Porque el juez Claudio Bonadio, quien tramita la causa Los Sauces y la acaba de procesar, cree que no se piensa fugar, a pesar de los graves delitos que habría cometido. Y porque también considera que no tiene capacidad para entorpecer los juicios en su contra.
El fiscal Carlos Rívolo, su acusador, interpreta lo mismo. Estima que, a pesar de sus berrinches mediáticos, Cristina siempre estuvo a derecho.
Que nunca se declaró en rebeldía.
Ni siquiera cuando Bonadio le hizo tocar el pianito en una pequeña sala de Comodoro Py.
¿Por qué Bonadio y Rívolo entienden que la ex jefa de Estado no tiene recursos para frenar su eventual condena?
Porque no puede disponer de sus bienes, ni sacar plata de sus cuentas. Porque tiene todo su patrimonio embargado. Y porque no puede salir del país. Tampoco moverse libremente por la Argentina sin pedir permiso al juzgado.
Es decir: su libertad está condicionada.
Se podría entender, que, en cierto modo, Cristina goza de algo parecido a lo que se conoce como libertad condicional. Libertad condicional implica no estar encerrado en una cárcel aún después de haber sido condenado. Y ésta, la de la cárcel, dispara otro interrogante. Desde el punto de vista de la pura realidad ¿Cristina no debería estar ya presa? ¿No debería haber sido condenada? Algunos expertos, como el ex fiscal de Investigaciones Administrativas, sostienen que sí. Que ella, junto a Néstor Kirchner, ya deberían haber sido condenados en 2009 o 2010, por enriquecimiento ilícito. Lo que sucedió entonces fue que el desprestigiado juez, Norberto Oyarbide, los sobreseyó y cerró la causa de manera sospechosa. O mejor dicho: resolvió no investigar, o simular una investigación que no fue. Algo parecido hizo la justicia de la provincia de Buenos Aires con Daniel Scioli. Lo sobreseyó sin investigarlo. Y dando por ciertos los datos de la declaración jurada que en su momento presentó el entonces gobernador. Por eso ahora la situación política de Scioli es la peor de todas.
Nada le impide presentarse como candidato. Pero una cosa es hacer campaña con los papeles personales ordenados y otra, muy distinta, con una causa abierta por denuncias de Elisa Carrió. Es el equivalente a comprarse una derrota casi segura. Y lo mismo se puede decir sobre Cristina Fernández como candidata. Las encuestas demuestran que hay, todavía, en la provincia de Buenos Aires, mucha gente dispuesta a votarla. Sin embargo ¿a cuánto ascendería ese porcentaje en agosto, cuando se realicen las PASO, o en octubre, después del fragor de la campaña? ¿Cuánto le pesaría a Cristina esa mochila repleta con juicios que la muestran sospechosa de coimera, de ser la jefa de una asociación ilícita y, en el caso del expediente Nisman y el memorándum de entendimiento con Irán, de posible encubrimiento y traición a la patria? Quizá porque durante los últimos días, le mostraron resultados con estos y otros cuadros de simulación, y porque el humor social hacia el gobierno y la oposición pareció cambiar después de los idus de marzo, es que el Presidente aparece tan envalentonado. Es verdad: a Mauricio Macri, durante la última semana, se le alinearon todos los planetas. Recibió, como un regalo inesperado y muy valioso, la movilización ciudadana del sábado primero de abril. Capitalizó la bravuconada del secretario general del Sindicato de Taxistas, Omar Viviani, quien salió a pedir que den vuelta los autos de alquiler que no se plegaran a la huelga. Supo aprovechar a su favor el video de las hermanas dueñas de una estación de servicio en Lomas de Zamora, quienes pusieron en evidencia el lado oscuro de las patotas sindicales que operan para impedir la libertad de trabajo. Puso en marcha, en la General Paz y la 197, el protocolo antipiquetes y así demostró que sus fuerzas de seguridad pueden desbloquear los accesos a la Ciudad sin provocar un baño de sangre. Como si eso fuera poco, Cambiemos recibió un nuevo espaldarazo social al alcanzar los 4 millones de me gusta la potente idea del #yonoparo. Pero además de eso, el gobierno debería agradecer el inestimable y muy valioso apoyo de gente como Fernando Iglesias, autor del libro "La década sakeada", de Juan José Campanella e incluso del actor Alfredo Casero, quienes se transformaron en voceros no oficiales de una buena parte de quienes votaron al oficialismo.
Sin embargo Macri, ahora mismo, debería tener mucho cuidado. No debería, por ejemplo, confundir el genuino hartazgo de quienes salieron a la calle preocupados por la vuelta al pasado, con un apoyo irrestricto a su gestión. Debería evitar, para que no se interprete como una provocación, el contenido de videos donde agradeció la movilización del sábado primero de abril destacando que no lo hicieron porque los llevaron en micros o a cambio de un choripán. Ahora que las encuestas le volvieron a sonreír, el peor error que podría cometer el Presidente es el de creer que los argentinos cambiaron a una líder mesiánica por otro más canchero y más cool. El más grave error que podría es el de caer en la arrogancia y la soberbia. A esta película ya la vimos. Y la vimos hace muy poco. La vimos cuando el propio jefe de Estado anticipó que estaba al frente del mejor equipo de gobierno de los últimos 50 años.
La vimos cuando dijo que la economía iba a crecer de manera vigorosa, y de inmediato. La vimos cuando habló del famoso segundo semestre. La vimos cuando vaticinó que las inversiones iban a ser multimillonarias y casi instantáneas. Ahora Macri y también la gobernadora María Eugenia Vidal acaban de hacer otras dos grandes promesas de campaña preelectoral. Ambos se mostraron dispuestos a combatir a todas las mafias. Las de los sindicatos, aunque escondan sus manejos corruptos detrás de una legítima defensa de los trabajadores. La de los empresarios prebendarios y subsidiados, quienes se llenaron de dinero con Néstor y Cristina y ahora no se bancan competir.
La de los inflitrados en los piquetes, quienes se esconden detrás de justos reclamos para buscar un muerto y poner en vilo al gobierno que apenas cumplió los quince meses. Sería bueno, entonces, que además de intentar acelerar el crecimiento de la economía para que llegue a la mayor parte de los argentinos, el gobierno no use la energía de la gente que los apoya solo como un instrumento para ganar elecciones.
Es decir: que llegue a fondo en su promesa de combatir a las mafias, sin especular con el resultado de las últimas encuestas de ocasión.