Durante un tiempo, al menos. Resumidas en una síntesis tal vez arbitraria, las imágenes de la marcha cegetista de ayer significan que el peronismo y los gremios están divididos (y, a veces, peligrosamente enfrentados) hasta para confrontar con Macri. Sin ganas de ir de las palabras a los hechos, los líderes de la CGT terminaron pidiendo el cambio de la política económica del Gobierno. Es una manera de no pedir nada. ¿Qué gobierno que se precie de tal aceptaría cambiar el rumbo de sus políticas según las protestas del día? ¿Por qué dirigentes sectoriales le impondrían políticas a un gobierno elegido democráticamente por una mayoría social?
La CGT tiene un problema cuando plantea propósitos tan amplios y ambiciosos
como la cordial unidad de los gremios, de los movimientos sociales y del
peronismo. Para resumirlo en una pregunta: ¿qué pueden hacer juntos en la vida y
en la política Armando Cavalieri y Emilio Pérsico? El acto de ayer estuvo
claramente dividido en dos sectores: el peronismo clásico y los gremios
ortodoxos, por un lado, y la izquierda política y sindical junto con el
kirchnerismo, por el otro.
Estos últimos son los que al final coparon el escenario (que casi se derrumbó)
para reclamar una fecha para el paro general. La cúpula cegetista tenía tan poca
convicción sobre ese paro que Héctor Daer, uno de los tres jefes de la CGT,
prometió en su discurso que el paro se haría "antes de fin de año". Luego se
rectificó, pero lo primero que le salió fue una repetición de los compromisos
incumplidos del año pasado. Carlos Acuña, el delegado de Luis Barrionuevo en el
triunvirato de la CGT, señaló luego que "no hay acuerdo" para un paro general.
Esa lucha interna dentro de la central obrera fue acompañada por los cánticos de
la izquierda y el kirchnerismo. Por ejemplo: "Se va a acabar la burocracia
sindical", un eslogan que no se escuchaba desde hacía más de 40 años. El
peronismo deja de ser alternativa política, aunque sea momentáneamente, cuando
regresa a la violencia entre su derecha y su izquierda. Tratar de unir esas
franjas en un acto pacífico resulta siempre una ingenuidad. Franjas mayoritarias
de la sociedad independiente dieron signos inconfundibles de fatiga frente a la
eterna lucha entre facciones peronistas.
Pablo Moyano debió salir fuertemente custodiado del acto. El propio Daer
debió ser apartado de grupos violentos de izquierda. Varios de los más
importantes dirigentes de la CGT fueron obligados a cambiar su camino en la
desconcentración para evitar eventuales escraches. "Fue una trampa del
kirchnerismo", explicó luego un dirigente sindical. En efecto, cuando los
caciques sindicales abandonaron el escenario, éste fue copado por personas
excesivamente excitadas, que basculaban entre la grosería y la violencia y que
no llevaban banderas políticas. Fue una maniobra astuta, pero el diablo se
esconde en los detalles. Algunos vestían remeras con las caras de Milagro Sala,
de Néstor o de Cristina Kirchner. No hacía falta más identificación. Ésas son
las figuras icónicas del kirchnerismo.
Valen la pena algunas precisiones. En primer lugar, "los Gordos" (los sindicatos
grandes) han sido los más beneficiados por el gobierno de Macri. El gobierno
nacional les debía desde hacía mucho tiempo a todos los sindicatos unos 30.000
millones de pesos para sus obras sociales, que es la gran caja que alimenta la
gestión política de los gremios. Macri les ofreció pagarles esa deuda, pero con
una quita de 8000 millones, que irían al Ministerio de Salud para planes
específicos. Los gremios aceptaron. Unos 4000 millones de pesos más quedaron al
resguardo de la Superintendencia de Servicios de Salud, que es la que administra
el pago de planes de salud de alta complejidad. Unos 2500 millones fueron
transferidos en el acto a los sindicatos. El gremio de Cavalieri, que recibió
casi 700 millones, es el que más se benefició. Su sindicato de Empleados de
Comercio y Servicios es el que más afiliados tiene.
