Lo que parece faltarles a la administración y también al Presidente es la cuota mínima de sensibilidad política. De otra manera, no se explica cómo a nadie se le ocurrió que, al quitarle al 24 de marzo su carácter de feriado inamovible, iba a herir la sensibilidad no sólo de Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini, Cristina Fernández de Kirchner y de muchas organizaciones políticas. También de dirigentes como Graciela Fernández Meijide y amplios sectores de la militancia y la población que incluso votaron por Cambiemos, pero que al mismo tiempo repudian con energía y recuerdan con tristeza los estragos de la dictadura militar. Desde los radicales que integran el Gobierno hasta las organizaciones de izquierda que desprecian y levantan la voz contra la megacorrupción perpetrada entre los años 2003 y 2015.
Hizo bien el jefe del Estado en corregir el error, pero el haberlo cometido
demuestra que a nadie, en principio, le importó demasiado. Y no es otra cosa que
insensibilidad política, ingenuidad e improvisación lo que llevó a que nadie
advirtiera de antemano que Juan José Gómez Centurión podía generar un enorme
escándalo si decía realmente lo que pensaba sobre la dictadura.
Macri, cuando asumió, dijo en público que había designado al mejor equipo del
mundo. Pero lo que pasó con Gómez Centurión, a los mejores equipos de gobierno
del mundo no les suele suceder. El responsable de la Aduana fue un héroe de
Malvinas. Y es también un hombre que tiene bien ganado su prestigio como
funcionario honesto. Sin embargo, si de verdad considera, como parece
confirmarse, que los crímenes de lesa humanidad cometidos por los comandantes de
la Junta no constituyen un plan criminal sistemático o una expresión acabada de
terrorismo de Estado, debería renunciar a su cargo. Porque no puede formar parte
de un gobierno democrático de un Estado cuya Justicia determinó que sí lo era.
Le pregunté por radio al ex integrante de la Cámara que juzgó a la juntas León Arslanian, si la existencia de un plan de desaparición sistemática de personas era un hecho opinable. Si en este caso la máxima de Carlos Fayt ("las opiniones son libres; los hechos son sagrados") jugaba, de alguna manera "a favor" de Gómez Centurión. No tardó ni un segundo en responderme que no. Que no fueron sólo los camaristas, sino también la Corte Suprema de Justicia la que dictaminó que se trataba de delitos imprescriptibles y de lesa humanidad. Y que en todo caso debíamos preguntarnos qué pasaría con un alto funcionario del gobierno de Alemania si ante la pregunta de un periodista, se le ocurriera dudar de la existencia del Holocausto. La respuesta se cae de madura: Angela Merkel le pediría la renuncia, más temprano que tarde. El hecho de que Macri no lo haga alimenta el imaginario de que el Presidente, en el fondo, piensa lo mismo que Gómez Centurión. Si es así, debería aclararlo de manera inmediata.
La imagen de dirigente insensible ante el dolor de las víctimas de la dictadura parece compatible, para ese mismo imaginario, con el hombre rico e impermeable ante las necesidades de los que menos tienen. Es cierto que las medidas de política económica y social que viene tomando la administración nacional, desde la ampliación de la asignación por hijo hasta los cobros de juicios a miles de jubilados, parecen desmentir las fantasías generalizadas. Pero en el nuevo mundo de la posverdad, donde pesan más los símbolos y las emociones que los hechos concretos, es posible que el daño político para el Gobierno por la primera decisión de hacer movible el feriado del 24 de marzo y las afirmaciones de Gómez Centurión haya sido más grave que el que se evalúa ahora mismo.
Funcionarios que se encargan de medir el humor social sostienen que el caso Gómez Centurión sólo afecta al núcleo duro de argentinos más politizados. Que la mayoría les presta mucho más atención, por ejemplo, a los aumentos de tarifas o a la futura discusión paritaria, que a esta opinión sobre hechos ocurridos hace más de 30 años. Pero aún si se tratara de una cuestión de votos, de mero costo político, deberán afinar su sensor de sensibilidad. Porque ahora mismo a Cambiemos no le sobra ni un voto. Y con este tipo de supuestos errores no forzados puede perder, incluso, aquellas voluntades de quienes eligieron a este Presidente sólo porque temieron que con Daniel Scioli casi todo fuera mucho peor.