Ni los propios organizadores ni el Gobierno. Y mucho menos la oposición. Muchos, después de lo que pasó, deberán "abrir la cabeza", más allá de sus propias certezas.
El Presidente, Mauricio Macri, fue uno de los más sorprendidos. Terminó el sábado exultante, con un ánimo parecido al que mostró al ganar la segunda vuelta frente a Daniel Scioli y repitiendo una de las frases que más le gusta a él y a su jefe de gabinete, Marcos Peña: "La gente está madurando más rápido que la dirigencia. Incluso más rápido y mejor que nosotros mismos". Peña, quien el domingo 26 de marzo había opinado en La Cornisa que le parecía "anacrónico" el pensamiento de que el Gobierno no debería dejar que le "ganen la calle", ahora podrá reivindicar su teoría.
Su teoría es: "No es necesario empujar a la gente a hacer cosas forzadas, porque la gente se da cuenta sola". Elisa Carrió, quien pidió a los argentinos que no salieran a la calle, no tuvo demasiado éxito en su solicitud. Contaba con razones lógicas para pedirlo. No quería ni que se computara como un fracaso comparado con las últimas movilizaciones del 24 de marzo o los docentes. Además temía que un pequeño grupo de infiltrados pudiera aguar la fiesta y poner en riesgo "la paz social".
El cineasta Juan José Campanela, uno de los promotores de la movilización,
volvió a demostrar que su olfato sobre el humor social continúa intacto. Macri,
la gobernadora María Eugenia Vidal, la vicepresidenta Gabriela Michetti y otros,
salieron a dar un apoyo público una vez que comprobaron que el número de
manifestantes había sobrepasado cualquier expectativa previa. Sin embargo, sería
un grave error que el oficialismo tomara esta expresión popular como la prueba
de que la base de Cambiemos sigue siendo la misma, y que entonces ganaran las
elecciones "caminando", después de quince meses de andar a los tumbos.
Lo que en principio demostraría, una vez más, la movida del 1/A, es que no
existe una sola Argentina, sino varias, y que se expresa de diferentes maneras.
Incluso muy distintas entre sí. El sábado no hubo micros ni "militantes de base"
ni empleados del Estado, ni docentes pertenecientes a organizaciones que
reclaman la paritaria nacional. Pero eso no significa que sean mejores, más
efectivos o más numerosos que quienes concurren a los actos a reclamar lo que
consideran legítimo.
Es verdad que se puede sospechar que detrás de varias de las mil y una manifestaciones callejeras que tuvieron lugar en marzo había un cronograma destinado a erosionar al gobierno del presidente Macri.
Lo que la administración no podrá negar es que la economía todavía no arranca, el malestar se prolonga, las paritarias no se terminan de arreglar y el optimismo sobre el futuro que tenían la mayoría de los argentinos se está mezclando con cierto desencanto y una creciente impaciencia.
Todo lo demás se lo debe atribuir a la enorme cadena de favores que le hace el cristinismo. Desde los insultos y amenazas de Hebe de Bonafini hasta la presencia estelar de Aníbal Fernández en la marcha del 24 de marzo y la protesta de los maestros. Desde la inquietante reivindicación del uso de las armas por parte de los grupos guerrilleros hasta el delirio de presentar a Macri como una mezcla del dictador Jorge Rafael Videla y el ex superministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.
Lo que está oxigenando en estos días a Cambiemos no son sus propios aciertos sino la desesperación de Cristina Fernández y sus aliados para evitar que la ex presidenta vaya a la cárcel.
Lo que favorece a Macri no son los anuncios de las últimas medidas económicas sino el desconcierto y la fragmentación de la oposición.
Empezando por el mismo peronismo, cuyos dirigentes oscilan entre despegarse todo lo posible de Cristina, porque la consideran impresentable, hasta colgarse de su boleta, en el caso de los intendentes del conurbano que le reconocen una intención de voto de alrededor del 30% en la provincia más grande del país.
Ahora el Presidente trabaja en varios flancos a la vez. Ha conseguido, dicen sus principales colaboradores, imprimir a la obra pública el ritmo que le quería dar desde al año pasado. Ha logrado hacer pie en una parte del sistema judicial que lo tenía a mal traer y que tuvo su pico en la serie de denuncias que le propinaron por el litigio del Correo Argentino. Ha empezado a meterse de manera más personal en la comunicación oficial, y ha instruido a sus ministros para que defiendan los datos positivos por lo menos con la misma energía con que se reconocen los datos negativos.
Ha dejado de subestimar a Cristina y su círculo íntimo, y le ha pedido a Peña, los vicejefes de gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui y a todos los ministros del área económica, que antes de tomar una decisión trascendente revisen sus posibles efectos una y otra vez.
Es porque no quiere volver a experimentar lo que le pasó con los primeros aumentos de tarifas ni con las últimas decisiones vinculadas con los pagos en cuotas, que tanto mal le hizo a su imagen e intención de voto. Macri y sus hombres de confianza se congratulan por haber pedido a la gobernadora María Eugenia Vidal que asumiera la discusión de la paritaria docente como un asunto estructural y de fondo, más allá de los números del aumento salarial.
Los líderes de los sindicatos docentes que se pusieron enfrente de Vidal ya se empezaron a dar cuenta que el liderazgo de Roberto Baradel en las negociaciones los está desgastando más que las propias jornadas de paro. En los últimos días, empezaron a aparecer imágenes de Baradel viajando por el mundo.
Y el viernes pasado el titular del Sindicato de Profesionales del IOMA volvió a sembrar sospechas sobre la conducta del propio Baradel como miembro decisorio de la obra Social con más afiliados de la Argentina después de PAMI.
Es verdad que la baja del ausentismo docente no va a mejorar la educación de la provincia de Buenos Aires de la noche a la mañana. También es cierto que siempre es el Estado el primer responsable de lo que pase en las escuelas y colegios.
Pero la batalla que Vidal eligió contra el enemigo casi perfecto está siendo vista por una amplia franja de bonaerenses, incluso los que viven en las zonas donde a Cristina le va mejor, como una cruzada parecida a la que la gobernadora parecería estar dando contra las mafias de la policía, el juego y el narcotráfico. Una réplica corregida y aumentada de "la pelea" electoral contra Aníbal Fernández que no solo transformó a Vidal en gobernadora sino que ayudó a llegar a la presidencia al propio Macri.
De cualquier manera, también convendría no confundir la discusión de largo aliento que está dando la gobernación con el conflicto entre Margaret Tatcher, la denominada Dama de Hierro, y los sindicatos mineros.
Los niños deben volver a las aulas cuánto antes. Y el Estado les tiene que garantizar, después de semejante desgaste, que los alumnos no van a tener tres, cuatro o cinco maestras al año, con la excusa de un sistema de licencias que no existe en casi ninguna parte del mundo. No volver a lo de siempre, una y otra vez. Eso sería cambiar de verdad.