Cada vez que se busca un responsable de la larga recesión de 2015-16, el dedo tiende a apuntar al Banco Central de la República Argentina (BCRA) "por haber mantenido elevadas tasas de interés, reducido el crédito al sector privado y generado atraso cambiario". Sin embargo, como en las mejores películas policiales, no siempre el culpable es el mayordomo.
Primero, ¿por qué la tasa de interés es alta en la Argentina? Sencillo, el
déficit fiscal total ha sido sumamente elevado en el último año (superó 8% del
PBI). Por ende, gran parte de este desbalance tuvo que ser cubierto tomando
crédito en el mercado interno y, dada la fuerte absorción de estos recursos por
parte del Estado, no es raro que el costo del financiamiento local sea caro y,
por ende, sea escaso el que queda disponible para el sector privado, para mayor
consumo, producción e inversión.
Si el BCRA fijara la tasa de interés por debajo de la que se determinaría en el
mercado, la gente tendría menos interés en ahorrar y depositar en los bancos,
por lo que el financiamiento disponible mermaría. Por otro lado, como es más
barato el crédito, los pedidos de préstamos a los bancos aumentarían, por lo que
el BCRA debería emitir billetes para proveer esa diferencia para que no suban
los intereses.
El problema es que un préstamo se toma para gastar y no para guardar la plata en el bolsillo, por ende, no se están demandando los pesos emitidos por el BCRA para bajar la tasa. Así que ese exceso de oferta, como pasaría con cualquier bien, hará disminuir el precio de nuestra moneda que es la unidad de medida con la que valuamos todos los bienes y servicios de la economía. Por lo tanto, si se achica el metro con el que medimos, observaremos que todos los precios que midamos con él tienden a subir, o sea, habrá más inflación. Dado que el BCRA tiene como principal objetivo cumplir la meta de suba máxima de precios, sólo puede acomodarse a la tasa de mercado buscando emitir poco para que no se deprecie demasiado el peso.
Así comprobamos que el "mayordomo" no fue el culpable, sino el Estado, que no hizo ninguna reducción real del gasto público; ya que, si bien cayó en 2016 respecto del total de la producción argentina (0,6 punto porcentual), lo hizo porque redujeron los subsidios a los servicios públicos (0,8% punto porcentual). O sea, fue el sector privado el que hizo todo el ajuste y más aún; ya que el gasto estatal neto de dichos subsidios aumentó.
Por otro lado, como los recursos que la Nación y las provincias consiguieron en la Argentina no les alcanzaron, tomaron divisas en el exterior, que se terminaron vendiendo en el mercado local para pagar gastos y deuda en pesos. Ante semejante oferta de dólares no debería extrañar que su valor sea bajo localmente.
Es decir, no hay tal cosa como atraso cambiario, ya que nadie está adrede tratando de mantener un menor valor que el que sería de mercado, sino que es el resultado de dicho abundante flujo de dólares.
Los altos niveles de proteccionismo actual hacen también que la demanda de divisas se reduzca; por lo que, nuevamente, el tipo de cambio tiende a ser menor. Debe tenerse en cuenta que las importaciones están muy por debajo de lo que deberían ser; ya que además hay restricciones de compras en el exterior de hidrocarburos para mantener altos precios mínimos locales.
Dado todos estos factores que disminuyen el poder adquisitivo del dólar en el mercado local, no es raro que en la Argentina casi todas las cosas sean caras en esa moneda. Además, los precios de los bienes protegidos son particularmente altos, incluso superando varias veces los de países vecinos; porque además hemos decidido subsidiar, con el bolsillo de los consumidores, las ganancias de empresarios ineficientes. Lo peor es que los más perjudicados son los más pobres, que tienen menos posibilidades de poder comprar en el exterior.
Costos inflados
Por último, incluso son caros en dólares aquellos bienes que se pueden importar libremente y con aranceles bajos, porque los costos de comercialización en la Argentina están excesivamente inflados con altos impuestos nacionales, provinciales y tasas municipales. No es casualidad que Buenos Aires sea el paraíso de los manteros y las "saladas", que se aprovechan del contrabando y la evasión para hacer una sustanciosa ganancia ilegal.
Como podemos observar, los problemas de bajo poder adquisitivo de los salarios, de escaso acceso al crédito y de competitividad de nuestros productores se solucionarían si nuestro Estado, en sus distintos niveles, empezara a gastar en forma eficiente, ordenara sus cuentas y bajara la presión impositiva y su demanda de financiamiento.
Sin embargo, difícilmente eso pase mientras los argentinos sigamos aplaudiendo el permanente malgasto estatal como si la plata creciera en los árboles. Sale de nuestros bolsillos y tienen un alto costo en bienestar presente y futuro de nuestras familias. Si verdaderamente ellas nos importan, como ciudadanos, empecemos a reclamar a nuestros políticos más eficiencia y austeridad en el manejo del gasto público.
El autor es economista y director de la Fundación Libertad y Progreso