Desestablización. Es un verbo movilizante, usado a veces con razón,
otras por miedo y también -de puro vivos- algunos lo utilizan para
quedarse con la democracia para ellos solos y ahuyentar disidentes, o
sea, en defensa del poder absoluto. Pero la democracia es como la
pareja: necesita de dos. Con uno solo es otra cosa, no puede ser
virtud, ocupa el espacio del vicio.
Los que se fueron eran eso, los que opinábamos distinto les
molestábamos y nos agredían, eran los únicos dueños de la verdad. Los
actuales gobernantes son democráticos, aunque buscan confrontar sólo
con los dirigentes de la gestión anterior. Eso implica una trampita:
intentan ser ellos los únicos dueños de un sistema que exige más
actores. El juego entre Macri y Cristina les servirá mucho a ambos,
pero lastima demasiado al resto de la sociedad.
Si uno lo piensa un poco, se da cuenta que decir que uno es más
democrático que el kirchnerismo vale muy poco. Los que se fueron ni
siquiera aceptaron la ceremonia de pasar el bastón de mando, todo un
símbolo de cómo concebían el poder. Y se disfrazaban de izquierda y de
progresistas, pero subsidiar pobres no es integrar la sociedad, es una
manera de ocultar las miserias que ellos mismos generan.
La paranoia es como los celos, se desarrollan al margen de la realidad.
Y a veces son tan solo excusas del que dice sufrirlos. Ni los celosos
necesitan ser fieles ni los paranoicos son santos que nunca
persiguieron a nadie. Ya lo decían las abuelas, "dime de qué alardeas y
te diré de qué careces". No queda duda de que para el kirchnerismo las
instituciones fueron -y siguen siendo- una molestia. Así lo demostraron
al humillar al Congreso obligándolo a votar cualquier cosa sin poder
modificar una coma, al degradar los medios de comunicación y
utilizarlos para perseguir disidentes y, también, al inventar una
"justicia legítima" como una alcahueta del poder de turno.
Estuvieron cerca de arrastrarnos a la división y el fracaso definitivo.
Pero que lo atroz de ese recuerdo no puede obligarnos hoy al aplauso a
tranquera cerrada. Y apoyar la democracia conlleva el derecho a
disentir.
El actual presidente es tan amplio en las políticas como dogmático en
la economía. Está convencido que la sociedad puede pagar más todavía de
lo que le vienen sacando en las últimas décadas. Le privatizaron todo:
los grandes le sacaron desde los mercados hasta las farmacias, la salud
y hasta los quioscos. No les dejan nada de qué vivir, y dicen que suben
tarifas para achicar la pobreza y detener la inflación. Voté a Macri,
creo que nos salvamos de lo peor, pero cuando quita impuestos a las
mineras o viaja a visitar al que nos sacó el Lago Escondido, cuando
hace esas cosas, me irrita y me obliga al consuelo de recordar que con
Scioli podría haber sido peor.
Primero fue con Massa a Davos, luego se votaron leyes que parecían
iluminar un futuro de grandes acuerdos y finalmente, lo atacó la
soberbia que inocula la Casa Rosada y cayó en la trampa de imaginar que
todo lo puede hacer solo. Y empezaron a devaluar a la oposición.
Olvidaron y renegaron de los aliados, salieron a confrontar con los
enemigos y a medirse sólo con Cristina. Nadie traicionó al Gobierno,
fue él mismo quien eligió un camino de confrontación en el que
traicionaba a sus posibles aliados. Y entonces salieron con la palabra
mágica "desestabilizar", esa que define a los energúmenos de siempre e
intenta abarcar a los que apoyan la democracia pero opinan distinto.
El kirchnerismo está mucho más débil de lo que hubieran soñado sus
enemigos y temido sus seguidores. Queda Cristina con su bala de plata,
ser candidata y convertirse en compañera de Menem en los oscuros
lugares de quienes se creyeron eternos y la falta de grandeza convirtió
en simples actores secundarios.
Hay un sector radicalizado que no soporta la democracia y una sociedad
donde los negocios expulsaron un porcentaje de población tan grande que
las mismas instituciones se debilitan en su injusticia. La salida no es
fácil, pero seguro que el camino más errado es el de simplemente ser la
contracara de Cristina. Cerrar la grieta atacando irritados a los que
no coinciden es asumir que lo único que los separaba del pasado era el
sueño de sustituirlos.