El resto del total de esos 30.000 millones de pesos se convirtió en bonos del Estado que el Gobierno les entregó a los gremios. Cobran intereses por esos bonos. Fuentes oficiales dijeron en los últimos días que Macri había ordenado "cerrarles el grifo" a los sindicatos. Pero no se especificó cuál grifo. El superintendente de Servicios de Salud, Luis Scervino, aclaró que él no retaceó fondos a los sindicatos. "Yo administro dinero para planes de salud. No puedo cortar la asistencia", dijo. ¿Dejaron, acaso, de pagarles los intereses de los bonos? Sólo se sabe que algunos dirigentes sindicales volvieron a golpear las puertas de funcionarios oficiales. Acceso no les falta. El ministro del Interior, Rogelio Frigerio, suele saludar con largos abrazos a Héctor Daer. Lo hizo, incluso, en las vísperas de la marcha de ayer. Es sólo un caso de amistades que se cultivan detrás de las cortinas del teatro político, pero hay varios más.
Los sindicatos y comisiones internas de izquierda están pisando los talones de "los Gordos" y de los independientes, cuya capacidad de movilización, debe consignarse, quedó otra vez demostrada ayer. Es el gran problema del sindicalismo. Daer prefiere a Sergio Massa, Juan Carlos Schmid responde a Hugo Moyano, y Acuña tiene como referente a Barrionuevo. La izquierda está muy lejos de cualquiera de esos líderes políticos o sindicales. Sin embargo, la competencia dentro del propio gremialismo es con la izquierda pura y dura. Semejante ensalada de corrientes políticas y sindicales hizo eclosión ayer al término del acto. Viboreó en el medio el kirchnerismo, cuyos objetivos son de tan corto plazo que se remiten sólo al próximo procesamiento, infaltable, de Cristina Kirchner. La variopinta muchedumbre de ayer, construida por las discordias en la cúpula, obligó a cambiar la hora y el programa del acto. Se adelantaron los discursos antes de que se calentara el ambiente. Un día antes, Daer había asegurado que "la marcha sería política porque pedirá cambios de política, pero no partidaria". El acto se cerró con la marcha peronista, el mayor símbolo partidario del peronismo. Fue una decisión desesperada para lograr la unidad que no estaba (ni estuvo).
Desesperados por encontrarle una salida al laberinto, los dirigentes gremiales eligieron saltar el cerco. Pidieron directamente otra política económica, más proteccionista, sin tantos alardes de apertura con el mundo, una versión más atenuada de "vivir con lo nuestro". Se cuidaron de subrayar, en declaraciones previas, que no estaban pidiendo que "vuelva lo anterior", pero en su receta casi describieron lo anterior.
El planteo sindical de ayer tuvo razón en un solo punto, según acepta el propio Gobierno. Hubo despidos en medio de un compromiso empresario de que no habría despidos. El propio Frigerio señaló que su gobierno "se pondrá al lado de los trabajadores para señalar esa ruptura del acuerdo". El ministro remarcó también que hay una crisis en la dirigencia empresaria que cuestiona su representatividad. "Es la crisis de representatividad que tiene toda la dirigencia argentina", subrayó. Incluida la sindical, le faltó decir.
De todos modos, gran parte del discurso sindical de ayer pareció influenciado por sectores de la pequeña y mediana empresa que adscribieron al kirchnerismo. Estas empresas también son proteccionistas, enemigas de la apertura y amigas de aranceles tan altos que cerrarían de hecho la Aduana. Es lo que repiten los gremios. Le temen a un "mundo que se cierra", según describen. El único que parece cerrarse es Donald Trump, pero hasta México se convirtió en un adversario en el discurso de esos sectores del nacionalismo económico. Adiós, entonces, a la Patria Grande, según el viejo paradigma kirchnerista. El kirchnerismo es un grupo político reducido, pero sus ideas tienen un eco profundo en amplios sectores de la dirigencia social argentina. En el sindicalismo y en algunos empresarios, por ejemplo. La dimensión del cambio cultural que pregona Macri no se la imagina ni el propio Macri.