Estero también han padecido las derivaciones del fenómeno.
En La Pampa, cayeron en una semana entre 400 y 600 milímetros en Villa Marisol y Colonia Barón, y entre 500 y 600 milímetros en ingeniero Luiggi y Alta Italia. Otro tanto ha sucedido en Santa Rosa, capital de la provincia. Entre Intendente Alvear, La Pampa y General Villegas, en Buenos Aires, los campos inundados y los caminos intransitables han sido desde meses una realidad dolorosa. Se ha perdido forraje para la hacienda y se han producido fuertes pérdidas con vistas a los rendimientos de soja. En rigor, en muchas partes de la zona núcleo las plantas, de alto porte y suficientes nudos, vienen demostrando tras la cosecha que los excesos de agua, por mayor que haya sido el escurrimiento, terminan por afectar el peso de los granos.
Ha llegado el momento de adoptar decisiones que neutralicen hasta donde sea posible para el futuro los males que ahora no tienen otro remedio que la suspensión de tributos fiscales y el concurso solidario de organizaciones no gubernamentales y de ciudadanos sensibles.
Como en otros tiempos, son bienvenidas las colectas públicas que buscan paliar daños materiales y contribuyen a fortalecer los lazos espirituales entre habitantes de las distantes regiones del país. Es la oportunidad de multiplicar lazos de tan valiosa naturaleza.