Es decir, que si en ese tiempo una situación de
estrés los
afectara, su productividad podría reducirse drásticamente, generando
una reacción
alcista en las cotizaciones.
Teniendo en cuenta las zonas mundiales más fuertes
en
términos de producción, los meses de julio y de agosto en el hemisferio
Norte
son considerados los más críticos para el maíz y para la soja, mientras
que su
correlato en el hemisferio Sur se ubicaría en enero y en febrero.
Este año, fácticamente todavía no hemos ingresado
en el
mercado climático sudamericano, pero visto desde el punto de vista de
la
volatilidad que están experimentando las cotizaciones de Chicago
durante los
últimos días, pareciera que dicho fenómeno se ha adelantado en el
tiempo.
Luego de las tan
ansiadas lluvias durante el fin de semana navideño, la realidad resultó
un
tanto diferente. Lluvias demasiado copiosas en zonas con poca necesidad
y
escasas o nulas en otras donde era imperioso que lloviera. Así las
cosas, el
resultado es que hay regiones en donde no se va a poder terminar de
sembrar por
exceso de humedad y en donde, además, los cultivos ya implantados
corren serio
riesgo de perderse o de disminuir sus rendimientos, mientras que en
otras no se
va a poder terminar de sembrar por falta de agua y, asimismo, podría
haber
recortes productivos si las precipitaciones no llegan rápidamente.
Pero además, dentro
de poco menos de un mes asume un nuevo presidente en los Estados
Unidos.
Siempre una nueva administración en el país más poderoso del planeta
conlleva
una carga de incertidumbre y de expectativa lógica que también se
traduce en
una mayor volatilidad para todos los mercados.
Esta vez,
particularmente, el hecho de que no se conozca mucho del "pedigree"
de Donald Trump como político, y producto de las conjeturas y de los
dichos que
salieron de su propia boca, la incertidumbre resulta mayor todavía.
En definitiva, y
más allá de lo que haga o deje de hacer Trump una vez que asuma, lo que
sí
queda oficialmente declarado es el "mercado climático" sudamericano.